EL CONFIDENCIAL 11/02/16
JAVIER CARABALLO
· Nada hay más cruel que el entierro de un partido político, debió pensar Rosa Díez cuando pasaba por la calle, cargando con el muerto de su personaje público, y nadie se volvía para mirarla
Pasó el entierro por la calle y ni el olor de los cadáveres hizo que la gente volviera la cabeza para mirarlos, porque estaban secos. Cada uno llevaba a cuestas su propio féretro; iban con gesto serio, en silencio, porque eran ellos mismos los que yacían. Iban camino del cementerio, sin flores ni llantos, porque nadie los miraba desde las aceras. Los veían con sus muertos políticos a hombros y ni siquiera esa escena les provocaba compasión: nada hay más cruel que el entierro de un partido político, debió pensar Rosa Díez cuando pasaba por la calle, cargando con el muerto de su personaje público, y ni los periodistas, ni los militantes, ni los votantes de otros días, se volvían para mirarla.
Para colmo, coincidía aquello con el entierro de la sardina, el final del carnaval, y más de uno pudo pensar que en realidad eran disfraces lo que llevaban en lo alto, y no los cadáveres políticos de quienes hace tan solo uno año o dos gozaban de una salud envidiable. Pero no, nada de carnaval, era el entierro político más triste que se recuerda, sin estruendo, sin polémicas, sin rencillas siquiera. Sin interés. El entierro triste de UPyD envuelto en sudarios de color magenta, hechos de banderolas sobrantes de la última campaña electoral.
Cuando Rosa Díez se decidió a comunicar públicamente su baja del partido, el lunes pasado, que fue el día que se echó al hombro el cadáver de su persona público y se lo llevó al cementerio, todavía se hablaba en España del último sondeo del CIS, esas encuestas en las que muy pocos meses antes siempre figuraba la líder de Unión Progreso y Democracia como el más valorado de todos los políticos de España. Siempre, indefectiblemente, ahí estaba Rosa Díez en la cumbre de lo que más orgullo le podía aportar a los de ese partido, el ejemplo ante los demás. Porque nacieron para eso, para enfrentarse al bipartidismo cuando aún se trataba de sólidas estructura amuralladas, inexpugnables.
Caer desde lo más alto del prestigio social y político al anonimato es un instante solo, porque la imagen del abismo en política es literal, no metafórica. Y eso le ha ocurrido a UPyD. El lunes 8 de febrero, a las 11:07 de la mañana, Rosa Díez colocó un mensaje en su muro de Facebook comunicando el deceso, una muerte asistida para evitar un dolor mayor: “Tomo esta dolorosa decisión por cariño y por respeto hacia toda mi familia magenta para la que guardo una inmensa gratitud. Ha sido un gran honor recorrer el camino con todos vosotros”.
En esa última campaña electoral, la derrota de UPyD estaba asegurada, pero ni siquiera los más pesimistas de esa formación política hubieran augurado un resultado tan desastroso. El millón y pico de votos que había logrado en las elecciones europeas de 2014 se convirtió en una décima parte. Con dificultad pudo superar el 0,5% de los sufragios de diciembre de 2015; tanta fue la humillación en el recuento que hasta el Partido Animalista obtuvo el doble de votantes, 218.944 votos frente a los 153.401 votantes de UPyD. ¡En un año!
En la rueda de prensa que se celebró tras las elecciones europeas, Rosa Díez celebraba, con el importante ascenso de la formación magenta, que multiplicó por cuatro su representación, el final de bipartidismo, que por primera vez comenzó a caer estrepitosamente en las urnas. Y adivinaba la consolidación definitiva en el inmediato ciclo de elecciones que estaba por llegar, tan solo un año después. El año de la desaparición.
Rosa Díez no supo ver o no quiso que la supervivencia de su partido dependía de la confluencia con la fuerza política que estaba creciendo a su lado, Ciudadanos
Lo que ocurrió entre esas dos elecciones de 2014 y 2015 que marcan el esplendor y el ocaso de UPyD es una secuencia de deterioro también conocida; entre la cima y la sima, lo que media es el error de estrategia política más importante de la máxima dirigente de ese partido, Rosa Díez: sencillamente, no supo ver, o no quiso ver, que la supervivencia de su partido dependía de la confluencia con la fuerza política que estaba creciendo a su lado, Ciudadanos, con el ímpetu y el liderazgo del que carecía UPyD. La soberbia es la última estación de una carrera política; la soberbia de querer morir de pie antes que cederle el paso y el protagonismo a quien acaba de llegar, y eso fue lo que le sucedió a Rosa Díez. Su clamoroso error, acompañado luego de una campaña de acoso y derribo contra la única persona que le advirtió de la deriva que se venía encima, Francisco Sosa Wagner.
Pero, en fin, todo eso está descontado y fue analizado en su día, los errores y las babas, las puñaladas y el servilismo, la conveniencia y las traiciones. Todo eso figura ya en los estertores de la historia de UPyD, que es mucho más importante que esos momentos de miseria. Si se mencionan otra vez, cuando han pasado los antiguos dirigentes portando los féretros de sus cadáveres políticos, es solo para remarcar una impresión final, definitiva, sobre la crueldad y la injusticia del electorado español. Que divisiones internas, errores estratégicos, problemas de liderazgo, traiciones y navajazos ha habido en todos los partidos políticos, pero no siempre sucede lo mismo.
Con su desaparición, queda acreditado que el electorado español no se comporta igual con todos los partidos políticos cuando atraviesan malos tiempos
¿Ha sido por la división interna por lo que ha caído UPyD? ¿Pero es acaso el único partido que la ha padecido? ¿Y la corrupción, por qué la corrupción no tiene más castigo en las urnas que los errores estratégicos? Lo que para UPyD ha sido letal, para otros solo ha supuesto un leve retroceso en las urnas. Ante la menor, el mismo electorado que durante años estuvo considerando a Rosa Díez como la mejor líder política se ha echado en brazos de la otra fuerza política, como modas pasajeras, novelería electoral.
Pasa en el entierro, triste entierro de UPyD, y con su desaparición queda acreditado que el electorado español no se comporta igual con todos los partidos políticos cuando atraviesan malos tiempos. Aunque hasta decirlo sea ya baldío. Ya es tarde para todo, como dejaron escrito nuestros clásicos: “Ya no es ayer; mañana no ha llegado; hoy pasa, y es, y fue, con movimiento que a la muerte me lleva despeñado”. Que son, precisamente, los versos de Quevedo con los que Sosa Wagner se despidió de Rosa Díez en su último libro.