ABC-IGNACIO CAMACHO
El relevo andaluz necesita gestos simbólicos que den fe inmediata de la voluntad de no dejar las cosas como estaban
SI eres andaluz has de saber que el relevo de poder va a empezar costándote dinero. Y si no lo eres, también, porque los presupuestos de las autonomías se financian con parte de tus impuestos. El caso es que el cambio de Gobierno no sólo supone el pago de las cesantías a que los consejeros y otros altos cargos de primer nivel tienen derecho, sino que se enfrenta a una cascada de reclamaciones de asesores, contratados eventuales y técnicos. En total, varios cientos, que incluyen desde personal laboral hasta directivos de empresas públicas con blindajes secretos. La Junta ignora en este momento cuántos empleados tiene enrolados a dedo –algunos tan fantasmales que ni siquiera llegaron a ocupar nunca el puesto, como sucedió con un director del Instituto del Flamenco–, y mientras se entera, auditoría mediante, le va a llegar un torrente de pleitos que en caso de perder le supondrá unos cuantos millones de euros. La famosa «tela de araña» no será fácil de retirar pasando por los rincones de la Administración un simple plumero.
El nuevo Gabinete encontrará pronto serias dificultades para cumplir sus compromisos respecto a la profesionalización y la neutralidad del sector administrativo. El tejido clientelar paralelo estaba muy bien protegido. Además de los numerosos casos de valimiento, familiaridad o favoritismo, los enchufes propiamente dichos, muchas prestaciones y actuaciones se pagan a través de transferencias a entes instrumentales, agencias, consorcios, fundaciones y otros chiringuitos. Los ERE bajo juicio y los fondos de formación, por ejemplo, eludían la supervisión a través de ese complejo mecanismo que no se puede desmontar por las bravas sin peligro de provocar un colapso de los servicios. Sin embargo, la limpieza de esa trama forma parte del imaginario implícito del vuelco político, agrandado además por el discurso arbitrista –«esto se arregla en dos patadas»– de un cierto populismo que ha creado grandes expectativas con argumentos ficticios. Y muchos ciudadanos que se han rebelado contra la ocupación de las instituciones por un partido no van a entender que después de una mudanza tan publicitada sigan en su sitio los mismos.
Se trata de una cuestión de gran importancia, un factor cualitativo que va más allá del principio de eficacia. Primero, por la eventual resistencia interna que pueda ofrecer a los recién llegados una escala burocrática reclutada por los socialistas bajo el exclusivo criterio de confianza. Segundo, por el agravio que para los funcionarios de carrera representa esa estructura sobredimensionada. Y sobre todo, porque el cambio necesita gestos simbólicos que den fe inmediata de la voluntad de no dejar las cosas como estaban. El bipartito de centro-derecha se juega mucho crédito en esa batalla, un verdadero ERE que está obligado a ejecutar de forma tan reglamentaria como rápida y, a ser posible, barata.