EL PAÍS, 30/7/2011
Son muy distintos, y ellos mismos nunca reconocerían similitudes con su rival, pero sus trayectorias se han cruzado muchas veces. Aún así, ambos obedecen a los prototipos que se espera de sus partidos.
Incluso desde el día en el que empezaron. Alfredo Pérez Rubalcaba entró en política por un crimen que revolucionó a la izquierda de la época: el asesinato del estudiante Enrique Ruano a manos de la policía. Era 1969.
Mariano Rajoy, cuatro años más joven y prototipo de joven conservador de la época, entró mucho más tarde. Fue en 1977, en las primeras elecciones democráticas, muerto Franco. Pero solo pegó carteles, no entró en serio hasta después de convertirse en el registrador de la propiedad más joven de España. Como es tradición, primero los estudios, después la política. Pero no militó en la UCD, la derecha moderada. Lo hizo en la muy conservadora Alianza Popular de Manuel Fraga, el verdadero gen del PP, como la mayoría de los que han sido algo en la derecha española desde que se hundió el partido de Adolfo Suárez. Como José María Aznar, como Rodrigo Rato. Todos ex AP.
Ambos llegan pues desde los extremos: uno desde el antifranquismo, otro desde el ala más conservadora de la derecha de esos años. Y sin embargo, los perfiles de ese Rubalcaba de juventud y el de Rajoy se han ido suavizando con los años, hasta el punto de que ambos representan al sector más moderado de sus partidos. Aún así, Rajoy sacó su lado más duro en la anterior legislatura, y Rubalcaba exhibe ahora su perfil más izquierdista, con propuestas como los impuestos a la banca para acercarse al 15-M.
Los dos exhiben su experiencia en el poder como un plus en tiempos difíciles. En esto gana Rubalcaba, el ex profesor de Químicas. La realidad política ha hecho que Rajoy pasara buena parte de su vida en la oposición. Él fue un hombre de aparato, responsable de organización de su partido durante muchos años.
Rubalcaba solo ha estado en la oposición ocho años. Y en ese tiempo, como es habitual en él, se dedicó a hacerse imprescindible. Parecía condenado, porque apostó por José Bono frente a José Luis Rodríguez Zapatero en la lucha interna tras la debacle de 2000, pero poco a poco logró que el líder le necesitara: nadie como él conoce los resortes del poder. Rajoy también sufrió un momento de vacío interno: apostó por Hernández Mancha, pero después supo recomponerse y entró en la dirección del PP de Aznar en 1989. Son dos supervivientes internos, curtidos en mil batallas.
Aún así, ninguno de los dos se enfrentó a unas elecciones antes de ser candidatos. De hecho, ninguno de los dos ha ganado nunca unas elecciones, no han sido ni alcaldes ni presidentes autonómicos. Eso, tal vez, es lo que les haga arrastrar a ambos esa fama de segundos. Siempre estuvieron a la sombra de un líder. Rajoy primero con Fraga, después con Aznar. Rubalcaba antes con Felipe González y después con Zapatero.
Tampoco han tenido que luchar internamente contra otros candidatos. Pero su llegada a la cúpula fue muy distinta. Mientras Rajoy no tenía ejército de fieles en el PP y fue nombrado a dedo frente a Rodrigo Rato, un candidato con más respaldo interno, Rubalcaba se impuso poco a poco como el candidato natural. Tenía el apoyo de varias federaciones del PSOE frente a su rival, Carme Chacón, que finalmente se retiró de la contienda. Zapatero quería primarias, pero se rindió. Ambos procesos son casi opuestos.
Se han cruzado en miles de batallas, y no tienen mala relación. Rubalcaba llegó a llamar a Rajoy para avisarle de la operación Brugal, una trama de corrupción vinculada al PP, para que estuviera preparado. Sin embargo, la opinión que cada uno tiene del otro no es positiva. Rubalcaba ve a Rajoy como un antipolítico, un tipo que no arriesga, que deja pasar el tiempo. Para el PP, el candidato del PSOE es la quintaesencia del maquiavelo. Ayer le atribuían lo del 20-N como otra prueba de su afán por retorcer la realidad.
Y sin embargo, en una muestra de las deficiencias de la política española, estos dos veteranos segundos, que cruzan sus trayectorias -han sido ministros del Interior y vicepresidentes- no han debatido nunca, ni siquiera en una comisión perdida del Congreso. Los socialistas confían en esos debates en la campaña. Rajoy no ilusiona a los suyos, ni lo pretende, Rubalcaba sí, y lo suele lograr.
Los populares dan por hecho que habrá debate y descartan que sea relevante. Rajoy, de 56 años, se sentiría muy incómodo con Carme Chacón, dicen, una mujer joven (40), pero a Rubalcaba (60 recién cumplidos) sabe jugarle al empate. Y le basta con eso.
Hombres de costumbres, futboleros y madridistas, ambos veranean siempre en los mismos lugares, lejos del glamour, y con los mismos amigos. Aunque Rajoy, cuando llegó al poder, sí modificó sus costumbres y acudió a yates de millonarios. Rubalcaba no. La experiencia salió mal -Rajoy veraneaba con Jaume Matas- y el líder del PP ha vuelto al refugio de toda la vida en Sanxenxo. Rubalcaba sigue fiel a Llanes.
El candidato socialista domina la comunicación. Siempre trata de cautivar a los periodistas, de dar titulares. Rajoy, a pesar de que fue portavoz, no se siente cómodo con la prensa. La rehúye siempre que puede. No le gustan las polémicas, siempre ironiza con la idea de que los periódicos deberían salir sin titulares. Uno es un velocista, aunque según el PP puede precipitarse. Otro prefiere el ciclismo, ganar por agotamiento del rival. Uno cree contar con la dialéctica y la mejor valoración como candidato. El otro está convencido de tener algo mucho más poderoso: un mar de fondo que empuja a un cambio de ciclo.