El escorpión y la serpiente

Ignacio Camacho-ABC

  • Ahí están: orgullosos, impávidos ante la memoria del dolor ajeno, refractarios incluso a su propio blanqueo

Con intenso espíritu de fraternidad navideña fueron ayer los dirigentes de Sortu, aquellos «chicos» que decía Arzallus, a aplaudir a Mikel Antza cuando acudía a declarar al juzgado. En libertad porque cumplió la condena que tenía pendiente en Francia y pudo regresar hace un par de años limpio de cargas y de cargos. Su videocomparecencia tenía que ver con la investigación del asesinato de Gregorio Ordóñez, que una asociación de víctimas le imputa en virtud del concepto de autoría mediata o delegada y por el que un juez de la Audiencia ha considerado razonable interrogarlo en su probada condición de antiguo jerarca etarra. No parece descabellado barruntar que un jefe de la banda pueda tener que ver algo con los crímenes que sus sicarios perpetraban. Al menos ésa ha sido la doctrina jurídica aplicada en Italia y Estados Unidos a los capos de la Mafia.

Para Rufi Etxeberria, Haimar Altuna y otros colegas, Antza es sin embargo un hombre de bien involucrado en la construcción de una nueva etapa de convivencia entre los vascos. Como el recién fallecido Troitiño, veintidós criaturas despachadas en su currículum, a cuya capilla ardiente acudió Otegi mientras Arkaitz Rodríguez lo lloraba como «víctima del conflicto». El tal Rufi fue junto con el mismo Antza y otros seres beatíficos el ideólogo mancomunado de la llamada ‘ponencia Oldartzen’, que postulaba la «socialización del sufrimiento», es decir, la extensión de los atentados contra magistrados, empresarios, periodistas y políticos. Ordóñez fue el primero en caer, como símbolo de la nueva estrategia de exterminio. Hoy el tipo es miembro relevante de la dirección de Sortu, el partido alfa de la coalición Bildu que ante su próximo retiro ha escogido a David Pla, el encapuchado de los últimos comunicados de ETA, para sustituirlo. Que se note su ánimo de reconciliación y su compromiso de trabajar por la concordia con convicción resuelta y talante inofensivo. Gente toda de principios en la que Sánchez, con ese ojo suyo proverbial para seleccionar amigos, no ha visto problema en pactar dos presupuestos seguidos.

Se suponía que a cambio iban a hacer algún gesto, algún detalle de buena voluntad fingida para que el Gobierno pueda favorecer sin remordimientos la progresiva puesta en libertad de los terroristas presos. Pero ahí están, orgullosos, impávidos, contumaces, berroqueños, inconmovibles ante la memoria del dolor ajeno, refractarios incluso a su propio blanqueo. A lo hecho, pecho, como en el refranero. Y bien mirado, por qué iban a hacer ningún esfuerzo si es el sanchismo el que busca el acercamiento, el que bebe los vientos por incluirlos en su bloque ‘de progreso’. Ellos no son el escorpión de la fábula, capaz de morder por impulso genético a la rana que cruza el río llevándolo a cuestas de pasajero: son la serpiente que el presidente luce por decisión propia enroscada a su cuello.