José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • Emerge otra vez la figura del Rey padre, envuelto en el manto de la polémica. La Zarzuela mira hacia otro lado, incapaz de solucionar un problema que ya se eterniza

Más que un jarrón chino, que diría Felipe González, el Emérito es un cachalote varado, un enorme incordio, una presencia incómoda, una fastidiosa ausencia. Está pero no está. Un engorroso holograma, aparcado desde hace dos años en la isla de Nurai, en Abu Dabi, a la espera de una amnistía moral para el retorno o de una cadena perpetua a su extravagante exilio.

Los funerales por la Reina de Inglaterra han agitado de nuevo la farragosa polémica. ¿Qué hacer con don Juan Carlos? ¿Va o no va? ¿Estará en Londres junto a su hijo o se le anclará en su destierro como ese ‘artefacto viejo, inútil y descacharrado’, como Pla describía a la Monarquía en su Advenimiento de la República? El protagonista del azaroso esperpento ya ha despejado las dudas. Comparecerá el lunes en la abadía de Westminster en respuesta a la amable invitación del Foreingn Office en su condición de ex jefe del Estado, amén de estrecho amigo y pariente de «mi prima Lilibeth«. No representará a España, advierte la portavoz Isabel Rodríguez, con ese gesto enfurecido que ahora le obligan a ensayar.

El viernes circulaba la versión de que no iría, según las fuentes habituales. El domingo llegó la invitación. El lunes se sucedieron las llamadas y los contactos entre Zarzuela, Moncloa y el Golfo. Don Felipe no era partidario. Sánchez, menos. El Rey padre no sólo estaba por la labor sino que dejó muy claro que estaría en la iglesia acompañado de doña Sofía, la Reina madre con quien vive un periodo de sorprendente y emotiva reconciliación. Un verdadero engorro personal, familiar, político, diplomático y hasta protocolario. ¿Dónde colocarán al cachalote coronado? ¿Junto a su hijo, con quien no aparece ni en pintura (en fotografía) desde enero de 2020, cuando el funeral de su hermana doña Pilar. ¿En el coro, en un rincón oscuro de la sacristía? ¿Con quién viajará a Londres? ¿Junto a alguno de sus amigos jeques de los Emiratos? ¿En jet privado, como cuando se desplazó a Sanxenxo, lo que fue motivo de crítica y escándalo?

¿Dónde colocamos al cachalote coronado? ¿Junto a su hijo, con quien no aparece ni en pintura (en fotografía) desde enero de 2020? ¿En el coro, en la sacristía?

«Soy el rey más antiguo», recordó el monarca abdicado, al recibir las primeras insinuaciones de lo molesto que resultaría su presencia en las exequias británicas. No lo es, pero dejémoslo ahí. «Han invitado hasta a las nietas de la Pasionaria. Yo fui la locomotora de la democracia», proclamó, en esta misma línea de enfado despreciativo, al ser excluido de la celebración del 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas. El carácter de los borbones les lleva a veces a perder la serenidad.

El Emérito puede pasearse con normalidad por el Reino Unido porque, pese a lo que airean desde sectores sanchistas, la demanda interpuesta por Corinna Larsen, su antigua amante y origen de tantos de sus pesares, se mueve estrictamente en el ámbito de lo civil. En Suiza estuvo este verano en visita a la infanta Cristina, convaleciente ahora de los efectos de un severo trastorno matrimonial.

Zarzuela no debió ceder a las presiones de Moncloa para que el Rey Emérito abandonara España. Tampoco debió permitir que mantuviera su residencia en Palacio después de su abdicación y la entronización del Heredero

«Puede pasearse por toda Europa pero no puede poner un pie en España», claman en su entorno, donde se considera tan absurda como injusta la actual situación del viejo Rey. Zarzuela no debió ceder a las presiones de Moncloa para que el don Juan Carlos abandonara España. Tampoco debió permitir que mantuviera su residencia en Palacio después de su abdicación y tras la asunción del Heredero al trono. Era una situación extraña, que alentaba confusiones. El único gesto razonable, en este sentido, fue montarle un despachito gélido e ingrato en el Palacio Real, donde acudía esporádicamente para hacer que atendía visitas y revisaba papeles. Parche tras parche, la Casa Real ha ido dando largas a un problema de difícil solución, que, inevitablemente aumenta en forma molesta con el paso del tiempo, como esas bolas de nieve que acaban convirtiéndose en un alud incontrolable.

«Esta visita se enmarca en el deseo de S.M. el Rey Don Juan Carlos de desplazarse con frecuencia a España para visitar a la familia y amigos y organizar su vida personal y su lugar de residencia en ámbitos de carácter privado». El comunicado hecho público tras su ruidoso desplazamiento al las rías gallegas este mes de mayo derivó en frustración. Todo salió mal y así se lo hizo ver su hijo en el hermético encuentro mantenido por ambos en Zarzuela. Hubo voces y hasta gritos. El Emérito hubo de renunciar a su proyectada visita a España este verano y borró de su agenda planes de futuro. ¿Volverá en Navidades? ¿En enero para su 85 cumpleaños?

La sombra de otro monarca español, por más rechazable que haya sido la última etapa de su reinado, fallecido lejos de su tierra, como Isabel II o Alfonso XIII, pesa como una losa sobre la imagen sentimental y política de la Corona

Con el archivo de sus tres causas por parte de la fiscalía, se pensó en una normalización de su autoexilio. No ha sido así. Sánchez, presidente de la República en prácticas, por aquí no lo quiere. En Zarzuela su presencia provoca rechazo. «Quizás más adelante». Una decisión endiablada. La sombra de otro monarca español, por más rechazable que haya sido la última etapa de su reinado, fallecido lejos de su tierra, como Isabel II o Alfonso XIII, pesa como una losa sobre la imagen sentimental y política de la Corona. Sería una noticia difícil de digerir por una gan parte de la sociedad, al decir de las encuestas. Don Juan Carlos, en efecto, fue el motor de la Transición, el impulsor de la restauración democrática y, junto a Adolfo Suárez, la figura política más valorada y admirada de este país de los últimos cuarenta años.

Las cosas se han hecho mal. Convendría que en la Casa Real, con el habilidoso Alfonsín al frente, encuentren una fórmula inteligente para escapar del extenuante laberinto. Un precipitado retorno puede activar efectos inconvenientes, episodios molestos. Seguir como hasta ahora conduce a un acto final emocionalmente doloroso y quizás insuperable. En suma, el Rey padre es ahora un detestado despojo que incomoda a los guardianes de la institución, salpica el envoltorio de la dinastía y, sin duda, complica y desgarra a su hijo más de lo razonable.