CARLOS HERRERA-ABC
- Cada vez se hace más difícil hablar de bulos y de ultraderecha
Hoy declarara la Doña. Entrando por el garaje, que seguramente es lo de menos, pero declara ante el juez. Y ya no solo con motivo de la acción desencadenada por esa especie de sindicato –así se hacen llamar– de nombre Manos Limpias, los que también llevaron ante la excitada presencia del juez Castro a una Infanta de España, sino para responder a requerimiento de la propia Universidad Complutense, que, tras despertar de la aventura de su extraña cátedra, ha descubierto que hay unos cuantos euros que no acaban de cuadrarle y un ‘software’ del que aparentemente se apropió su niña bonita. Sea o no grabada en vídeo su declaración, no me cabe la menor dudad de que a lo largo del día conoceremos los argumentos de defensa que le ha aconsejado el abogado Camacho, otrora encargado de la Seguridad del Estado y pieza clave del caso Faisán, aquél chivatazo por el que se avisó al aparato extorsionador de ETA de que estaba a punto de caer en una operación policial. Lo interesante de la declaración no está solo en las respuestas a las preguntas del juez instructor, que llevará milimétricamente medidas, sino en las reacciones y traducciones que realizarán los especialistas de Moncloa y de Ferraz, criaturas que se pasan el día retorciendo sus meninges para encontrar cualquier tipo de justificación a las inconfesables relaciones de Sánchez & Gómez con empresarios generosamente tratados por el Gobierno después de las famosas cartas de recomendación.
Así pasan las horas, cada vez se hace más difícil hablar de bulos y de ultraderecha, que es lo más que se les ha podido ocurrir para el escapismo del jefe del Gobierno ante el Congreso u otras instancias: aquello que de verdad haría callar a los que preguntan sería presentar pruebas que desmientan todas las noticias publicadas o presentar denuncias fundadas por las informaciones emitidas. No pueden hacerlo porque lo publicado, lamentablemente para ellos, está contrastado y documentado, y aunque no tuviera trascendencia penal –que está por ver– sí se correspondería con una actuación absolutamente indecorosa en cualquier democracia que se precie. La misma reacción del Don huyendo hacia delante y amenazando la libertad de información con derivas de cacique sudoroso es una forma de hiperreacción autoacusatoria: las bravatas esgrimidas en el Parlamento, ante la perplejidad de extraños y puede que también de algunos propios, escondiendo las acciones pero no la intención, define y dibuja a un tipo desbordado por la realidad, consciente del proceso en el que está inmerso, que solo ha sabido encontrar en el matonismo parlamentario, en la hipérbole del falso ofendido, la solución escénica a un escándalo como el que protagoniza su Doña y también, aunque en una medida que aún no acabamos de conocer, a su propio hermano, inmerso en una pillería menor (o no), pero que de haberse producido en una legislatura con un presidente del PP supondría un auténtico motivo de agitación callejera. La Doña tiene que responder a una apropiación indebida. Y es el primer paso. Mucha intimidación tiene que inventar para amortiguar lo que le espera.