DAVID GISTAU, ABC – 23/07/14
· Un pelotón golpista no entraría hoy en las Cortes, tomaría antes un plató de sábado noche.
En las grandes veladas del boxeo existe el concepto de combate escalón, que es aquel que no procura gloria pero conduce hacia peleas de mayor importancia. Hay púgiles que nunca serán campeones pero obtienen contratos sirviendo de escalón, siempre que ofrezcan peleas vistosas que en realidad no pongan en peligro la proyección de un aspirante a todo. Estos peleadores me resultan simpáticos porque no se engañan a sí mismos soñándose clamores de muchedumbres, sino que aspiran a una soldada, eso sí, mejor que la que Jack London tasó en un bistec. En ellos, incluso las bravatas de las vísperas son retórica teatral que forma parte del espectáculo desde que Alí convirtió la agresividad del fraseo en un primer asalto por otros medios.
El movimiento Podemos comprendió mejor que nadie que las tertulias de la televisión son el combate escalón que conduce hacia ambiciones mayores. Esto no empezó con ellos, puesto que incluso Pedro Sánchez se fogueó en estas refriegas que conceden exposición a políticos sepultados en la intrascendencia de la segunda fila de bancada. Como soy espectador de boxeo, sólo logro detectar cóleras fingidas –sentido del espectáculo– en los periodistas que se ganan el bistec prestándose a servir de escalón para el político emergente que hace guantes con ellos. Es un negocio que beneficia a todos y que se ha vuelto tan poderoso que incluso suplanta el mortecino parlamento como escenario de una discusión nacional igual de enrarecida que la época. Un pelotón golpista no entraría hoy en las Cortes, para empezar porque nadie se enteraría, tomaría antes un plató de sábado noche. Bien mirado, a veces parece que ese pelotón ya está dentro.
Lo que uno no acaba de comprender es la apasionada irrupción en ese espectáculo de Esperanza Aguirre, quien ya tiene apalabrados con Pablo Iglesias unos bolos en los que harán de Pimpinela sin carga sentimental. Están tardando en agregar unos acordes de estribillo al «Repita conmigo», inspirados en aquellos con los que el ingenio popular convirtió en « hit » la « relaxingcup » de Ana Botella. Aguirre no es un político primerizo que necesite hacerse notar de cualquier forma para ir forjando nombre. Es una persona experimentada, que ocupó cargos de importancia y podría volver a hacerlo, que tiene discurso y tirón electoral. Y que además sale indemne, no ya del triste declinar del marianismo, sino sobre todo de la rendición de ciertos principios que han convertido el PP de La Moncloa en un artefacto moralmente encogido, conservador y estatalista que pretende convertir en apéndices orgánicos hasta los medios de comunicación, cuya libertad de criterio le resulta exasperante.
Esperanza Aguirre alega que desea dar la «batalla ideológica» incluso descendiendo a aquellos ámbitos en los que ésta se degrada y se transforma en una agresión a la persona que antaño sólo era posible ver en las humillaciones voluntarias de los programas del corazón. Quiero pensar que necesita un parlamento, que no tiene dónde encauzar su energía verbal, y que por eso se engancha hasta en el ascensor cuando le dan los buenos días. Porque, mientras las tertulias la convierten en el personaje que sale con un palo en el guiñol, ella parece dispuesta a reducirse a la condición de púgil escalón de Pablo Iglesias: combates vistosos que en realidad no ponen en peligro, sino que potencian, la expansión de Podemos, sin hacer nada por su propia proyección, que estaba ya muy por encima del nivel de tertulia soez, por no decir del bistec.
DAVID GISTAU, ABC – 23/07/14