- En su cónclave del Palacio del Eliseo, los asistentes se condujeron como esos bailarines de minué a los que aludía Voltaire para mortificar a los metafísicos: muy elegantes, exagerada inclinación, profusa exhibición, pero sin avanzar nada
Ante el mayor desafío que registra Europa desde la II Contienda Mundial y que amenaza con retrotraerla a la Guerra Fría en función de cómo se dilucide la invasión rusa de Ucrania tras romper Rusia su juramento de respetar sus fronteras a cambio de renunciar a su arsenal nuclear y desentenderse EEUU de su suerte, la cumbre informal de gerifaltes de la UE y de la OTAN del lunes en París a instancias del presidente Macron, sólo ha servido para hacer bulto. Así, la práctica totalidad de ellos rehuyó, como gatos escaldados, la propuesta británica de enviar soldados para garantizar un alto el fuego en Ucrania caso de retirada -incluidas sus tropas en los Países Bálticos- del continente europeo.
En su cónclave del Palacio del Eliseo, los asistentes se condujeron como esos bailarines de minué a los que aludía Voltaire para mortificar a los metafísicos: muy elegantes, exagerada inclinación, profusa exhibición, pero sin avanzar nada, mientras encumbraban el tópico y canonizaban la frase hecha estando en juego la seguridad de Ucrania, pero también la de Europa. Cuando la historia se acelera vertiginosa, han estimado que lo urgente es esperar a ver si el tiempo hace el trabajo por ellos. Claro que, con la excepción de Meloni, todos cargan con pesadas mochilas desde Macron a Scholtz, al que las encuestas dan por amortizado este domingo, pasando por un Sánchez bajo la doble espada de Damocles de los tribunales por corrupción y del oscilante apoyo del prófugo Puigdemont.
Así, la presidenta de la Comisión, Ursula «Woke» Leyen, recurrió a una frase de manual de autoayuda -«Necesitamos un cambio rápido de mentalidad»- y apeló -«flatus vocis»- al incremento del presupuesto armamentístico cuando sabe, como en la fábula de la zorra y las uvas, que tal apetencia está verde por inaccesible. De hecho, con preguntarle a su pareja de baile Sánchez, tiene la respuesta.
Después de trasladarle a los diplomáticos españoles que la defensa de la democracia no exige más inversión militar aun estando a la cola de la OTAN y menos con socios afines al Kremlin, Sánchez arroja balones fuera para que los recoja la Comisión, vía Banco Europeo de Inversiones (BEI) o Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), mientras trabaja para que le suspendan las reglas fiscales con la excusa de Ucrania para gastar a troche y moche cuando ya acumula 450.000 millones de deuda desde que arribó a La Moncloa. Además, para que no haya equívocos al respecto, estando sentado a la mesa de Macron, sus ministros Aagesen y Cuerpo reclamaban a Bruselas que intensifique la aplicación de directivas que priman las inversiones con menor impacto ambiental por el temor al freno de Francia y Alemania a la agenda verde porque la prioridad es «una UE más sostenible, resiliente y competitiva»
Desde 2014 en que rige en la OTAN destinar el 2% del PIB al Ejército, España no sólo incumple su deuda, sino que Sánchez busca convertirla en perenne creyendo que no puede ser desalojada de la Alianza, pero el casero Trump se ha cansado y parece dispuesto a clausurarla por la vía de los hechos. Lo cierto es que la desquiciada política internacional de míster BRICS Sánchez, escoltado por su petimetre Albares como ministro de Exteriores, presagia serios contratiempos. En especial, por el flanco sur, donde EEUU -no sólo Trump- ha descubierto un aliado fehaciente en Marruecos, al que reconoció la marroquinidad del Sáhara y se la impuso a Sánchez. Con Zapatero, ya los norteamericanos amilanaron a España con el abandono de las bases de Rota y Morón para instalarse en Marruecos que reserva del 9,21% de su PIB a Defensa en contraste con el raquítico 1,28 de España. Demasiados cabos sueltos como para no naufragar.
En esta singladura, Europa evoca la fábula del envanecido ciempiés al que un burlón sapo le rogó, tras muchas zalamerías, que le explicara cómo se las aviaba para mover todas sus patas a la vez. A primera vista, el miriópodo lo juzgó sencillo hasta que se sumergió en un mar de dudas y entró en pánico al percatarse de pronto de que se le había olvidado caminar. Bloqueado, allí obtuvo su tumba. Como Europa si no desentraña el dilema al que se enfrenta desde 2014 cuando Obama ordenó la caótica evacuación de Kabul a su vicepresidente Biden después de morder, como luego Trump, el anzuelo de una negociación envenenada con los talibanes. Ello acarreó el desprestigio de EEUU y su declive como potencia hegemónica en provecho de China, a la par que dejaba de ser un amigo fiable.
Al reconquistar el régimen islamista en 20 días el dominio arrebatado 20 años atrás del santuario terrorista desde el que se concibió la masacre del 11-S de 2001 en el primer ataque extranjero en suelo norteamericano desde el bombardeo japonés de la base naval de Pearl Harbour, aquella capitulación corroyó la «auctoritas» y la «potestas» de EEUU. Tras derribar el Muro de Berlín y derrumbar el comunismo, hogaño se recluye y pliega la bandera de la libertad arrojando a la papelera discursos como el de Kennedy en 1963 desde el balcón del Ayuntamiento de Berlín con su «Soy berlinés» o Reagan en 1987 con su «Mr. Gorbachov: eche abajo el Muro» en la Puerta de Brandeburgo.
Aquella diplomacia de la libertad sin mengua de los negocios trasmuta ahora en la diplomacia cruda de los negocios sin importar la libertad en una actitud miope que agiganta al enemigo y facilita a Moscú engullir a una numantina Ucrania a la que Hitler bombardeó sin piedad y a la que Stalin infligió la atroz hambruna del invierno de 1932. Luego de destruir, encarcelar y envenenar a sus opositores –estos días se cumple el aniversario del asesinato de Alexéi Navalni–, el antiguo agente del KGB Putin persigue, tras apartar a EE.UU. de Europa, reemprender su expansionismo restaurando el intervencionismo criminal de Brézhnev contra la Primavera de Praga de 1968 y otras revueltas del otro lado del Telón de Acero. «El debilitamiento de cualquiera de los vínculos dentro del sistema mundial del socialismo afecta directamente –dictaba aquella doctrina– a todos los países socialistas, que no pueden mostrarse indiferentes ante ello».
Al constatarse lo raudo que se olvida la Historia, cobra vigencia la «pregunta culminante» que Churchill formuló en 1938 ante los intentos pangermanistas de anexión de Austria y Checoslovaquia. Ésta no era otra que, si aquel «mundo grande y optimista de antes de la guerra, donde cada vez hay más esperanza y placer para el hombre común», se opondría al peligro que tenía ante sus ojos, pero que muchos no querian ver. Cuando llegara el Día D y la Hora H, dudaba que «todavía quedaran medios de resistencia» debido a la política de apaciguamiento con el nazismo del premier Chamberlain, tan denostada por él como apreciada por la opinión pública.
Resentido tras perder la URSS guerra fría, como la Alemania nazi tras su hecatombe en la I Guerra Mundial saldada con el humillante Tratado de Versalles a fin de restringir su militarismo, la Rusia de Putin ansia sacarse la espina con el regalo de Ucrania que pudiera hacerle Trump. De consumarse tal fechoría, los tañidos de la Gran Campana del Lavra en Kiev serán también los sollozos de los demócratas. «Lo que habéis heredado de vuestros padres –emplazó Goethe a sus compatriotas–, volvedlo a ganar a pulso o no será vuestro». Pero, si París bien valió una misa para un hugonote Rey de Navarra, diríase que los mandamases de la UE y la OTAN se han confortado este lunes con un responso.