La exigencia de perfil lingüístico (o la valoración del idioma como mérito preferente) provoca en la práctica que ningún español, o europeo no vasco, pueda competir por los empleos públicos a concurso (lo cual, por cierto, no sucede a la inversa), de forma que se genera un nicho de trabajo de calidad reservado y garantizado para los de aquí. Como en el Athletic.
Aunque no soy demasiado futbolero, llevo años escuchando en mi derredor una consideración unánime acerca del efecto de la llamada ‘filosofía’ que rige el reclutamiento de jugadores del Athletic, y que consiste en que sólo los vascos puedan formar parte de su plantilla. El comentario es que esta restricción provoca una inexorable limitación en la calidad del equipo. Limitando el reclutamiento al ámbito vasco nunca podremos competir con otros equipos, se dice. Y además, se añade, ello produce también una disminución de los incentivos agonísticos entre los jugadores contratados, desde el momento en que se saben inmunes a la libre competencia y, por ello, no tienen que esforzarse tanto como otros para jugar en Primera División y para cobrar sueldos adecuados a ella.
Desde luego, el análisis suena bastante lógico. Por eso, precisamente, resulta sumamente extraño que este mismo análisis no se tuviera en cuenta a la hora de diseñar las políticas lingüísticas en la Comunidad Autónoma y su posible efecto sobre la calidad de los empleados públicos y sus niveles de motivación. Y que sigamos sin tomarlo en consideración. Puesto que es bastante evidente que la exigencia de perfil lingüístico (o la valoración del idioma como mérito preferente) provoca de hecho un cierre del mercado de trabajo público (administración, enseñanza, universidad, sanidad) a favor de los autóctonos. Ningún español, o europeo no vasco, puede competir en la práctica por los puestos de trabajo a concurso (lo cual, por cierto, no sucede a la inversa), de forma que se genera así un nicho de trabajo de calidad reservado y garantizado en exclusiva para los de aquí. Como en el Athletic.
Si la apreciación social generalizada sobre el valor de la plantilla de este club es certero (y los hechos demuestran que lo es), su aplicación a la administración, enseñanza y universidades vascas resulta tan obvia como preocupante: en pocos años, cuando las generaciones de empleados que ingresaron sin restricciones se vayan jubilando, tendremos unos servicios públicos atendidos por un personal de inferior calidad media a la española y europea, sencillamente porque su ámbito de reclutamiento es más restringido. Quizás ese efecto no sea tan visible como lo es en el caso de un equipo que compite semanalmente con otros, pues las universidades o la sanidad pública territoriales no celebran competiciones abiertas. Pero que no sea visible no significa que no exista. Podría creerse que el tamaño respectivo del equipo y de la administración (unos pocos individuos en un caso, miles de ellos en el otro) hace que el efecto no sea extrapolable de uno a otro caso, pero me temo que no es así, pues todo es proporcional.
De la misma forma, es predecible que los jóvenes vascos, que encontrarán menos competencia para acceder a los puestos del nicho reservado que la que encuentran normalmente otros jóvenes similares en España o Europa, tenderán a esforzarse menos en su formación. Y es que el nivel de ésta, no nos engañemos, viene marcado en gran manera por el listón de las pruebas a que se somete al individuo: a menor competencia, menor nivel de exigencia. Y si desciende el nivel de exigencia, el nivel de oferta se adecuará de inmediato a ello. Salvo casos individuales meritorios pero anómalos, el esfuerzo para formarse se adecua de inmediato a los requerimientos socioeconómicos existentes.
Algo de esto puede estar ya pasando aquí, como los dos últimos Informes PISA han detectado en los resultados educativos: Euskadi es una de las Comunidades Autónomas en que los rendimientos educativos son más igualitarios o equitativos, pero donde menos excelencia se produce. Es decir, no hay alumnos que descuellen notablemente del grupo medio y alcancen los máximos niveles. Y si no los hay, probablemente, es en parte porque no existen incentivos para que los haya ¿Para qué esforzarse más si no es necesario? La consecuencia de una política de cierre del nicho del trabajo de calidad puede ser el de pérdida de la excelencia.
Sería interesante efectuar estudios sociológicos comparativos entre los niveles de competitividad real existentes para la obtención de un trabajo público de calidad en Madrid o en Vitoria, en la UPV o en otra universidad española sin cláusula de cierre lingüístico. Al igual que otros sobre el efecto expulsión que provocan este tipo de cláusulas sobre el sector de la población que no ha sido capaz de adquirir el suficiente dominio de la lengua, de forma que el sector que la domina ve aún más restringida la competencia real. Aunque sólo sea por satisfacer la curiosidad intelectual de saber si el ‘efecto Athletic’ se cumple también en otros ámbitos o no.
José María Ruiz Soroa, EL CORREO, 2/7/2009