Mantener el traca-traca de nuestra miseria política acaba resultando cansino, tanto para el que lo escribe como para quien lo lee y lo sufre. No es que levantar la mirada ayude mucho pero al menos nos da un marco de referencias distinto, que tiene que ver con lo que nos espera. Lo más tedioso de nuestra vida política está en su parecido con las crónicas de sucesos no sangrientos; siempre parecen accidentes de tráfico con víctimas, a las que derivan a los hospitales para que las traten. Acaban limitadas a una cuestión estadística. Nos han convencido a fuerza de repetirlo, que las estadísticas tienen el valor de la verdad; son argumentos irrebatibles, especialmente indicados para perezosos y majaderos.
Joe Biden se ha despedido de todos nosotros con un discurso ante el plenario de las Naciones Unidas. Confieso que me dejó atónito, porque se puede ser más esquivo pero no más desvergonzado. A un emperador se le permite todo cuando se retira de buena lid, quizá porque resulta algo tan insólito, que la gente tiende a la benevolencia. Carlos V asombró al mundo cuando decidió retirarse a Yuste en pleno uso de sus facultades; al fin y a la postre tener “gota” era algo común aunque molesto entre aquellos insaciables comedores de caza.
Los emperadores modernos siempre salieron a la fuerza; incluso los democráticos, que se limitan a los Estados Unidos. O son renuentes a dejarlo, o los matan. Siempre me llamó la atención que Napoleón, el implacable, fuera conservado en vida por sus enemigos después de intentar acabar con ellos en dos ocasiones. Otros tiempos de la épica. Donald Trump rompió con muchos códigos no escritos del sueño norteamericano. Es verdad que su Constitución apunta que cualquier ciudadano puede ser Presidente, o lo que es lo mismo Emperador, pero de ahí a que la gente sea capaz de elegir a un delincuente curtido y notorio, constituye la anomalía más llamativa de la decadencia del Imperio. Si además se niega luego a reconocer los resultados electorales estaríamos ante una versión a lo grande de Nicolás Maduro, al que una sociedad ya curada de espantos logró embridar, de momento.
Joe Biden ganó a los puntos a un Trump que no dudó en apelar a la violencia. Ahora este Biden, en disfraz de anciano patético, empezó su discurso en la forma habitual de las estrellas de Hollywood, que endulzan al auditorio con una broma. En su caso fue un chiste que afirmaba su edad “de cuarentón”. Lo que ya no tenía gracia es cuando llegó a la cima del cinismo en sede de Naciones Unidas -un concentrado de avispas- y exclamó con su mejor cara de chocho cándido: “Hay cosas más importantes que el poder”. Dígame una, usted que lleva casi cincuenta años en el oficio y al que han tenido que echar los de su propio partido a costalazos porque aún quería competir con Trump, en una pelea donde el ridículo estaba asegurado.
Demasiado por un anciano mental como Joe Biden. Encajonado entre un poder capitidisminuido por los lobbys y una sociedad que le da por amortizado
Joe Biden se va con dos trascendentales guerras abiertas durante su imperial mandato. Ucrania, tratando de no perder en un conflicto al que la incitaron con promesas que no cumplieron. Se trataba de medir la capacidad de Rusia y muy especialmente de Putin para protegerse. Invadió Ucrania en el mismo estilo y forma que ya había hecho con Hungría en el 56 y Checoeslovaquia en el 68. “El enemigo fascista”, que no se cree ni él ahora que ha conformado un imperio -sigue siendo el país más grande del planeta- que ayer tenía un emperador estalinista y ahora uno ortodoxo-nacionalista. La novedad estriba en que pueden cambiar las estructuras económicas pero el poder se mantiene de la misma forma. Hay imperios bajo el régimen de dictadura que son flexibles en lo que se refiere a la economía. El viejo paradigma de economía liberal y libertad política se ha estrangulado en el siglo XXI. El sueño leninista, que no de Marx, de poder alcanzar un desarrollo económico fulgurante sin ningún atisbo de libertad, ha entrado como un factor decisivo. China es el ejemplo más llamativo; procura hacerte rico, pero no hagas preguntas. Tampoco Trump o Milei son susceptibles de escucharlas, aunque no les quede más remedio que soportarlas.
Demasiado por un anciano mental como Joe Biden. Encajonado entre un poder capitidisminuido por los lobbys y una sociedad que le da por amortizado, trata a duras penas de congelar la realidad. Quien venga detrás que arree con ella. Imposible que pueda hacer frente a Netanyahu. Parar a un émulo de Donald Trump variante sionista, requiere talento y fuerza. Cuando Hamas declaró la guerra a Israel el 7 de octubre, era consciente de que la invasión sangrienta que asesinó a civiles y que incluía rehenes, provocaría el Argamedón. No era para menos. Rompía el statu quo de castigo y represión sobre la población palestina.
Para Netanyahu fue una boya salvavidas. Su carrera política podía darse por terminada. Su futuro inmediato contemplaba dimitir y entrar en la cárcel por las causas inapelables de corrupción, soborno, fraude, cohecho y abuso de poder. Ahora las cosas han cambiado. Dicho en términos nada convencionales: mientras dure la guerra Netayahu será un líder, y eso lo reescribe todo. Invadir Gaza y arrasar Cisjordania, para eliminar a Hamas y de paso a la población palestina. Entrar en Líbano para barrer a Hezbolá. ¿Ocuparlo como en 1982? Ahora no existen las “milicias cristianas” para que hagan el trabajo sucio, como en Sabra y Chatila. La guerra alcanzará una dimensión diferente y las consecuencias marcarán el futuro de Israel y el de Oriente Medio; si no va más allá.
Líbano es un país que ya no existe pero que está lleno de libaneses. Lo inventaron los franceses y los angloamericanos para constituirse como estado en 1943, cinco años antes de que Israel hiciera lo mismo (1948). Hoy Líbano sigue siendo un territorio de una extensión más reducida que Asturias, donde a duras penas coexisten cristianos varios, musulmanes shiis y chiitas, drusos, coptos, intelectuales insumisos y los mejores negociantes del planeta. Tiene una bandera con un hermoso cedro en el centro, pero apenas quedan cedros en el territorio. Que yo sepa jamás la visitó Joe Biden y apuesto a que se la tendrán que señalar en un mapa para enterarse de dónde queda. No tendrán tiempo, porque el mundo entero está pendiente de quien será el nuevo emperador o emperatriz. El 5 de noviembre. Si se fijan, ambas guerras tienen una argumentación común. Proteger las fronteras para conseguir una patria segura. Eso dicen sus dueños.