Alberto Ayala-El Correo
Es el vídeo electoral más conocido de nuestra historia reciente. Lo lanzó en 1996 el PSOE, partido al que las encuestas auguraban una seria derrota. En él se presentaba al PP como un dóberman agresivo y amenazante en blanco y negro en contraste con el color y la esperanza de los socialistas.
El vídeo fue un éxito, sí… pero Aznar derrotó a Felipe González y se hizo con el poder. Por un puñado de votos, lo que permitió al presidente saliente hablar de ‘dulce derrota’. Pero quien ocupó La Moncloa en los ocho años siguientes fue el líder del PP. Fue el final de la carrera política de quien condujo al socialismo español de la dictadura a la aplastante victoria de 1982.
Sánchez sufrió una derrota sin paliativos el pasado domingo. Es cierto que no estaba en juego La Moncloa, pero el PP transformó la cita en un referendo contra el sanchismo, el presidente aceptó el reto y perdió. En lugar de arrastrarse hasta diciembre como un ‘pato cojo’, el líder del PSOE convocó generales para el 23 de julio. Así evitó de paso una eventual revuelta interna de barones y exdirigentes del partido.
Sánchez es hoy la imagen del perdedor. Y un perdedor que se presenta a las urnas sólo puede ver revalidada tal condición o resurgir. A ello se aferra.
Quien se la juega en tales condiciones debe arriesgar. Y Sánchez lo ha empezado a hacer con un primer vídeo de campaña sin dóberman pero brutal con los populares, a quienes recuerda su vergonzosa actuación con el Prestige, el Yak 42 o el ‘caso Bárcenas’.
En la campaña de las municipales el presidente intentó remontar las encuestas vendiendo el buen hacer de su gobierno con los menos favorecidos, con sus medidas más sociales y con anuncios de más ayudas públicas. En vano. EH Bildu incluyó en sus listas a 44 antiguos etarras, 7 de ellos con las manos manchadas de sangre inocente, ya excarcelados, Feijóo lo usó contra Sánchez y le terminó de hundir la campaña.
Ahora el PSOE ha optado por radicalizar su mensaje. Por presentar al PP como una derecha extrema ‘trumpista’ que gobernará con la extrema derecha, con Vox. Y en lugar de buscar abstencionistas de centroizquierda, se ha lanzado abiertamente a por los votantes más a la izquierda, de los que debían encargarse Yolanda Díaz y Sumar. ¿Desconfianza?
Feijóo ha logrado que cale en buena parte de la opinión pública española la impresión que Sánchez es ‘el’ problema. ¿Cómo superar semejante descrédito? El presidente piensa que sólo le queda lograr una movilización masiva de las izquierdas, lo que no lograron ni él ni Iglesias en Madrid ni en Andalucía.
Sánchez tiene un enorme reto por delante. Que se olviden sus mentiras, sus cesiones al independentismo catalán, sus pactos con la izquierda abertzale y errores como la ley del ‘sólo sí es sí’. Y que cale en la sociedad el temor, en muchos casos fundado, a que la llegada de Feijóo suponga recortes en ayudas, pensiones y derechos sociales. Si no lo logra, será su final.