EMILIO CONTRERAS-El Debate
  • Felipe González sí pudo explicar en su día su envaine sobre la OTAN, porque la rectificación obedecía a los intereses de España; lo de Pedro Sánchez con la amnistía sólo responde a su interés personal
Noviembre de 1981. Mitin multitudinario del Partido Socialista Obrero Español en la Ciudad Universitaria de Madrid contra la petición de ingreso en la OTAN presentada por el gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo. Un cuarto de millón de personas corea con fervor «OTAN no, bases fuera». Los máximos dirigentes del partido se comprometen a convocar un referéndum en cuanto lleguen al poder para que el pueblo español pueda revertir con su voto la decisión del presidente centrista y sacar a España de la Alianza Atlántica.
Esta posición del Partido Socialista conectaba con un sentimiento antinorteamericano que subyacía en una parte de la sociedad española desde hacía 80 años por la humillación a la que Estados Unidos había sometido a nuestro país en Cuba. Continuó con el apoyo americano al régimen de Franco y siguió con la afinidad ideológica de los comunistas españoles con la Unión Soviética, cuyos votos el PSOE aspiraba a arrancar al PCE.
Los dirigentes socialistas sabían que con esa estrategia navegaban a favor del viento de sus intereses electorales. El slogan «OTAN, de entrada No» campó a sus anchas en los meses siguientes, junto con la promesa del referéndum. En las elecciones del 28 de octubre de 1982 el PSOE barrió con 202 diputados –el PCE sólo obtuvo 4– y eran muchos los que esperaban que abriera con urgencia la puerta de salida de la OTAN.
Pero pasaron tres años y la puerta seguía cerrada. El gobierno socialista aspiraba a que España ingresara en la Unión Europea y a tener una presencia activa en los organismos internacionales en los que los países occidentales, liderados por Estados Unidos, jugaban un papel clave. Pronto la realidad se le vino encima y comprobó que no era posible separar las ventajas políticas y económicas de las obligaciones militares. Era un paquete en el que todo iba incluido: si se entraba en la UE había que participar en la defensa militar de la Europa democrática frente al enemigo soviético.
Felipe González, presidente del gobierno y secretario general del PSOE, hizo sus cálculos y cogió el toro por los cuernos: España debía permanecer en la OTAN. Convocó un referéndum para que los españoles decidieran con su voto, y explicó los motivos de su cambio radical de opinión con una campaña en la que se empleó a fondo. Pasó de «OTAN, de entrada No» a «Vota SÍ en interés de España». Y el 12 de marzo ganó el referéndum con el «sí» del 56,85 por ciento de los votos.
Cuarenta años después, Pedro Sánchez, también presidente del gobierno y secretario general del PSOE, ha estado sosteniendo con rotundidad durante años que nunca concedería la amnistía a los dirigentes de Esquerra y Junts por la intentona separatista de octubre de 2017. «Ni el referéndum ni la amnistía son posibles» dijo en mayo de 2022; «No a la amnistía» afirmó el 20 de julio, sólo tres días antes de las elecciones. La nueva vicepresidenta primera del gobierno fue contundente hace un año: «La amnistía no es constitucional». Salvador Illa, máximo dirigente socialista catalán, en enero de 2022: «Ni amnistía, ni referéndum, ni nada de eso». La lista sería interminable.
Pero tras la noche electoral, el cambio fue radical y fulminante. Pedro Sánchez decidió conceder la amnistía a los separatistas a cambio del apoyo a su investidura. Y no hay que descartar que acabe indultando a los terroristas con delitos de sangre. A diferencia de Felipe González, ha dado la espalda a los electores y ha rechazado concederles la palabra en un referéndum para que ratifiquen o rechacen con su voto el giro copernicano en sus pactos postelectorales. Es más, en su carta de fin de año a los militantes socialistas, ni siquiera aparece la palabra amnistía porque de lo que no se habla no existe.
Cuando se acusa al presidente de haber engañado a los votantes responde: «No son mentiras, son cambios de opinión» dejando en mantillas a los cínicos de la Grecia clásica. Y cuando Felipe González o Alfonso Guerra le critican, se les envía al desván de la Historia con el sanbenito de que son la «vieja guardia».
Una vieja guardia que cogió un Partido Socialista con 500 militantes en 1973 y nueve años después consiguió 202 diputados. Se les desprecia, pero su peor resultado, tras más de trece años de gobierno, fue 141 diputados en 1996, y el mejor resultado de quienes ahora los descalifican ha sido 121 diputados hace cinco meses.
Aunque nunca les he votado, tengo que reconocer que los despreciados como ‘vieja guardia’ tuvieron el valor y el cuajo de comparecer ante sus votantes para pedirles su apoyo a un cambio radical que iba en contra de lo que habían prometido, pero a favor de los intereses de España, como el paso del tiempo ha demostrado. Y sus sucesores de cuarenta años después no tienen el valor de hacerlo ahora porque saben –y el pueblo soberano también– que el cambio radical sólo obedece a sus intereses personales para conseguir el poder y mantenerse en él. Temen la respuesta del pueblo en un referéndum.
La ‘vieja guardia’ socialista no engañó a sus votantes, y quienes ahora la desprecian, sí.