Editorial-El Español

El debate de este miércoles en el Congreso de los Diputados ha evidenciado la incapacidad de Pedro Sánchez para dar una explicación sobre los casos de corrupción que asolan su partido y su Gobierno.

Por eso, trató de minimizarlos y pasó de puntillas sobre ellos. Como si toda su responsabilidad fuera haber elegido mal a José Luis Ábalos primero y a Santos Cerdán después.

Para desviar el foco que le apunta directamente a él, recurrió a la vieja técnica del ventilador, subiendo al máximo su potencia y provocando una respuesta de Feijóo sobre los prostíbulos de su suegro que, aunque comprensible, ha terminado desviando igualmente el foco de la cuestión principal.

Todos vimos cómo Sánchez intentó desarbolar al PP mediante la técnica de la abrasión para evitar el escrutinio sobre su propia gestión. Sánchez se remontó a los tiempos de José María Aznar, amalgamando en un balance incomprensible «34 casos de corrupción en los tribunales, 362 cargos implicados y más de 1.000 millones de euros robados».

Nadie sabe de dónde sacó esas cuentas.

Luego se centró con más motivo en la etapa de Mariano Rajoy, tirando a bulto contra sus «60 casos investigados por corrupción», en vez de poner el foco en la caja B de la Gürtel.

Y ya puestos, el presidente sacó a relucir, una vez más, la foto de hace treinta años de Feijóo con el narcotraficante Marcial Dorado. Utilizó esta imagen para alegar que «el único que ha mantenido una relación estrecha con un delincuente condenado es usted». Sin aportar, claro (porque nadie lo ha hecho nunca), el menor indicio de que Feijóo favoreciera en nada a su ocasional acompañante.

El presidente desbarró además al convertir una propuesta del PP para proporcionar mayor seguridad jurídica a los contribuyentes en una presunta «cláusula Quirón» que según él estaría diseñada para «salvar al novio de la señora Ayuso«.

Por si fuera poco, Sánchez mencionó a las víctimas en la DANA valenciana y en las residencias de Madrid durante la pandemia, sugiriendo que el respaldo de Feijóo a Mazón y Ayuso le convertía poco menos que en cómplice de esas muertes.

Todos estos reproches de Sánchez son, en el mejor de los casos, exageraciones demagógicas. Y, en el peor, simples mentiras.

La foto con Marcial Dorado data de 1995, cuando Feijóo era un funcionario de la Xunta, y no existe evidencia alguna de que supiera de las actividades delictivas del narcotraficante.

La supuesta «cláusula Quirón» es una distorsión de una propuesta sobre el «derecho al error» en materia tributaria, que nada tiene que ver con proteger a nadie concreto, y mucho menos al novio de Ayuso.

En cuanto a los muertos de la DANA y las residencias, es especialmente grave que Sánchez utilice tragedias humanas para atacar políticamente a la oposición, cuando en ambos casos las responsabilidades son múltiples y complejas, y de ellas no escapa además su propio gobierno.

El presidente pretendió suplir con este ataque en tromba la imprescindible explicación sobre cómo pudieron Ábalos, Koldo y Cerdán organizar una trama corrupta tan extensa sin que él se enterara o tomara medidas.

Fue entonces cuando Feijóo decidió responder con las mismas armas que Sánchez había empleado contra él.

El líder del PP, visiblemente indignado por los ataques recibidos, optó por equilibrar el terreno de juego con su referencia más dura: «Pero ¿con quién está viviendo usted? Pero ¿de qué prostíbulos ha vivido usted? Fue partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución«.

Con estas palabras, Feijóo se refería a los negocios de saunas que regentó el padre de Begoña GómezSabiniano Gómez, rompiendo así el tabú de que a ningún político se le piden cuentas por la conducta de sus familiares.

Es cierto que Feijóo tuvo mucha menos relación con Marcial Dorado que Sánchez con su suegro. Y que ese giro de guion convirtió el debate en el pleno del donde las dan las toman.

Y, abierta esta veda, Feijóo lo tendrá fácil para, en el siguiente debate, ironizar con que Sánchez no sólo no se enteró de lo que hacían sus secretarios de Organización, sino que ni siquiera sabía a qué se dedicaba su suegro.

Sin embargo, aunque la dura respuesta de Feijóo pueda darle réditos electorales, especialmente entre votantes de Vox y mujeres escandalizadas por la hipocresía de Sánchez, lo cierto es que apartó la atención del meollo del debate.

Porque lo relevante hoy por hoy no son los negocios con la prostitución del ya difunto suegro de Sánchez, sino la corrupción actual que afecta directamente a su Gobierno y su partido.

El foco debería seguir apuntando los cinco millones de euros de la trama de las mascarillas, a los contratos de 600 millones adjudicados irregularmente y a las comisiones cobradas por Cerdán y Ábalos.

Cuando los reproches se expanden hacia las inferencias sobre asuntos del pasado, el que sale más beneficiado es quien tiene más que esconder en el presente. O sea, Sánchez.

Feijóo, en definitiva, ha aceptado el marco de dureza verbal y ataques personales impuesto por Sánchez. Y no ha sido fruto de un arrebato, sino, como informa hoy EL ESPAÑOL, de una apuesta por elevar la contundencia contra el presidente decidida cuando Cerdán entró en la cárcel.

Es probable, además, que este claro cambio de estrategia inaugurado ayer le permita al PP robarle votos a Vox, orientado a la meta de los diez millones de votos que se marcó en su Congreso del pasado fin de semana.

De todos modos, Feijóo tendrá que demostrar que esta acusación no es tan infundada como la que Sánchez le imputa sobre el narco. Si logra hacerlo, Sánchez quedará nueva y definitivamente desacreditado como un hipócrita que se duele por la prostitución de Ábalos mientras convivía despreocupadamente con ella.

El tiempo dirá si seguir entrando a ese trapo le resulta provechoso. Pero lo que es seguro es que, a corto plazo, el PSOE se agarrará a ese clavo ardiendo para victimizarse en lugar de purgar convincentemente la corrupción incrustada en su seno durante la última década.

Al fin y al cabo, a Sánchez no le quedan muchas más bazas. Porque aunque el Gobierno venda que ha salido reforzado de esta sesión parlamentaria en la que ha mantenido la confianza de sus socios, lo cierto es que ha salido muy tocado del Pleno.

Se ha evidenciado que el presidente ha perdido en realidad su mayoría parlamentaria. Porque, después del fiero discurso de Ione Belarra, la más crítica de todo su bloque de investidura, Moncloa asume que ya no puede contar con Podemos para ninguna suma legislativa.

Los socios no han hecho más que mantener en respiración asistida a Sánchez, al condicionar su apoyo a que no sigan aflorando informaciones que comprometan a Sánchez. Y esto resulta altamente improbable.