Si, como ha dicho la portavoz del Gobierno vasco, lo que importa es el gesto y no los resultados, cuanta más gente se acercara al santuario terrorista más parecería que se estaba tratando de solucionar el contencioso. Desgraciadamente, la portavoz olvida que el propio contacto ya es un resultado, y no muy defendible ni moral ni políticamente porque otorga legitimidad a la banda.
Debemos de vivir en un país de ingenuos, porque de lo contrario no se puede entender que se califique de ingenuo a Carod por su jugada. Porque ni es ingenuo plantearse una cita con ETA sin partir de las experiencias anteriores (en todo caso sería irresponsable y, desde luego, necio, porque hasta para clavar un clavo hace falta tener algún conocimiento previo del martillo), ni lo es hacerlo prescindiendo de la situación del momento. Una situación que se caracteriza, primero, por el debilitamiento de ETA, cuya desaparición únicamente por vías policiales la desea hasta Balza, y, segundo, por el propósito defendido por todas las fuerzas políticas, incluido el PNV, al menos por boca de Imaz, de que ETA no puede obtener ninguna ventaja política a cambio del cese de hostilidades o de su desaparición. Obviar ambas circunstancias exige un esfuerzo de voluntad política que dista mucho de la candidez, y merece la repulsa política y moral más firmes. En cuanto a si Carod cometió un error político, sólo se puede considerar como tal el hecho de que no calibrase las consecuencias de su acto. Quienes mejor le conocen sabrán si pudo jugarle una mala pasada el ego, pero lo cierto es que no tuvo en cuenta que su contacto podía fracasar -para saber que estaba condenado de antemano al fracaso no había que ser un Pitagorín- arrastrando con él a un Gobierno catalán con demasiados enemigos.
Sí, debemos de vivir en un país de ingenuos, porque a la supuesta ingenuidad de Carod se ha unido la de mucha gente. Era esperable la de Batasuna, que es una ingenuidad fingida ya que el diálogo con ETA forma parte de sus viejas aspiraciones estratégicas y ahora que había desaparecido de su horizonte (ni ETA ni Batasuna tienen fuerza para imponerlo) se frotan por dentro las manos (¡gracias, Carod, por el oxígeno!), mientras por fuera ponen la sonrisa angelical de ¿qué hay de malo en ello?. La que ya no era fácil de adivinar era la del Gobierno vasco, a condición de que se pueda calificar de ingenua su actitud. Resulta que, al poco de producirse la noticia, la portavoz del Gobierno vasco, Miren Azkarate, celebraba el gesto de Carod de una manera cuando menos irresponsable, aplaudiendo que se produjeran iniciativas como ésa y deseando que hubiera más. Ya estoy viendo excursiones enteras dispuestas a entrevistarse con ETA. De aquí a poco las agencias de viajes incluirán paquetes con visita, negociación y sesión de fotos con los cabecillas de la banda para reírse de paso del CNI. ¿Por qué no? Si, como ha dicho la portavoz, lo que importa es el gesto y no los resultados, cuanta más gente se acercara al santuario terrorista más parecería que se estaba tratando de solucionar el contencioso.
Desgraciadamente, la portavoz olvida que el propio contacto ya es un resultado, y no muy defendible ni moral ni políticamente porque otorga legitimidad a la banda. Pero todavía es peor que Miren Azkarate apoye su tesis en el Pacto de Ajuria Enea donde según ella «se defendía un fin dialogado de la violencia». Sólo desde una interpretación abusiva se puede querer leer tal cosa. El texto del Pacto reconocía sin ambages que no puede haber contrapartidas políticas por el cese de la violencia, al mismo tiempo que admitía la «necesidad e importancia de la acción policial» en la erradicación de la misma y pedía que depusieran su actitud quienes tuviesen que ver con ella. Sólo después de estas premisas se habla, condicionalmente, de lo que Azkarate toma por una verdad tajante. Podrá haber, se dice textualmente, un final dialogado de la violencia si se produce «una clara voluntad de poner fin a la misma» y se mantienen actitudes que lo confirmen. El resto son milongas o tal vez deseos de tomar a los demás por ingenuos.
Con su acto, Carod se habrá bautizado a su vez como efecto. Porque de ahora en adelante su nombre irá asociado a la actitud de tomar por tontos a los demás tomándose fingidamente uno por tonto. ¿Y no se parece esto demasiado a la peor de las arrogancias?
Javier Mina, EL PAÍS/PAÍS VASCO 2/2/2004