Fernando Vallespín-El País
Ni la vieja ni la nueva política han dado aún con un discurso que nos una a pesar de las diferencias
¿Es Ciudadanos algo más que un partido refugio en los sondeos para tiempos de incertidumbre? ¿Los sorpassos múltiples que reflejan son solo el efecto de su indudable éxito en Cataluña o ahí se esconde algo más? Fuera del (sagrado) misterio de la investidura telemática de Puigdemont, este es el otro gran enigma que protagoniza nuestra vida política del momento.
Para los más entusiastas de Ciudadanos, se podría estar gestando una revancha histórica del centro-liberal-liberal sobre la derecha liberal-conservadora que revierta la opa que la vieja AP hiciera en su día a la UCD. Si esto fuera así, el PP sería ya un partido-zombi, una formación a punto de entrar en el basurero de la historia. Por mucho que siga al mando. Tengo mis dudas por el firme arraigo territorial del partido de Mariano Rajoy, el peso demográfico de sus votantes más recalcitrantes —los mayores, los de los espacios rurales y los católicos— y la indiferencia que todos estos han venido mostrando ante los casos de corrupción.
Pero, también, porque Ciudadanos todavía tiene que hacer sus deberes. Si se aguanta el ciclo completo de la legislatura, es posible que el viento de cola de Cataluña sople con menor intensidad; y, sobre todo, habrá de diseñar un discurso capaz de acoger a los peperos insatisfechos con Rajoy y —he aquí la dificultad— también a los reticentes de volver a votar al PSOE. Y para esto no basta con decir que se está más allá del eje izquierda/derecha; o tratar de provocar un efecto Macron. España no tiene el sistema electoral francés ni Rivera posee la capacidad de sorprender como hiciera el presidente de Francia.
Por las declaraciones de Rivera el pasado miércoles en el Foro Europa, parece que se trata de desempolvar, renovada, la apuesta por la “nueva política”. No en vano sus adversarios directos son los viejos actores del bipartidismo, que se lo están poniendo fácil. También Podemos, que cada vez tiene más cara de IU. La apuesta sería mirar al futuro, no al pasado, y pergeñar un proyecto de país como “proyecto nacional”, más atento a las identidades cívicas que a las culturales. Lo demás estaría guiado por el pragmatismo político.
Ciudadanos acierta en que el mayor desafío que hemos de afrontar consiste precisamente en eso, en el proyecto nacional. Pero no puede equivocarse, España tampoco es Francia, en ella conviven muchas identidades nacionales complejas. Y si esto lo simplifica podría caer en lo que A. Minc llamaría un “populismo de centro”. La piedra filosofal de la política española no es otra que dar con un discurso que nos una a pesar de nuestras muchas diferencias; integrar sin anular al diferente. Y creo que ni la vieja ni la nueva política lo han conseguido todavía. Y, menos que nadie, el propio Rajoy. Si este se empeñara en seguir sería ahí donde Ciudadanos tendría su mejor baza.