EL CONFIDENCIAL 21/05/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· El que fuera miembro de la organización terrorista ETA no es nadie ya en Euskadi. Las condiciones en el País Vasco sepultan a la izquierda ‘abertzale’ que pretende representar
De no haber sido por la errónea y judicialmente revocada decisión gubernativa de prohibir la exhibición mañana en el Calderón de la bandera independentista catalana, no se habrían diluido las consecuencias del doble fracaso que significó, el pasado miércoles, la visita de Arnaldo Otegi a Barcelona. Además de participar en el malestar que provoca que un personaje de la catadura de Otegi sea agasajado por la presidenta del Parlamento catalán y por algunos de los partidos en él representados, es preciso profundizar más sobre un episodio que, en realidad, acredita dos impotencias: la del dirigente de Sortu de conseguir en el País Vasco lo que logra fuera de él -en Cataluña-, y la de sus anfitriones, que para mantener la agitación y propaganda del declinante proceso soberanista han de acudir a un “referente” como el que significa el exconvicto Otegi.
El que fuera miembro de la organización terrorista ETA no es nadie ya en Euskadi. Las condiciones políticas en el País Vasco sepultan a la izquierda ‘abertzale’ que él pretende representar. Veamos algunos datos: el lendakari Urkullu -es decir, el PNV- ha pedido perdón (junio de 2015) por la falta de “inteligencia emocional” y la reacción tardía de las instituciones vascas para con las víctimas de ETA, al tiempo que requería -y sigue haciéndolo- la disolución de la banda.
Más: una investigación entre universitarios de Deusto, la UPV y Mondragón acredita que los jóvenes vascos han “olvidado” hasta lo que fue la ‘kale borroka’ y se muestran radicalmente críticos con el asesinato y la violencia. Más aún: el dirigente abertzale Hasier Arraiz ha pactado con el fiscal del TSJE una condena de dos años reconociendo su delito (pertenencia a ETA a través de la ilegal Batasuna), asumiendo, pues, sin pelea jurídica ni fáctica su condición de delincuente. Ayer se despidió, por inhabilitación, de la Cámara vasca con un acto de contrición. Por si fuera poco, el terrorista arrepentido Joseba Urrusolo Sistiaga (en su momento, un asesino en serie) ha declarado a ‘El País’ del pasado 16 de mayo que la izquierda ‘abertzale’ “tiene que decir que ETA desaparezca”.
Ni por asomo el Parlamento vasco habría dispensado un homenaje a este personaje como lo hizo el catalán y todos los grupos menos Ciudadanos, PSC y PP
Además de esas circunstancias resistentes al discurso de Otegi -que le hace irrelevante en la comunidad vasca- están los datos objetivos. La izquierda ‘abertzale’ fue arrasada en las municipales de mayo de 2015 y desalojada de las instituciones locales y forales; el 20-D se quedó en un magro 15% de voto popular con solo 2 escaños, siendo superada por Podemos que logró el 25,97% y 5 escaños, con más sufragios que el PNV y un escaño menos. La última encuesta de la radio-televisión pública vasca augura a la izquierda ‘abertzale’ -que está en un proceso de escisión interna- no más del 15% y, de nuevo, dos escaños, en tanto que predice que Unidos Podemos obtendrá el 28,8% y 6 diputados.
La izquierda ‘abertzale’, por lo tanto, es especialmente minoritaria, está siendo depredada por Podemos y Otegi -con lo que significa de pasado inaceptable- disminuye sus posibilidades y le impide reponerse. Ni por asomo el Parlamento vasco habría dispensado un homenaje a este personaje como lo hizo el catalán y todos los grupos menos Ciudadanos, PSC y PP. Tuvo que enjugar en la comunidad catalana su fracaso, y el de la izquierda ‘abertzale’, en su propia tierra. Que este otoño será gobernada, seguramente, por el PNV con apoyo del PSE y, si fuera preciso, el PP, pero nunca con el respaldo de Bildu-Sortu.
Pero el segundo fracaso -el del independentismo catalán- no es menor que el de Otegi. El proceso atraviesa por una debilidad extrema. La tripleta Puigdemont, Junqueras, Mas no funciona en absoluto; tampoco la coalición (ERC-CDC) de Junts pel Sí, la CUP introduce de manera constante contradicciones en la situación política y el secesionismo no ha logrado internacionalizar su reclamación (el fracaso de los periplos exteriores del presidente de la Generalitat está a la vista, incluida su entrevista con el escocés Salmond).
El trayecto independentista no está precisamente sano sino que presenta patologías internas muy graves, siendo una de ellas recurrir a Otegi
Las encuestas siguen primando a la izquierda de Podemos y de ERC sobre los convergentes -hoy es su supersábado por las primarias para la lista del 26-J, comicios en los que va a recuperar sus siglas- y se barajan ya fechas para elecciones -otoño de 2016 y primavera de 2017-, mientras Cataluña sigue sin Presupuesto y no se han materializado las leyes de transición, al tiempo que corren estérilmente para sus propósitos los 18 meses como tope para iniciar el proceso constituyente. Además -dato importante- la Asamblea Nacional Catalana se muestra divida ante la elección de su presidente.
En estas circunstancias, el proceso necesita agitación y propaganda. Era esperable que fuera de alguna calidad democrática y de cierto nivel moral. El recurso a Otegi demuestra hasta qué punto el secesionismo está sin pulso y afectado de una grave distorsión cívica e, incluso, ética. Como la excusa no pedida es casi siempre una acusación, la “sana envidia” por el proceso catalán que expresó Otegi, manifiesta un diagnóstico engañoso. El trayecto independentista no está precisamente sano sino que presenta patologías internas muy graves, siendo una de ellas recurrir a Otegi como remedo de un Mandela para avalar sus propósitos de secesión. Otra, la intención monolingüe catalana que exige reflexión aparte.
De ahí que no sea en absoluto extraño que, pese a lo que se diga en público, en privado desde el País Vasco se haya contemplado la visita de Otegi a Barcelona con auténtica perplejidad. En el fondo, muchos catalanes, más o menos silentes, saben que el miércoles pasado, el proceso soberanista recibió un gancho en el hígado y que se lo propició la indeseable figura política de Otegi, que si ciudadano ya libre -aunque inhabilitado- carece de cualquier atributo para merecer el trato que le dispensaron unos independentistas catalanes que sobreviven con improvisaciones, aprovechamiento de errores ajenos y unas dosis excesivas de voluntarismo.