«¡Presidente, has estado cumbre!». Sin duda habrá recibido la felicitación del incombustible Javier Arenas, luego de su colosal faena en la investidura. Una superstición más que un rito. Cumbre, colosal, homérico. Todo han sido loas y parabienes. Alberto Núñez Feijóo entró esta semana en el Congreso envuelto en incertidumbres y salió, pese a la anunciada derrota, con el diploma de ‘líder’ incontestable bajo el brazo. En un par de sesiones ahondó en la cobardía de Sánchez, la vileza de Bildu, el delirio de Junts y la decrepitud del PNV. Despejó dudas y sepultó insidias. De momento. Resulta muy difícil liderar el PP lejos de la Moncloa. Todo es mohína, y navajeo. Un designio natural, una insondable costumbre obliga a la derecha a alimentar la carcoma y a sembrar cizaña. En las urnas de mayo tocó el séptimo cielo. En las de julio, contempló de cerca el abismo.
Feijóo, que tendrá 66 años en el año 2027, cuando tocan nuevas generales salvo modificación del calendario, ni se refocila en su aliviado presente ni se acongoja ante el nebuloso futuro. Dice verse presidente ‘ahora o pronto’, y en verdad lo piensa. Del 23-J sólo quedan algunas cicatrices. El partido se encuentra en forma -así, la populosa movilización de Madrid- y su ego parece reconfortado. En la trinchera opuesta, el horizonte no se divisa tan agradable. El nuevo Frankenstein resultará más pestilente que el actual, el protagonismo de la banda de la cochambre será más hediondo y las admoniciones sobre el azufre de Vox se habrán amainado. ¿Aguantará Feijóo cuatro años?
En la cita de Cataluña sólo cabe el ascenso porque ‘hay recorrido’, dicen en Génova. El 23-J los populares consiguieron medalla de bronce, poca broma
‘Esto es una maratón’, le recordó Aitor Esteban a Bildu con esa superioridad de los que son de Bilbao nacidos en Bilbao. Ni que los de la txapela criminal acabaran de llegar al plató de la política. Llevan cincuenta años generando sanguinarias pesadillas. Maratón o ‘travesía del desierto’, le toca ahora al líder gallego sumergirse en el territorio de la árida realidad, sin compensaciones ni compasiones. ¿Llegará a la tierra prometida de la victoria? El calendario oficial no le reserva mojones envenenados. Dos elecciones el año próximo, quizás tres, pueden animar su fatigoso peregrinaje y provocarle algún susto al contrario.
Poco puede esperar el PP en las autonómicas del País Vasco, que llegarán antes de Semana Santa, salvo otra bofetada al PSOE, lo que será motivo de enorme regocijo en el ala constitucional del tablero. Las elecciones al Parlamento de la UE, en junio, huelen a victoria de los populares, ya sin la competencia de Ciudadanos y con algunas dudas sobre el comportamiento de Vox. El semestre europeo de Sánchez ha sido un desastre envuelto en una indignidad. Finalmente en la cita de Cataluña sólo cabe el ascenso porque ‘hay recorrido’, dicen en Génova. El 23-J los populares consiguieron medalla de bronce, poca broma.
Antes de abordar estos compromisos electorales, Feijóo procederá a cambios profundos en su puente de mando, en su sala de máquinas y hasta en la sección demoscópica de su partido, que en forma tan deficiente funcionó este verano. Hará luego lo propio con sus equipos directivos en Cataluña y País Vasco. Fuera el esforzado Iturgaiz y adiós al correoso Fernández. «Estamos tan bajos que resulta imposible no crecer», comentan los sabios del lugar.
Cierto que sus atrabiliarios socios pueden complicarle la existencia a la hora de pactar los Presupuestos, pero, ¿qué más da?, diría el Demóstenes de Portugalete
Queda en el aire el factor fortuna, tan desconsiderado hasta ahora con el líder del PP, que anhela una legislatura ‘cortita’, como las comadronas cuando el parto viene de nalgas. El PSOE puede sudar tinta china con una geometría endiabladamente variable. Cuenta a su favor que apenas tiene pendientes algunas leyes de relevancia. Cierto que sus atrabiliarios socios pueden complicarle la existencia a la hora de pactar los Presupuestos, pero, ¿qué más da?, diría el Demóstenes de Portugalete. Se prorrogan y a otra cosa. «Primero se conquista, luego se gobierna». Napoleón.
En ello está. Sánchez es un experto en el embuste y un maestro de la trola. «El gobierno de la mentira», lo calificó el postulante en última jornada del debate. Luego animó al jefe de la bancada azul a que subiera al oratorio a responder dos sencillas cuestiones: Amnistía ¿sí o no? Referéndum, ¿sí o no? No hubo respuesta.
Si la fatiga parlamentaria o los cumplimientos económicos, que van llegando desde Bruselas, no derriban el tenderete del sanchismo, quizás lo haga el PNV, preterido y humillado por el gran narciso de la Moncloa y a punto de perder su mando en la plaza vasca. Caso de que el PSOE facilite un gobierno de Bildu en aquella zona, ¿qué haría el gordito Ortuzar? En su encabreamiento supremo podría incluso escuchar los cantos de sirena de una moción de censura contra el tramposo. Seis abstenciones le bastarían a Feijóo para derribar al mayordomo de Waterloo. Los requiebros que lanzara a Aitor Esteban fueron recibidos con mohínes quejumbrosos, el primer día, y por aspavientos destemplados el segundo, muestra evidente de que los congregantes de ‘Dios y leyes viejas’ están en las penúltimas y capaces son de todo. Si abominan del indoeuropeo cómo no van a renegar de Sánchez.
El congreso de la exaltación
Caso de que al afanoso gallego le vayan bien las cosas, en las urnas y en la política, bien podría celebrar el correspondiente Congreso ordinario (algo extraordinario en el pepeísmo puesto que no se celebran desde 2016, cuando Rajoy instituyó las primarias) en el que se consagre la adhesión inquebrantable a su persona y a su conducción. Por el contrario, en el supuesto de que, para entonces, los ánimos no palpiten al unísono de una melodía feliz, habrá llegado el momento de atender otras voces, quizás ayusos o bonillas.
Zafó bien de este atolladero parlamentario que pintaba muy mal. Ya empezó a ralearle la coronilla, como un incipiente Rajoy cuando da la espalda.