Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
  • La persistencia en obligar a Ayuso a trabajar bajo fuego amigo haría peligrar la victoria de una formación que no se puede permitir decepcionar de nuevo a sus potenciales votantes

Los titulares de los principales periódicos y de los informativos de los grandes canales de televisión deberían en estos días ocuparse en exclusiva de los presupuestos inverosímiles de Pedro Sánchez y del saqueo del erario al que se disponen ufanos los separatistas, de la imposición de una normativa laboral sensata por parte de Bruselas condenando al ridículo las húmedas fantasías comunistas de la ministra de Trabajo y de la recomendación europea de incorporar la energía nuclear al mix capaz de combatir el cambio climático y de paso abaratar el precio del kilovatio-hora eléctrico. Sin embargo, estas noticias, netamente desfavorables a las tesis sostenidas por la izquierda y suministradoras de viento favorable a la eventual alternativa a la coalición del puño, la rosa, la hoz y el martillo -pobre rosa, no la toquéis más que así es ella, estrujada por tanto símbolo totalitario-, ceden terreno ante el morbo provocado por el conflicto interno del PP en torno a la presidencia del partido en la Comunidad de Madrid. Cuando una fuerza política a la que las encuestas empujan en sentido ascendente a la vez que su oponente va de fiasco en fiasco, se embarca en una operación tan absurda como nociva para sus intereses y, lo que es peor, para los interese generales de la Nación, además de poner a caldo a los responsables del desaguisado, cosa a la que se entregan con justificada ferocidad los columnistas hostiles al Gobierno, hay que buscar una explicación que ilumine semejante misterio.

Isabel Díaz Ayuso representa uno de los más firmes apoyos para que Casado entre en La Moncloa en la medida que le puede proporcionar un millón largo de papeletas

Una primera hipótesis apunta a un posible temor de Pablo Casado al empuje electoral y a la popularidad de Isabel Díaz Ayuso que, según esta interpretación, estaría tramando un asalto al liderazgo nacional desplazando a su actual titular. Desde esta perspectiva, los obstáculos puestos a que la presidenta madrileña una a su poder institucional el control orgánico del partido en la Comunidad que es su mayor caladero de votos, estarían destinados a frenar su ambición impidiéndole ampliar el perímetro de su influencia. Este análisis carece por completo de base. A Isabel Díaz Ayuso no se le pasa por la mente tal maniobra suicida y, por el contrario, representa uno de los más firmes apoyos para que Casado entre en La Moncloa en la medida que le puede proporcionar un millón largo de papeletas cuando dentro de dos años se abran las urnas de los comicios generales.

La segunda posibilidad radica en un mecanismo muy frecuente en política y que constituye el origen de no pocos hundimientos de organizaciones aparentemente sólidas: los celos. Visto el problema desde este ángulo, la leña que alimentaría el lío madrileño sería la envidia de determinados barones por el clamoroso éxito de su colega, que oscurece sus ejecutorias, menos rutilantes y osadas que la de la primera mandataria de la región capitalina. Estos dirigentes, resentidos ante el brillo de la estrella isabelina, envenenarían la relación, hasta ahora íntima y cordial entre Ayuso y su jefe de filas, susurrando al oído de éste maldades insidiosas que le inquieten y le enfrenten a su otrora querida pupila. Cuesta creer que presidentes de Comunidades Autónomas de larga trayectoria política y con expectativas electorales halagüeñas todos ellos en sus respectivos territorios, se entreguen a manejos tan pueriles que sólo contribuirían a su desprestigio y al debilitamiento de su causa común. Ayuso no es una amenaza para ninguno de estos presuntos intrigantes a los que, si algo aporta la inquilina de Sol, es un beneficioso efecto arrastre dada su excelente imagen en toda España.

La resurrección del marianismo

Y la tercera opción para arrojar luz sobre el embrollo madrileño de los populares descansaría en el enfrentamiento entre dos modelos políticos, uno, el de Ayuso, fuertemente ideologizado, firmemente comprometido con los principios liberal-conservadores, sin complejos ni concesiones al progresismo al uso y otro, más acomodaticio y maleable, obsesionado con avanzar hacia el centro e impregnado de precaución para no ofrecer flancos fáciles a un enemigo implacable y carente de escrúpulos. Este enfoque de las turbulencias que sacuden al PP desde hace meses es el más preocupante porque implicaría la resurrección de una fórmula probadamente fracasada, la del marianismo-sorayismo, caracterizada por la pusilanimidad, la inacción y la indolencia, amén de haber sido la puerta por la que se coló en la malhadada y trucada moción de censura el desastre que ahora padecemos.

Terminado el capítulo de las especulaciones, es obligado rematar con una conclusión que sea aprovechable en términos operativos. Lo más inteligente, llegados al nivel ya alcanzado de disgusto y desconcierto de los sectores sociales simpatizantes del PP tras semanas de estéril espectáculo cainita, es que Casado dé un golpe sobre el tablero, imponga su autoridad, disponga la celebración del cónclave regional de Madrid lo más rápido que permitan los estatutos y mantenga una exquisita neutralidad a la hora de la presentación de candidatos. Otra medida muy aconsejable es que la elección del presidente/a del PP de la Comunidad de Madrid se haga por sufragio universal de los afiliados sin componendas a posteriori de una asamblea de compromisarios, siempre susceptible de sospecha de amaño. Democracia interna pura y dura y que a quién Dios se la otorgue, San Pedro se la bendiga. Este desenlace descolocaría a los atacantes externos y a los conspiradores domésticos, demostraría seguridad en sí mismo del líder nacional, daría satisfacción a la base social y auspiciaría el cambio de signo de la mayoría en el Congreso que el creciente deterioro del sanchismo comienza a propiciar. La persistencia en obligar a Ayuso a trabajar bajo fuego amigo haría peligrar la victoria a medio plazo de una formación que no se puede permitir decepcionar de nuevo a sus potenciales votantes y condenaría a España a ser engullida por las fauces de sus peores enemigos.