EL CORREO 17/12/13
FLORENCIO DOMÍNGUEZ
El primer aniversario del Gobierno de Iñigo Urkullu ha coincidido con la presentación por parte del presidente catalán, Artur Mas, de las preguntas que pretende plantear en un referéndum independentista el año que viene. La radicalización soberanista catalana se puso encima de la mesa con toda su crudeza cuando los partidos vascos estaban en plena campaña electoral en 2012. Desde ese mismo momento, el entonces candidato a lehendakari del PNV mantuvo las distancias con lo que ocurría en Cataluña y no se dejó llevar por la pasión soberanista de Mas.
En otras ocasiones, el nacionalismo vasco había secundado propuestas radicales procedentes de Cataluña. Así ocurrió, por ejemplo, en 1990 cuando el Parlamento vasco aprobó una declaración a favor de la autodeterminación después de que el legislativo catalán hubiera hecho lo mismo.
En el último año, sin embargo, los vasos comunicantes no han funcionado entre CIU y el PNV. Los nacionalistas de Urkullu, por un lado, tenían fresca la lección de lo que podía ocurrir con una radicalización mal calculada después de la experiencia que les había tocado vivir en la etapa de Ibarretxe y no estaban dispuestos a repetir el error. Por otra parte, el PNV percibía que un componente importante de la insatisfacción catalana tenía que ver con el modelo de financiación y que eso no guardaba ninguna relación con el caso vasco basado en el Concierto Económico y el Cupo. No había paralelismo posible entre la situación catalana y la vasca en este campo, así que Iñigo Urkullu y su partido han optado por mantener las distancias, expresar su respeto a las actuaciones de Artur Mas y de CiU, pero no secundar su estrategia.
Las relaciones entre el PNV y Convergencia, probablemente, se han enfriado este año. Al partido de Mas no le ha gustado alguno de los pronunciamientos del nacionalismo vasco en este tiempo. Por otro lado, el PNV sigue esperando a que CIU aclare la política de alianzas con las que concurrir a las elecciones europeas. Convergencia quiere un pacto con ERC para evitar el riesgo de que se constate que el partido de Oriol Junqueras le gana por vez primera en unas elecciones. ERC, sin embargo, está negociando con la izquierda abertzale y otras fuerzas para presentarse juntos. A falta de cinco meses para las elecciones, el PNV sigue sin saber si CiU va a volver a ser su socio o por vez primera no concurren juntos a las europeas.
Bien distinta es la actitud de la izquierda abertzale que está entusiasmada con el proceso catalán hasta el punto de que, después de ver la cadena humana celebrada el 11 de septiembre, ha pasado a hablar de la ‘vía vasca’, copiando el concepto de la ‘vía catalana’, y a convocar otra cadena humana entre Pamplona y Durango. El ejemplo catalán entusiasma a los dirigentes de la izquierda abertzale y a sus bases. Les gusta la actitud desafiante de los políticos nacionalistas ante la autoridad del Estado, les gusta la aparente implicación social en la convocatoria de movilizaciones y les gusta la unión de partidos nacionalistas. Les gusta lo que hacen los catalanes, pero que no consiguen hacer ellos mismos.