Luis Ventoso-ABC
- Con un Gobierno de republicanos que desprecian el modelo de la Transición, al final…
En las monarquías parlamentarias de las grandes democracias las relaciones de los reyes con los jefes de Gobierno se mantienen siempre dentro de la corrección institucional. Pero con el tiempo acaba trascendiendo que el monarca siente mayor afinidad personal por unos gobernantes que por otros. Por ejemplo, siempre se ha contado que a Isabel II le agradaba el premier laborista de la era beatle, Harold Wilson, pero se le atragantaban los despachos con Margaret Thatcher, más envarada. En España es sabido que Juan Carlos I alcanzó su mayor afinidad con González y que no acabó de congeniar con Aznar. Pero esas sintonías o lejanías emocionales nunca pueden comprometer el rol constitucional que corresponde a cada una de las partes, perfectamente
reglado. Y ese elemental acuerdo, base de las democracias parlamentarias, está siendo saboteado en España por Sánchez y su Gobierno. Hasta ahora este problema era como un elefante escondido bajo la alfombra de la habitación. Aunque conocido, se prefería no mirar. Pero ayer el elefante comenzó a danzar sobre la alfombra y se evidenció una fisura institucional. El Rey transmitió a Lesmes, el jefe de los jueces, su pesar por el veto del Gobierno a su presencia en Barcelona. Acto seguido, dos miembros de la rama podemita del Ejecutivo, Iglesias y Garzón, acusaron a Felipe VI de «maniobrar contra el Gobierno democráticamente elegido e incumplir la Constitución».
El trato de Sánchez hacia el Rey no ha resultado normal. Nunca un presidente había usurpado con tal facundia labores de representación que corresponden al Jefe del Estado -véase el ninguneo en la Cumbre del Clima- y nunca lo había tratado con tal displicencia (véase el modo en que desdeña los despachos con él). Ha habido fallos protocolarios, tendentes a situar al presidente por encima del Rey. Sánchez envió a Felipe VI a Cuba, a 7.000 kilómetros, mientras anunciaba su coalición de Gobierno con Podemos. Minimizó la figura del Rey en la crisis del coronavirus, hasta el punto de que el Jefe del Estado hubo de promover una gira junto a la Reina por todas las comunidades (demostrando unos reflejos de cercanía y humanidad de los que ha carecido el presidente). Por último, el Gobierno presionó para forzar a Felipe VI a aceptar lo que en la práctica está siendo un exilio de su padre.
Pero el asunto que realmente envenena la relación es otro. El hito del reinado de Felipe VI ha sido su oportuno discurso del 3 de octubre de 2017, cuando atendiendo al anhelo de la mayoría de los españoles llamó a reponer el orden constitucional en Cataluña. Pero Sánchez se mantiene en el poder con el apoyo de los partidos antiespañoles y anticonstitucionales que promovieron el golpe que el Rey llamó a frenar. Esa incongruencia insalvable entre Felipe VI y su presidente tenía que acabar aflorando. Y ha sucedido. La solución pasaría porque Sánchez reconsidere su comportamiento y cumpla sus rotundas promesas del mes pasado en defensa de la monarquía parlamentaria y la Constitución. Pero la palabra de este presidente vale lo que vale…