José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Sánchez incurrió el lunes (28 de febrero) en un error de cálculo y lo rectificó el miércoles (2 de marzo). Borrell y la presión de Bruselas evitaron que nuestro país encallase
Fueron las 36 horas que cambiaron el desairado papel de España en el concierto internacional. A las 21:35 del lunes 28 de febrero, Pedro Sánchez aseguraba en TVE que nuestro país no enviaría directamente armamento ofensivo a Ucrania para defenderse de la invasión rusa. El presidente del Gobierno aclaró que la ayuda española era humanitaria (cascos, chalecos, mascarillas) y que su participación en el Fondo para el Apoyo a la Paz de la Unión Europea (500 millones de euros) resultaba suficiente para financiar los suministros armamentísticos que se considerase oportuno para los resistentes ucranianos. El jefe del Gobierno español situaba así a España en la retaguardia de Europa.
A las 22:05 de la noche de ese lunes, el Gobierno español había protagonizado la posición menos europeísta de su historia desde 1986; la más reticente y la menos decidida. Los ministros de Podemos mostraron esa misma noche su satisfacción por el desmarque de la UE que atribuían a su influencia en el Gobierno. Pero, en palabras de un alto cargo en Bruselas, escuchada la entrevista del presidente, nuestro país se había convertido “en el paria de la UE, impensable —añadía— en el Estado que dispone del cuarto PIB de la Unión”.
Al día siguiente, martes, 1 de marzo, 12 horas después de la entrevista de Sánchez en TVE, algo inesperado ocurrió. Josep Borrell, exministro de Asuntos Exteriores y Cooperación en la anterior legislatura española y a la sazón alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, subió a la tribuna del Parlamento Europeo y pronunció un discurso de inspiración ‘churchilliana’.
“Nos acordaremos de quienes no están a nuestro lado”, afirmó el político catalán. “La Unión no va a cambiar derechos humanos por gas”, continuó. “No vamos a abandonar la defensa de nuestros derechos humanos y nuestra libertad porque seamos más o menos dependientes de Rusia”. Y continuó: “No podemos seguir confiando en que apelar al Estado de derecho y desarrollar relaciones comerciales van a convertir el mundo en un lugar pacífico”. Enfatizó: “Las fuerzas del mal (…) siguen vivas y frente a ellas tenemos que demostrar una capacidad de acción mucho más poderosa, mucho más consistente y mucho más unida que la que hemos sido capaces de hacer hasta ahora”. Y remató: “Este momento trágico debe impulsarnos a unirnos más”. Ese mismo día, Sánchez y Borrell mantuvieron una conversación de sustancial importancia.
Horas después del discurso, los Estados miembros de la Unión aprobaban una tanda de contundentes sanciones a Rusia, al mismo tiempo que más gobiernos anunciaban suministros bilaterales de armas letales a las fuerzas ucranianas resistentes, además de desplazamientos de efectivos militares para tomar posiciones de defensa en las fronteras del este de Europa, lindantes con Ucrania. El papel de España se alineaba en ese momento con el de Irlanda y Austria.
“¿Qué ocurre en Madrid?”, se preguntaba de forma audible uno de los comisarios más relevantes de la UE. “¿No le basta a ese Gobierno que la Unión haya puesto a disposición de España 140.000 millones de euros para recuperarse de la pandemia, la partida más importante después de la italiana?”. “¿Cree el señor Sánchez que nos vamos a olvidar de su repliegue [sic] en el que pesa más la estabilidad de su Gabinete que el compromiso con nuestra civilización de valores?”.
Estas preguntas —contundentes reproches— llegaron a la Moncloa en catarata. Josep Borrell es, a partir de su discurso, el político español de referencia que hasta el pasado miércoles no parecía de la misma nacionalidad que Pedro Sánchez. El presidente comienza a recibir llamadas telefónicas desde Bruselas y de centros de poder e institucionales en Madrid. El martes día 1 se espera resignadamente que Sánchez ratifique su negativa a enviar armas a Ucrania de manera bilateral en su intervención en el pleno extraordinario del Congreso del miércoles día 2.
En las 36 horas precedentes al pleno parlamentario, el presidente del Gobierno, sin embargo, altera por completo su discurso. Ha entendido —él lleva directamente las decisiones en esta crisis— que su intervención televisiva ha sido un grave error de cálculo. El giro se lo comunica a la vicepresidenta Yolanda Díaz, que lo entiende y le apoya; encarga a Albares, responsable de Exteriores, que transmita la nueva posición a la ministra Belarra, líder formal de Podemos, que se opone y advierte a su entorno de que discrepará públicamente. Isabel Rodríguez, ministra portavoz y de Política Territorial, conoce esa noche el discurso del presidente.
A las 9:03 de la mañana del miércoles día 2 de marzo, Pedro Sánchez, en los primeros compases de su intervención ante el pleno del Congreso, verbaliza su nueva decisión: enviará armas a Ucrania directamente y declarará a Rusia “paraíso fiscal”. Antes, la Cámara, en pie, dedica un sostenido aplauso de solidaridad al encargado de negocios ucraniano en Madrid que asiste a la sesión, Dmytro Matiuschenko. El presidente justifica su cambio de criterio en que ha observado que “algunos grupos han puesto en cuestión el compromiso español con Ucrania” y él pretende la unidad. La excusa no era verdadera: la duda sobre el compromiso español provenía de Bruselas y se había expresado en la rotunda expresión de Josep Borrell el día anterior en el Parlamento Europeo (“Nos acordaremos de quienes no están a nuestro lado”) y en la decisiva conversación telefónica entre ambos.
Las palabras de Sánchez —que satisfacen a la oposición— no reciben el aplauso de las ministras Belarra y Montero, sentadas en el banco azul, y en las réplicas, la discrepancia se manifiesta abiertamente por varios socios parlamentarios del Gobierno que estaban cómodos con la mera ayuda humanitaria a Ucrania. Pero Sánchez solo ha salvado los muebles porque un ex alto mando español de la OTAN explica: “En España tenemos memoria de pez, pero en Bruselas la tienen de elefante. No van a olvidar sus dudas. Ni con ese quiebro el presidente norteamericano recuperará la interlocución directa con Sánchez, porque hasta Hungría nos ha adelantado frente a Putin”.
Pedro Sánchez fue consciente de su error inicial y rectificó en 36 horas. Ahora trata de poner en valor la aportación española, que dirige con diligencia la ministra de Defensa, y, sobre todo, la capacidad de almacenamiento y de regasificación de España, la principal de Europa, un asunto que trató con la presidenta de la Comisión el pasado sábado en la Moncloa y que en el futuro inmediato podría implicar superar la irrelevancia exterior de España si hay inversiones inmediatas en los gasoductos entre nuestro país y Francia, uno paralizado en 2019 y que exige una inversión de más de 500 millones de euros —el llamado Midcat, entre Cataluña y nuestro vecino— y el otro, que arranca de Larrau, en el municipio de Ochagavía en Navarra, y que ahora es insuficiente para transportar cantidades significativas de gas.
Sin embargo, es muy posible que en el escenario futuro ambos proyectos se aborden definitivamente y España pueda convertirse en una pieza estratégica en la diversificación energética de la Unión. Sería una contribución esencial para, después de evitar el desastre del apocamiento inicial ante la invasión de Ucrania por Rusia, acompañemos la reputación nacional a la que ha acumulado personal y políticamente Josep Borrell, auténtico líder europeo en la actual tragedia que nos azota.
El domingo, en la reunión extraordinaria del comité federal del PSOE, Sánchez anunció un ‘Plan de respuesta a la guerra’ y espetó a sus socios morados que “no ha faltado diplomacia, sino que ha sobrado agresión”. Ayer comenzaron las conversaciones para un ‘pacto de rentas’. Más vale que Yolanda Díaz culmine su proyecto, porque no será posible que los actuales dirigentes de UP pisen de nuevo la alfombra del poder. Europa ha cambiado y ha hecho que hasta Sánchez haya cambiado también. Menos mal que Núñez Feijóo está a las puertas de la calle Génova 13. Con él y con un Sánchez que aterrice en la dura realidad, quizá sea posible la convergencia del PSOE y PP que este momento histórico requiere. Sobre todo si Polonia cede su aviación a Ucrania y pisamos los umbrales de una conflagración bélica generalizada.