La viuda de Fernando Múgica ha alertado sobre la peligrosidad de algunos traslados carcelarios. Son los capítulos negros de nuestra historia que, inevitablemente, vuelven a la memoria cuando la duda sobre la posibilidad de que la pesadilla vuelva a tomar cuerpo electoral se proyecta en las inquietudes de buena parte de la ciudadanía.
La petición del lehendakari Patxi López a la ciudadanía para que muestre su «firmeza ante el esfuerzo final para terminar con ETA», expresada en la Fiesta de la Rosa en Euskadi, ha permitido serenar los ánimos de quienes no ocultan su desazón ante la posibilidad de que la banda terrorista logre volver a ‘colarse’ en las instituciones en las próximas elecciones locales. Queda tan sólo un año para esa convocatoria. Después de una acertada política de tolerancia cero con los representantes políticos y chambelanes de algunas embajadas terroristas, si nuestros representantes políticos se vieran tentados a dar un mal paso en tiempo de descuento, caeríamos en una involución injustificable.
Ese temor existe, a pesar de que los gestos del lehendakari y las actuaciones del Gobierno han demostrado su voluntad de derrotar a ETA sin atajos. Quizás por esa percepción, el jefe del Ejecutivo autónomo, un día después del homenaje a José Luis López de Lacalle, midió sus palabras con precisión de cirujano. No pidió «ayuda». Pidió «firmeza» para terminar con ETA. Este fin de semana, Euskadi se ha vuelto a implicar en los recuerdos de nuestra historia. Y el recuerdo duele cuando la memoria hurga en el vacío de las ausencias.
En la conmemoración del décimo aniversario del asesinato del articulista López de Lacalle, la sensación del cambio en Euskadi ha sido inevitablemente agridulce. Él no está pero la historia le ha ido dando la razón. Un luchador generoso como él, sin un gramo de rencor ni de revancha, seguramente no habría encajado bien tener que soportar la reapertura de las heridas de la Guerra Civil provocada por el debate de la memoria histórica. Pero en lo demás, su identificación con el cambio que ha supuesto el primer Gobierno constitucionalista de Euskadi habría sido total.
Ésa es la conclusión a la que han llegado quienes, repasando sus artículos, releen su última colaboración publicada cinco días antes de caer asesinado por las balas de ETA. Una columna en la que apostaba por el constitucionalismo y en la que se aventuraba a decir, en plena acomodación nacionalista en el poder, que el PNV era «necesario en la oposición, un magnífico lugar para colaborar y demostrar responsabilidad patriótica». Su voz ya no suena porque a él, como a Gregorio Ordóñez o Fernando Múgica, ETA lo calló por hablar demasiado y a contracorriente. Pero su legado ha cobrado fuerza y presencia con el actual Ejecutivo de Ajuria Enea.
No vio la ilegalización del entorno de ETA. Pero la habría apoyado. Ya no estaba cuando el Partido Socialista y el Partido Popular se atrevieron a pedir por primera vez el voto a las opciones estatutarias en el acto del Kursaal aquel 28 de abril del 2001. En ese acto en el que la derecha y la izquierda se reconocieron, y que fue el germen de la unidad constitucionalista, José Luis se habría sentido cómodo. Ahora que el debate identitario ha quedado orillado porque el Gobierno y el Parlamento se dedican a debatir sobre los problemas más acuciantes de la ciudadanía, los allegados de las víctimas se reafirman en la idea de que la rebeldía de los suyos ante el sometimiento al fanatismo les costó la vida.
La viuda de Fernando Múgica ha encendido la alarma estos días al percatarse de algunos movimientos carcelarios de difícil explicación. Mapi de las Heras ha alertado de la peligrosidad de algunos traslados recordando que su marido, el socialista Fernando Múgica, promovió la dispersión de los presos y que, quizás por eso, ETA lo mató. Son los capítulos negros de nuestra historia que, inevitablemente, vuelven a la memoria cuando la sombra de la duda sobre la posibilidad de que la pesadilla vuelva a tomar cuerpo electoral se proyecta en las inquietudes de buena parte de la ciudadanía.
Los responsables de Interior insisten en separar el traslado de algunos presos a cárceles de Euskadi del ‘caso Usabiaga’. Bien. Separemos. Y la inquietud se torna en indignación al conocer que el juez Baltasar Garzón primero decidió excarcelar al líder sindicalista, imputado como representante político de ETA, y después investiga los detalles del estado de salud de la madre del preso, una semana después de haberlo puesto en libertad. Una chapuza de instrucción y un despropósito según los colectivos de víctimas del terrorismo, que han visto atacada su dignidad e insultada su inteligencia.
De Justicia se hablará hoy por todo lo alto en Euskadi porque toma posesión el nuevo presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco (TSJPV), Juan Luis Ibarra. Un magistrado impecable, íntegro y riguroso. Su nombramiento, seguramente, a José Luis López de Lacalle, también le habría gustado.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 10/5/2010