Editorial, LA VANGUARDIA, 22/11/11
CON las elecciones generales del pasado domingo, el escenario político catalán ha culminado un giro completo, un cambio de hegemonía. Durante décadas, la dirección de Catalunya estaba en dos manos: Jordi Pujol gobernaba en la Generalitat y el PSC gobernaba los ayuntamientos e influía en los ejecutivos socialistas merced a sus grandes resultados en las generales. Ahora, en cambio, CiU lidera el país en solitario.
El primer cuarto de siglo de la recuperada democracia se caracterizó en Catalunya por el equilibrio de poderes entre PSC y CiU. Alrededor de estos dos partidos se desarrolló un sistema distinto del español: ICV-EUiA, a la izquierda del PSC; ERC, apoyo inicialmente de Pujol, desarrollando el independentismo. La situación del PP redondeaba el hecho diferencial del sistema catalán de partidos: siendo principal en España, era un partido menor en Catalunya.
El sistema catalán de equilibrios y matices empezó a entrar en crisis en el último gobierno de Jordi Pujol, que ganó en escaños pero fue derrotado en votos por Pasqual Maragall. Aquel último Govern pujolista coincidió con la primera mayoría absoluta del PP (segunda legislatura de Aznar). El pacto del Majestic entre Pujol y Aznar, que dio interesantes resultados para Catalunya, decepcionó a los sectores más catalanistas de CiU, a la par que dio alas al pacto de izquierdas que desembocó en los gobiernos tripartitos de las izquierdas (2003-2010). No es el momento de resumir los azares y tensiones de estos pasados años, pero sí de recordar que aquellas turbulencias (en especial el atribulado y a la postre fallido proceso de reforma del Estatut) eran manifestación de un cambio de fondo que ha desembocado en la hegemonía de CiU, hegemonía no absoluta, pero refrendada este pasado domingo.
El pacto tripartito fue algo así como el canto del cisne del PSC. En efecto, gracias a dicho pacto, los socialistas consiguieron gobernar en todas las instituciones. A su tradicional poder municipal y a su presencia en los gobiernos socialistas de Madrid, el PSC sumó la presidencia de la Generalitat. Enseguida se vio que el PSC pagaba muy cara aquella presidencia. El izquierdismo de ICV y el independentismo de ERC dejaban al PSC sin proyecto visible y sin discurso. Otros problemas de fondo pesaban en el interior del PSC: jubilado Maragall, el pragmatismo de sus dirigentes, con Montilla en la presidencia, revelaba un gran ensimismamiento orgánico. El PSC es un partido de cuadros que se cooptan entre sí y que se ha oxidado ideológicamente. No es extraño que se hundiera en las elecciones al Parlament y que, después de penar en las municipales, haya perdido ahora en unas elecciones que siempre ganaba. Ya no es el primer partido catalán en el Congreso. Falto del alimento electoral del PSOE (castigado por la crisis), el PSC parece incapaz de aportar valor propio. La campaña centrada en la supuesta buena imagen de Carme Chacón, ministra de Defensa, se ha revelado perjudicial: en plena crisis económica, cuando tanta gente lo pasa mal, no parece muy inteligente enfatizar una imagen casi cinematográfica de una servidora pública. Flaco favor harán los dirigentes del PSC a su partido si, en lugar de favorecer la renovación a fondo en el próximo congreso, protegen sus posiciones de privilegio interno.
Paradójicamente, los dos partidos que crearon el tripartito con el PSC se recuperan mejor de aquella etapa. La candidatura de Joan Coscubiela es una de las sorpresas de las elecciones. Conecta con la mejor tradición del PSUC: esperemos que, ante la tentación de combatir las medidas de ahorro en la calle, tenga ICV memoria de la responsabilidad histórica y de consenso que aquel partido atesoró. ERC, por su parte, se recupera modestamente de una grave crisis. Una parte del independentismo prefiere refugiarse en CiU, pero la candidatura de Alfred Bosch, sumada al estrenado liderazgo de Oriol Junqueras, le ha permitido recuperar, en una campaña sentimental, algunos de los votantes independentistas más emotivos.
CiU amplia el espectro ideológico de sus votantes. Se ha convertido en lo que algunos llaman «puerto de refugio» del catalanismo transversal. Recoge votantes del pujolismo clásico, del moderantismo de Unió, del soberanismo gradual y de los desencantados del federalismo del PSC. Y es que CiU consiguió aprovechar los años de oposición para renovarse. Casi ninguna encuesta auguraba el triunfo en Catalunya de Josep Antoni Duran Lleida. Su campaña combativa y hasta nerviosa revelaba la determinación de una victoria que concede a CiU no sólo todo el poder institucional, sino la primacía representativa. Por primera vez, la «minoría catalana» (el grupo parlamentario que lidera Duran en Madrid) podrá atribuirse el liderazgo de la representación catalana. El ciclo victorioso que inició Artur Mas el año pasado, y que reafirmaron alcaldes como Xavier Trias, se confirma.
Artur Mas no oculta que el derecho a decidir forma parte de su horizonte, pero su apuesta gradualista centrada ahora en la renovación del pacto fiscal catalán se está convirtiendo en un objetivo compartible por catalanes de todas las ideologías y sentimientos. El rigor contable, la austeridad y la contención del gasto le han dado un plus de seriedad en este grave momento económico. Los intentos de convertir las elecciones en un referéndum sobre la política de austeridad se han transformado en bumerán. La demagogia de la propaganda escabrosa ha perdido: ha ganado la seriedad.
Dirigido por Alicia Sánchez Camacho y encarnado por el veterano candidato Jorge Fernández Díaz, el PP de Catalunya ha contribuido honorablemente a la gran victoria de Mariano Rajoy, aunque no con la brillantez esperada. Con el reconocimiento de la importancia económica de Catalunya por bandera, Rajoy y Fernández Díaz han multiplicado sus contactos con la sociedad civil catalana y han impulsado positivas líneas de sutura de los resquemores que el PP había sembrado con su beligerancia antiestatutaria. Puede decirse que el PP ha normalizado su papel en Catalunya, pero sigue teniendo un techo (en torno al 20%). Un techo que podría romper si, en la difícil legislatura que pronto se inaugurará, el Gobierno de Rajoy es sensible y pone remedio a la injusta situación de las balanzas fiscales catalanas y si, mediante una actitud abierta e inclusiva, demuestra ser consciente del liderazgo económico catalán. La colaboración leal de los gobiernos de Espanya y Catalunya y la sensibilidad del nuevo ejecutivo central hacia la industria exportadora catalana es condición sine qua non de la recuperación económica de España entera.
Editorial, LA VANGUARDIA, 22/11/11