RAFAEL NAVARRO-VALLS – EL MUNDO – 21/01/17
· Arranca el mandato del 45º presidente de EEUU y todo es una incógnita sobre sus políticas. El autor subraya, sin embargo, que su estilo provocador es bien recibido por el sector de la ‘mayoría silenciosa’.
Ayer, a las 12:05, hora de la costa este norteamericana, Donald Trump se convirtió en el 45º presidente de EEUU. Al jurar cumplir fielmente las funciones de la Presidencia, puso fin a los 73 días de transición desde su elección y se produjo la mayor transferencia de poder que conoce la historia humana.
El rubio magnate se ha transformado en el líder del arsenal nuclear más grande del planeta, del aparato militar más poderoso y de la economía más relevante de la Tierra. Sin contar con la transferencia de las competencias de las jefaturas del Ejecutivo y del Estado. Trump será desde hoy el anfitrión de una lista interminable de visitantes extranjeros, el embajador ante el mundo de la nación más potente del planeta, su comandante en jefe, etcétera.
Hay presidentes que son un enigma, ya sea por defecto o por exceso. Los primeros llegan al Despacho Oval con escasez de dichos y hechos especialmente relevantes. Un ejemplo fue Carter. Unos meses antes de la convención demócrata que lo eligió candidato, sólo un 1% de los demócratas lo preferían o lo conocían. De ahí que muchos votantes norteamericanos, al referirse a él, se preguntaran: «Jimmy who?» (¿Jimmy quién?). Y cuando, después de una extraña campaña, accedió a la Casa Blanca, era un enigma para la mayoría. Salvo sus cualidades de hombre sincero y honesto, lo que haría como presidente era pura especulación.
Trump es un enigma por exceso. Ha hablado tanto, ha hecho tantos gestos (no gestas), que en realidad no se sabe bien qué ocurrirá a partir de hoy. Tengo para mí que su exhibicionismo es algo fríamente calculado. No va desde luego destinado a convencer a la inteligentzia europea o americana, ni tampoco a los liberales demócratas, ni al establishment político. Ni probablemente tampoco a convencerle a usted o a mí.
Los excesos de la última rueda de prensa o sus exhibiciones durante la campaña electoral van destinados, me parece, a otro amplio sector: la mayoría silenciosa. Esa refractaria a lo políticamente correcto que mira con regocijo el varapalo a un potente medio de comunicación en una rueda de prensa, que no llega a creerse las proezas sexuales que achacan al magnate, o que ve razonable apretarle las tuercas a la Ford o a la Fiat Chrysler para que dejen en EEUU la inversión de 2.500 millones que iban a llevarse a México. De momento, intuimos que lo único que sabemos es que con Trump se sale del establishment político y se entra en el establishment económico. Un dogmatismo que sustituye a otro. En definitiva, con sus sorprendentes salidas sigue explotando las angustias subterráneas de las clases medias y populares blancas .
El enigma puede ir aclarándose a partir de hoy por uno de estos dos caminos. El primero, transmutando sus excesos verbales en acciones ejecutivas moderadas. El segundo, que de tanto asomarse al precipicio, acabe arrojándose por él. Desde luego, le dejarán gritar mientras cae, pero el batacazo sería devastador.
Me inclino por el primer desenlace, sin descartar totalmente el segundo, por lo que luego diré. Construirá su muro o elevará vallas en la frontera con México, pero no exigirá directamente su pago al vecino. Se resarcirá a través de acciones comerciales, probablemente ya calculadas. Hará de su primera entrevista con Putin un acontecimiento mediático planetario. Pero convendrá subterráneamente con él unas líneas de fuerza que no planteen excesivas tensiones para unos o para otros.
Una especie de matrimonio blanco que permita algún gruñido a través de las agencias de Inteligencia o algún desencuentro por Georgia o Ucrania, pero sin llegar a mayores. No hace mucho, ese viejo zorro que es Henry Kissinger dejó caer en una visita a Moscú: «Rusia debe ser percibida como un elemento esencial del nuevo equilibrio mundial, y no como una amenaza para Estados Unidos». Se entiende que poco después Trump recibiera a Kissinger. Éste, a su vez, en la CNN hizo un elogio del rubio multimillonario: «Trump es el presidente más genuino que he visto. No tiene ningún equipaje ni obligaciones ante ningún grupo» y ha sido elegido «conforme a su propia estrategia».
A los europeos que contemplamos el panorama, nos parecerá como una reedición de Yalta, con dos protagonistas (el ruso y el estadounidense), bajo la impotente mirada de la nueva Churchill: Theresa May. En la lejanía, China, su verdadero rival geoeconómico, a la que intentará moderar, pero sin llegar a las manos. Más bien, optará por cortarle las alas comercialmente, blandiendo ante el gigante asiático la amenaza de una vuelta a ese amor de juventud americano que fue Taiwán. Las duras palabras y amenazas en el Senado del nuevo secretario de Estado contra la militarización por Pekín de pequeñas islas en disputa en el mar de China meridional son, creo, globos sonda para medir las reacciones. Como por parte del régimen comunista, o mejor, de la prensa china, han sido duras, veremos pronto bajar los decibelios de Rex Tillerson.
Por el contrario, un sector importante ve en él una especie de Wallace con Twitter. Me refiero al conocido gobernador de Alabama que en los años 60 encarnó la feroz resistencia a cambiar el statu quo, con toda su carga de prejuicios raciales.
Por eso antes dije que el peligro de que el precipicio lo absorba es una posibilidad. Un estudio de USA Today muestra que el nuevo presidente, durante los 30 años pasados, ha estado implicado exactamente en 4.095 causas judiciales. De ellas, 75 están en curso. Los temas más peliagudos hacen referencia a affaires de difamación, fiscales, laborales. A los que se unen un proceso por agresión sexual (la demandante quiere demostrar que fue violada cuando tenía 13 años); 5.000 estudiantes que han planteado una causa judicial colectiva contra el magnate por supuestos fraudes en los diplomas de la Trump University de escolaridad, al no haber respondido la enseñanza impartida a los precios abonados (35.000 dólares al año), etcétera.
Pero de ahí a una verdadera destitución vía impeachment hay una larga distancia. Por una parte, los republicanos desean que, a trancas y barrancas, el mandato del magnate no se vaya al garete. Y los demócratas no tienen el poder necesario para lanzar ese tipo de procedimiento. Según la mayoría de analistas, Trump podrá ser juzgado, incluso condenado, pero probablemente no destituido.
Probablemente el enigma mayor del 45 presidente es cómo logrará remontar el vuelo. Cómo hacer que –como dijo en el discurso de investidura de ayer– «el cambio de poder no sea simplemente entre dos administraciones, sino verdaderamente de Washigton al pueblo». Tiene cuatro años por delante. Veremos.
Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y autor del libro Entre dos orillas. De Obama a Francisco.