Miquel Giménez-Vozópopuli
Iceta dice que puede hablarse con ERC “muy discretamente”. Goethe decía que la discreción es con frecuencia vanidad y escasas luces
No descubrimos nada nuevo si decimos que la política se nutre de componendas secretas, pactos inconfesables y que honor y honradez son considerados por nuestros políticos poco menos que como bromas para tontos. El cinismo preside la vida pública, empapando de tal modo a instituciones y personas que cualquiera que aparezca en público diciendo lo que piensa está predestinado a que la opinión pública, con rostro de plebe embriagada de víctimas en un circo romano, lo tache de sinsustancia. Privan asesores de mercadotecnia y succionadores de apéndices en lugar de filósofos y sabios.
Tamaña perversión en los representantes de la soberanía nacional hace que palabras como diálogo o democracia suenen en los oídos de quien padece el castigo divino de saber escuchar como una terrible burla, como un escarnio a la gente de bien que solo desea vivir en un país normal en el que la ley signifique algo más que una especulación en gacetillas subvencionadas para ser únicamente la voz de su amo.
Iceta ha sido siempre un tacticista que ha sabido remar a favor del viento, manteniéndose a flote incluso en medio de las tormentas que han sacudido y sacuden al socialismo. Como máximo consejero en materia catalana de Sánchez, ha convertido al irrelevante PSC – ¡quién lo ha visto y quién lo ve! – en fundamental para un PSOE que ya no sabe cómo achicar el agua, escorado por carecer de ningún otro rumbo que no sea la mantenencia de sus dirigentes.
Y ahora ha declarado en una entrevista radiofónica que se puede hablar de todo, pero, sobre todo, haciéndolo de manera discretísima en referencia a los numerosos contactos que desde hace meses mantiene personalmente con Junts per Catalunya y Esquerra. Porque fue Iceta quien forjó el actual y vergonzante acuerdo que mantienen socialistas y puigdemontianos, sí, los que animan a los CDR y no condenan la violencia callejera, los amigos de Otegui, para gobernar al alimón en cuarenta ayuntamientos más la Diputación de Barcelona. Es Iceta quien viene hilvanando el tapiz de un gran acuerdo con podemitas y Esquerra de cara a un gobierno tripartito, cosas de las que hemos dado puntual noticia en estos artículos hace tiempo.
Dos armas muy poderosas
Según fuentes del mismo PSC, Iceta dispone de dos armas muy poderosas para presionar a los golpistas. Con JxC, la de romper los pactos de gobierno y, por consiguiente, arrebatarles los ingresos que suponen así como su capacidad de influencia en el mundo local. Con Esquerra, la carta que los haría pasar por los auténticos triunfadores en el sector separatista, concediéndoles la tan manoseada mesa de partidos y/o gobiernos, incluyendo la figura del relator. A pesar de las gesticulaciones, los separatistas saben que un día u otro deberán volver a la realpolitik y que nadie como Sánchez, aconsejado por Iceta, querrá regalarles ese triunfo.
Lo que dice Iceta emana directamente de la cárcel de Lledoners y de un Junqueras que odia africanamente todo lo que huela a post pujolismo. El primer secretario del PSC tiene la misión de conseguir que Sánchez sea investido al precio que haga falta y los separatistas desean presentarse ante los suyos como triunfadores delante de una España opresora. No debe extrañar, pues, que Iceta hable de indultos, de que considera las penas exageradas, de que la mesa de partidos es un buen principio y, claro, de discreción. Aquí lo que se ventila es la supervivencia de unas formaciones políticas que por acción u omisión han llevado a Cataluña al más absoluto de los desastres políticos, económicos y sociales que se recuerdan en la historia de nuestra democracia.
Con ese acuerdo ganarían socialistas, separatistas y podemitas. Solo perderíamos los catalanes de a pie, los que vivimos de nuestro trabajo, los que respetamos la ley y la igualdad. Pero eso no cabe en tales conversaciones discretísimas. Solo el reparto de cargos, prebendas y sillones, la compra de voluntades y apoyos, el puro miserabilismo.
No esperen, por tanto, ni luz, ni taquígrafos ni decencia.