IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

En medio de la tormenta que padece la economía occidental -atenazada por una larga serie de incertidumbres, con una guerra absurda, sufriendo aún los coletazos de la pandemia, con una inflación que no ceja y con las cadenas de producción alteradas-, los datos del empleo constituyen un auténtico y esperanzador milagro. Es cierto que aún nos quedan 228.200 trabajadores con actividad limitada (116.000 asalariados asilados en los ERTE y 111.300 autónomos con prestación), a los que el paso del tiempo oscurece su futuro, que no será fácil. Pero eso no ha impedido al mes de febrero continuar la serie de mejoras que nos han llevado a recuperar los niveles prepandemia, al menos en el total, aunque al sector privado le quede el empujón final. La afiliación aumentó en 67.100 nuevos cotizantes, mejoró la estabilidad con una importante reducción de la temporalidad y 74.000 personas salieron del desempleo.

Es cierto que los datos de febrero no recogen las posibles consecuencias que provocará la invasión de Ucrania, que no serán escasas ni leves, pero también es probable que estas no sean permanentes, siempre y cuando la guerra no sea duradera. La esperanza, para personas y bienes, consiste en que Rusia no sea capaz de mantener durante mucho tiempo el esfuerzo económico necesario para sostener su despliegue militar. En este sentido, resulta impactante y supongo que será una anomalía histórica, que muchos de los países que nos oponemos a la decisión rusa contribuyamos decisivamente a pagarla a través de las ingentes compras que hacemos de gas ruso, a un precio que la propia invasión ha elevado a la estratosfera.

La economía española no está muy afectada de manera directa por el conflicto, pues importamos poco gas ruso y nuestros intercambios comerciales con el agresor no son enormes. Pero sí lo estará de manera indirecta en la medida en que los precios de la energía y otras muchas materias primas, agrícolas, minerales, fertilizantes, etc., reflejen la situación y esta contribuya a incrementar las disfunciones que padecen en la actualidad las cadenas de suministros.

Si la invasión militar no puede ser larga, la pérdida de confianza en Rusia, como proveedor estable de algo tan imprescindible como es la energía, será permanente. Y esto obliga a replantearnos muchas cosas en Occidente, si queremos aislarnos de los caprichos y las alocadas decisiones del zar Putin. Y entre las urgentes se sitúa la aceleración del impulso por las energías verdes. Ahora se explica mejor el porqué la UE incluyó entre ellas a la energía nuclear de nueva generación.