ABC 27/01/17
IGNACIO CAMACHO
· El PSOE gobierna autonomías y ayuntamientos coaligado con lo que ahora define como «populismo destructivo»
SEGÚN su propia ponencia política, el PSOE gobierna en media docena de regiones y numerosos ayuntamientos en coalición con el «populismo destructivo». La definición, razonable y certera, figura en el borrador del documento base del próximo congreso socialista, lo que constituye una notable contradicción con su praxis política. Si Podemos supone una amenaza para el contrato social del 78 y para la democracia representativa –y en efecto así es– no se entiende muy bien cómo puede servir de muleta para administrar municipios y autonomías. He aquí la gran paradoja actual de la socialdemocracia, obligada a competir y al mismo tiempo a entenderse con quienes tienen como objetivo destruirla.
Sucede que el análisis crítico con la extrema izquierda, a la que cada vez cuesta más considerar sólo como populista, ni siquiera lo comparte una significativa porción de afiliados que considera a Podemos su aliado natural, el partido al que votan sus hijos. De esta familiaridad ideológica, fomentada por Pedro Sánchez para apuntalar sus intereses personales, ha surgido una mentalidad conformista que está en la base de las recientes derrotas del PSOE. Sánchez se acostumbró a perder porque nunca computó sus propios resultados: interiorizaba una suma en términos de frente antiderecha que incluía hasta a los nacionalistas. Parte de ese discurso parece asumirlo también Patxi López –pese a que fue lendakari con el voto del PP a cambio de nada–, por lo que la recomposición socialista se va a definir en torno a un debate sobre el liderazgo social. Dicho de otra manera, una pugna entre los que aspiran a volver a ganar unas elecciones y los que se conforman con encabezar una alianza de perdedores.
La realidad objetiva indica, sin embargo, que a corto y medio plazo el PSOE no puede regresar al Gobierno sin Podemos, que no va a bajar en un tiempo del 20 por ciento del voto. Por tanto todos sus ataques y críticas al populismo constituyen un recurso táctico que se tendrá que envainar, como en las autonomías, si llega el momento de alcanzar acuerdos de poder. La búsqueda de una identidad propia arrastra a los socialdemócratas a separarse de sus rivales en la izquierda mientras el pragmatismo político los aproxima. Así las cosas, la diferencia entre Díaz, Sánchez o López consiste en que la primera se muestra menos resignada al empate y aspira a enderezar el rumbo derrotista. Pero el gran problema de la socialdemocracia sigue siendo el de convencer a su electorado joven de que la llamada nueva política «entraña riesgos de retroceso en la calidad democrática» (sic) y hacerlo sin adoptar sus perfiles y medidas. Porque si juega a ser como Podemos acabará ganando Podemos, salvo que Iglesias y Errejón se suiciden a pachas en su pugna cainita. Pero mal futuro espera a los socialistas si dependen de que Vistalegre, y no su propio congreso, sea la clave de su alternativa.