José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Resulta inaudito que la más experta burócrata bruselense choque con la presidenta de la comisión de control de los fondos europeos contagiada de la agresividad intolerante del Gobierno
De relativa sorpresa podría calificarse la actitud política de Nadia Calviño, burócrata bruselense, mano derecha del socialcristiano luxemburgués Jean-Claude Juncker cuando presidió la Comisión de la UE (2014-2019), y ahora vicepresidenta primera y ministra de Economía y Transformación Digital del Gobierno de Pedro Sánchez. Sin carné del PSOE, Calviño desembarcaba en 2018 en el Ejecutivo con la vitola de persona competente (sigue siéndolo, según quienes tienen criterio para discernir esa cualidad), moderada en sus planteamientos y con bajo perfil ideológico. Aunque de orígenes familiares vinculados con el socialismo, tantos como para sentirse cómoda en un Gobierno del PSOE —no con una coalición con Unidas Podemos—, parecía compatible y con una buena interlocución con sectores muy diferentes, especialmente financieros y empresariales.
Pero Nadia Calviño se ha ido deslizando —acaso sin reparar en ello, mimetizada en el discurso falsamente progresista del Consejo de Ministros— hacia un terreno en el que ya no es reconocible como antaño. La ha atrapado el efecto Pigmalión, que en psicología es aquel en el que una persona transforma a otra a través de una influencia perseverante. O sea, que Pedro Sánchez ha logrado convertirla en algo cercano a una partidaria acérrima de sus políticas, sean cuales estas fueren, más allá de la económica. Desde la bancada gubernamental en el Congreso, Calviño es capaz de defender cualquier cosa. No ha tenido en cuenta, sin embargo, que ostentar el cargo de vicepresidenta primera, según la Ley de Gobierno de 1997 (artículo 3), es un significante vacío que llena la libérrima voluntad del presidente y que el verdadero vicepresidente primero de este Gabinete es el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños.
Resulta inaudito que la mejor conocedora de los pasillos bruselenses en Madrid se haya enfrentado a la bávara Monika Hohlmeier —hija del legendario primer ministro de Baviera Franz Josef Strauss (1915-1988)—, que es la presidenta de la comisión de control del Parlamento Europeo sobre la gestión de los fondos de la UE, que, de visita inspectora en España, le ha recriminado públicamente que filtrase la misiva que la ministra le había enviado en la que le explicaba que las administraciones responsables de las deficiencias en la adjudicación de los fondos europeos eran las autonómicas. La alemana se ha lamentado igualmente de que no pueda mantener una conversación con la cesada Rocío Frutos Ibor, sustituida en la Dirección General del Plan y del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia en el Ministerio de Hacienda en octubre pasado por Jorge Fabra.
Al parecer, Frutos estaba en desacuerdo con la gestión de los fondos y de eso, precisamente de eso, quería hablar Monika Hohlmeier. Tampoco la ministra de Industria, Reyes Maroto, a un tris de salir del Gobierno para disputar a Almeida el Ayuntamiento de Madrid, ha querido entrevistarse con la delegación del Parlamento Europeo. Y otra cuestión: la comprobación del funcionamiento informático del sistema de control de los fondos es asunto controvertido. Por todo ello, las terminales mediáticas del Gobierno están recibiendo a la delegación parlamentaria con fuego a discreción, hasta llegar a la afirmación de que el padre de Hohlmeier —Strauss— fue “nazi”, una apreciación que —sobre no venir a cuento— es mucho más que cuestionable. Pero todo vale.
No tiene un pase que en materia tan delicada Nadia Calviño haya utilizado mañas impropias ante una presidenta de la comisión de control del Parlamento Europeo como Hohlmeier, que debe informar sobre la gestión de todas las administraciones públicas españolas. Este choque entre Calviño y la parlamentaria alemana se une al de otra vicepresidenta —Teresa Ribera— con el embajador francés (o sea, con el Gobierno de Emmanuel Macron) a cuenta del hidroducto H2Med, tal y como en El Confidencial del pasado día 17 contaban Marcos Lema, Juan Cruz Peña y Nacho Alarcón.
Un incidente a poco más de un mes —el 19 de enero pasado— de la celebración en Barcelona de la XXVII cumbre franco-española en la que se firmó el Tratado de Amistad y Cooperación entre los dos países. ¿También Ribera atrapada por el efecto Pigmalión? Podría ser, porque en este Ejecutivo solo queda una reserva de buen criterio, moderación y sensatez en el ministro de Agricultura, Luis Planas, que no ha quedado absorbido por ese progresismo pugnaz y deslenguado que está triturando la reputación de Nadia Calviño, ya no solo en España.
Es comprensible el nerviosismo gubernamental. Casi todo le está saliendo mal. Y ahora también empieza a torcerse la política exterior: Francia no secunda el acuerdo hispano alemán del hidroducto, Argelia persiste en su boicot comercial a España, no hay explicaciones sobre la ausencia de Sánchez en la Conferencia de Seguridad de Múnich de la pasada semana, no se ha restablecido la aduana de Melilla ni establecido la de Ceuta y ahora resulta que la ministra Calviño enemista al Gabinete con la delegación que debe dictaminar sobre el buen manejo de los fondos europeos. Así vamos muy mal.
Los empresarios, los profesionales, los fondos financieros y otros ámbitos sociales esperaban de Nadia Calviño una actitud diferente a la que ha demostrado en el último año, que, además de intemperancia, ha incluido ceses y remociones —por ejemplo, en el INE— que permiten la consideración de que la que fuera gran funcionaria de la Unión Europea sea ahora una de las ministras más politizadas y tan ruda como otras. Serpiente de invierno-primavera en Madrid: la vicepresidenta primera podría ser una alternativa al propio Sánchez si el secretario general del PSOE viera el horizonte cerrado cuando llegue el momento electoral. Es una hipótesis verosímil.
Lo seguro es que Nadia Calviño ha sido reeducada en las artes políticas de Pedro Sánchez: su Pigmalión. Para ser justos: muchos de sus otrora adversarios han sido devorados por este efecto, desde Óscar López y Antonio Hernando —en su Gabinete— hasta Patxi López, rescatado de la nada. Calviño no necesitaba meterse en el chapapote de esta coalición. No hay ya dónde poner los ojos.