José Antonio Zarzalejos-EL CONFIDENCIAL
- Los empresarios vascos y catalanes son conscientes de que han perdido el liderazgo y escuchan a Feijóo en Barcelona y a Ayuso en Vitoria. El centro y el sur de España se tragan a Sánchez
En mayo de 1922 —hace un siglo— se publicó ‘España invertebrada’, de Ortega y Gasset. La relectura del ensayo es agridulce. No ha envejecido bien, salvo en algunos de los aspectos que Ortega entendía como idiosincráticos de nuestro país, como la ‘ausencia de los mejores’ y el protagonismo de lo popular en España sobre el de sus elites. En aquellos años de descomposición del régimen de la Restauración y anunciadores de la II República, la cuestión territorial (el porqué de los separatismos, el particularismo impenitente) resultaba tan obsesiva como ha venido siendo 100 años después en nuestro país.
Sin embargo, se está consolidando una nueva realidad de España de extraordinaria importancia. La conjunción de las políticas del nacionalismo vasco y catalán —en sus expresiones moderadas y radicales— está deteriorando la hegemonía del norte y del noreste del país y consolidando el centro y el sur como los nuevos espacios territoriales y sociales de prosperidad y vanguardia. En otras palabras, la desvertebración que sobre el conjunto de España ejerció el eje Bilbao-Barcelona se ha sustituido por la vertebración del país en el eje Madrid-Málaga. Sin olvidar que la ciudad andaluza y Valencia inciden desfavorablemente en la capital catalana.
La referencia a las ciudades y no a las comunidades autónomas tiene que ver con que este es el siglo de las grandes urbes: concentran la demografía, protagonizan los episodios tecnológicos y culturales de vanguardia, acogen sociedades abiertas y cosmopolitas y ejercen un fortísimo liderazgo político. En su momento, las capitales de Cataluña y del País Vasco fueron polos de referencia. Ahora su liderazgo ha disminuido tanto por lo que se observa como por lo que se escucha a sus agentes sociales.
Barcelona es consciente de su contracción. Sus empresarios ya denuncian la “apología del decrecimiento” a la que se han enganchado el nacionalismo secesionista y el populismo izquierdista. La nota de opinión del Círculo de Economía del pasado año (octubre de 2021), que desarrolla por largo este fenómeno de achicamiento de las expectativas de prosperidad, se ha reiterado este mayo de 2022 con distintas palabras por el presidente de la entidad. Su discurso fue tan revelador como la acogida a Núñez Feijóo, que hizo ante la burguesía empresarial catalana un inteligente discurso pocas horas antes del frío y rutinario de Sánchez.
En Bilbao, la publicación en ‘El Correo’, el pasado 6 de abril, del informe del foro de expertos Zedarriak fue demoledora por realista: «No estamos precisamente para sacar pecho», dice el análisis y «hemos perdido liderazgo», sentencia. Se constata la deslocalización industrial (Siemens Gamesa ha trasladado su sede de la capital vizcaína a Madrid), no se atrae a profesionales de «alta cualificación» y el «déficit demográfico en apenas unos años será un hándicap importante». Como ocurriera con el presidente del PP la semana pasada en Barcelona, dos centenares de empresarios se reunieron en Vitoria el 8 de abril para escuchar a Isabel Díaz Ayuso: “Serán más felices en Madrid y pagarán menos impuestos”, les dijo la presidenta autonómica.
Frente a ese eje Bilbao-Barcelona que venía representando la pujanza, ha surgido otro, en el centro y sur de España, que está representado por las ciudades de Madrid y de Málaga. Ambas registran unas variables demográficas, empresariales y culturales apabullantes, extendiendo su influjo en las dos regiones, la madrileña y la andaluza. Quintaesencian ambas urbes el éxito de sus sociedades civiles, pero su fuerte emergencia se explica también por el modelo de las políticas de sus respectivos gobiernos autonómicos y municipales, ambos del PP, y que han adquirido un sentido alternativo a las que propugna Sánchez, que ha vinculado a la izquierda con los secesionismos desde una posición de subordinación del Gobierno a sus planteamientos divisivos y retroprogresistas. Estos últimos cuatro años han acelerado la dinámica de sustitución territorial en la tracción del progreso en nuestro país.
François Mitterrand, un socialista escasamente admirable, afirmó que “el nacionalismo es la guerra”. Se trataba de una metáfora que remitía al enfrentamiento y exclusión. Les sugiero la lectura del prólogo de la reedición de ‘El bucle melancólico’, de Jon Juaristi, publicado en El Confidencial el pasado domingo, porque en breves líneas y con palabras directas se encuentran las claves de por qué el nacionalismo en sus expresiones más variadas encierra un potencial destructivo particularmente letal.
La dinámica virtuosa de España ya no está en el norte vasco ni en el noreste catalán. O, para mayor exactitud, no lo está como pudo estarlo hace tres lustros. Ocurre que el Gobierno de coalición de Sánchez se ha desentendido de la realidad española y se ha instalado en la burbuja ideologizada para mantenerse en el poder a costa de engordar a sus aliados allí, mientras la otra España —ahora vertebradora de una concepción alternativa de la nación— iba a lo suyo, abriendo puertas, levantando persianas y manejando las crisis con resultados mejores que los obtenidos por el propio Gobierno en su ámbito y de otras comunidades.
La derrota de Sánchez se comenzó a fraguar el 4 de mayo de 2021 en Madrid, siguió en Castilla y León y continuará el 19 de junio en Andalucía. El cambio de ciclo ha alcanzado el punto de inflexión con la crisis de las escuchas, que merecería el cese de Bolaños, aunque la que pueda caer sea Esteban y, acaso, Robles. Es un capítulo de la legislatura absolutamente decisivo. Por supuesto que el presidente puede llegar a finales de 2023. Incluso es probable que lo haga. Le basta bajar aún más los grados de congelación del Congreso, prorrogar los presupuestos de 2022 y trampear con improvisaciones.
Pero Sánchez ya sabe que —salvo un acontecimiento difícilmente más extraordinario de los que hemos registrado— el eje Madrid-Málaga se lo traga electoralmente porque Bilbao y Barcelona presentan unos síntomas de merma política, social y económica tan evidentes como su progresivo desafecto hacia una izquierda populista (la suma de PSOE y UP) que está desacompasada de la marcha de la mayoría social de España.