Ignacio Camacho-ABC
- La posibilidad de un armisticio inmediato ha pillado a la izquierda a trasmano. Incluso con indisimulado desencanto
 
El aplazamiento de la votación del embargo de armas a Israel «por sensibilidad» con el aniversario del siete de octubre fue un mero pretexto: se trataba de ganar tiempo para tratar de convencer a Podemos. Y los socialistas lo lograron, en efecto, por persuasión –léase contrapartidas no explícitas– o porque los diputados morados decidieron que sus votantes no iban a entender otro varapalo al Gobierno a cuenta de un asunto tan relevante para ellos. Quizá por las dos razones a la vez, lo cierto es que votaron a favor de un decreto que la víspera habían calificado de ‘coladero’. Que lo es, desde luego, dada la existencia de una cláusula que permite saltarse el veto autoimpuesto por razones de seguridad nacional o por imponderables técnicos.
En este punto el Ejecutivo ha conservado un mínimo grado de sensatez, probablemente debida a consejos de los servicios de inteligencia y de los militares, la gente que conoce la importancia de no airear al exterior nuestras propias debilidades. La renuncia a importar material de defensa israelí, el principal y más prestigioso fabricante a escala mundial, equivale a una declaración unilateral de desarme. Si las medidas aprobadas se cumplen –los podemitas lo dudan–, la nación perderá recursos esenciales en equipamiento armado y tecnología de espionaje, y se volverá por tanto más vulnerable. La salvaguarda retráctil demuestra que Sánchez lo sabe y que ha seguido adelante por motivos táctico-electorales.
La masacre de Gaza es hoy el mejor activo político y emocional con que cuenta la izquierda para intentar un remonte de las encuestas. El rechazo mayoritario de opinión pública española a la indiscriminada, indefendible brutalidad de la invasión ha permitido al sanchismo montar una estrategia para recuperar la cohesión interna. Sobra señalar el componente de oportunismo subyacente en esta operación maniobrera que trata además de dividir aún más a los ciudadanos con una campaña de propaganda maniquea: sólo el que apoye la causa palestina y el boicot general al Estado judío está en la posición correcta, y el que no lo haga es cómplice moral de un genocidio cuyas víctimas caerán sobre su conciencia.
Ocurre que, como a la flotilla performativa-humanitaria, la negociación de un acuerdo de paz –o al menos de alto el fuego– ha pillado a estos sedicentes pacifistas a contramano. La Moncloa, orillada por su manifiesta parcialidad de cualquier papel diplomático, ha disimulado sin más remedio que anunciar su prescindible respaldo, pero los socios antisemitas no ocultan su desencanto ante la posibilidad plausible de un armisticio inmediato. Hasta parece haberles fastidiado que los terroristas de Hamás estén considerando aceptarlo y puedan acabar dejando colgados de la brocha a tantos activistas solidarios. En estas condiciones la ‘podemia’ no podía permitirse repudiar el embargo. Que se fastidie Netanyahu.