El horror en Ucrania va para largo. La resistencia de su ejército y la fortaleza civil están dificultando el plan de Putin, el invasor. Reconforta comprobar la rápida respuesta europea, aunque estamos asistiendo con manifiesta impotencia a la barbarie desatada por el autócrata ruso (el excampeón de ajedrez Kasparov nos pide que no le llamemos presidente) y con el temor de que Ucrania termine arrasada y sometida. Más tarde de lo que pensaba Putin, que despreció a los ucranianos y a su heroico presidente Zelenski creyendo que eran un ‘tigre de papel’ como consideraba Mao Tse Tung al enemigo americano.
Será largo, pero será un infierno. Y debemos prepararnos para el cambio. La adaptación al nuevo orden mundial, las consecuencias negativas de esta crisis humanitaria, económica y, por supuesto, política, pondrán a prueba la resistencia de Europa, que deberá enfrentarse al desafío de permanecer unida. Si, como ha preconizado Macron, «lo peor está por llegar» habrá que armarse de valor y de inteligencia tras haber comprobado que la vía diplomática con el tirano ruso ha fracasado. Con la invasión se han roto muchos esquemas. Y las consecuencias empiezan a ser de profundo calado. Ayer Pedro Sánchez recibió el apoyo unánime del Comité Federal de su partido al envío de armas a Ucrania. Si su cambio perdura, tendría que revisar sus alianzas. No por coherencia, que en su caso no se le supone, sino por conveniencia. Seguir con Unidas Podemos en el Gobierno le va a suponer el desgaste de la incomprensión internacional.
El próximo mes de junio España será el país anfitrión de la cumbre de la Alianza Atlántica. ¿Será concebible ese evento de la mano de un Gobierno que sienta en su consejo a ministros anti OTAN? El socio de Sánchez se está descomponiendo a ritmo acelerado pero las ministras Belarra y Montero siguen oponiéndose a la ayuda militar a los ucranianos aconsejando su rendición. Un Gobierno así, tan excepcional en Europa, tan atípico y tóxico, ¿qué tipo de escenario puede ofrecer en la cumbre de la OTAN?
En estas circunstancias se hace más necesario que nunca clarificar la defensa de los consensos democráticos. El cambio de liderazgo en Génova posibilita, en principio, un reencuentro PP-PSOE que no se produce desde que Sánchez llegó al poder. ¿Pero el PP del recuperado Feijóo se ve firmando pactos de Estado con el PSOE y su apéndice gubernamental, Podemos, en La Moncloa?
Sánchez no acepta el desafío que muchos le sugieren: que rompa con Podemos-IU. Pero acaba de proponer un cordón sanitario a Vox para toda España. La extrema derecha es el peligro; la extrema izquierda comete errores puntuales. Ese es su esquema para sobrevivir. Veto a Vox mientras mantiene vía libre a Podemos, bolivarianos y alineados con el régimen ruso, y a sus aliados de Bildu que están manteniendo una actitud tan poco democrática con la invasión de Ucrania. Sigue haciendo cálculos. Si pone pie en pared contra el partido de Abascal es para impedir que el PP pueda tener gobiernos cómodos en algunas comunidades autónomas, como el que se puede perfilar en Castilla y León.
Son tiempos de cambios. Quién iba a imaginar que el pacifismo en el caso de Ucrania implicaría ayudar con armas al país invadido. El PNV olfatea la posible reubicación de Sánchez y no quiere perder comba. Si se produjeran grandes pactos con el PP, el PNV quiere estar de perejil de la salsa. Así lo reclamó el lehendakari Urkullu en declaraciones a este periódico. Siempre galopando aunque se cambien de caballo.