FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD – 01/02/16 – EDUARDO ‘TEO’ URIARTE
· No resulta sorprendente que nuestros partidos, los existentes desde la Transición, tras sus malas relaciones en estos últimos años no sean capaces de llegar a ningún acuerdo, ni siquiera al imprescindible de gobernabilidad. Esto es así porque se ha ido destruyendo el espacio común entre ellos, el constitucional, el de la política, siendo mayor responsable de esta situación el PSOE, puesto que hace gala del rechazo a cualquier acercamiento a la derecha y lo usa como su principal, y casi única, seña de identidad de su empequeñecido discurso político.
Hasta tal punto ha llegado la ruptura que desde determinados ambientes llamados de progreso se ha generado una cultura del desencuentro, donde plantear una necesaria relación con la derecha, la formación más votada en España, suena a blasfemia, o lo que es igual, a incorrecto. De tal manera que en ambiente tan higiénico ante discriminaciones, desigualdades e identidades de todo tipo, animalismo solidario incluido, se ha erigido, precisamente y sin escándalo, un prejuicio xenófobo incuestionable contra la derecha. Estamos asistiendo a la recreación de aquella marea ideológica sectaria que desde la izquierda socavó la II República. Marea sin justificación alguna, porque a la derecha de hoy ni siquiera se le puede achacar que conspire para destruir el actual sistema, al contrario que algunas de las “fuerzas de progreso”.
Reducir el discurso de la izquierda a la fobia hacia la derecha inhabilita la posibilidad del ejercicio de la política, y transforma al partido que la enarbola en mera facción, pues sin espacio compartido en política no existe posibilidad para la existencia de partidos, son otra cosa, bandas al asalto del poder. Por otro lado, si nos introducimos en la existencia de un discurso basado en el rechazo, en la contra, en el NO, podemos toparnos con la recriminación que André Gorz nos endiñara en los años sesenta a algunas izquierdas de asemejarnos, a falta de alternativas constructivas, a formaciones fascistas. Al PSOE actual le sobra la política, se limita al rechazo del PP, actividad que realiza con mayor credibilidad, junto a un amplio y seductor discurso, una fuerza revolucionaria y populista como Podemos, que cabalga directo hasta la toma del poder para monopolizarlo, pues en ese momento no sólo la derecha será el origen de todos los males, también los social-fascistas.
Una excelente escritora como Almudena Grandes en su columna “Analogía” (El País, 25,1, 2016) constituye un ejemplo apasionado de esa “intelectualidad progresista” y sectaria. En ella reclama el pacto entre el PSOE y Podemos a los que consideran ideológicamente cercanos: “los votantes del PSOE y de Podemos no perdonarían que no se intentase un acuerdo entre ambos partidos”. Con este objetivo hace uso de una analogía, el acuerdo al que llegaron Santiago Carrillo y Suárez, uno desde el PCE y otro desde el Movimiento.
La gran falacia respecto al acuerdo de referencia -que se presenta sin pudor alguno- es que entre Carrillo y Suárez no había tanta distancia tras la experiencia de una guerra civil y cuarenta años de dictadura, y, sobre todo, había una voluntad para el acuerdo al encuentro en un espacio político común. En el primero desde el V Congreso y su apuesta por la reconciliación nacional, en el otro empujado por la tendencia de un sector del franquismo que empezó a desgajarse del régimen desde el Congreso de Munich en 1962. Ambos coincidieron en un modelo democrático similar al del resto de lo países europeos, modelo rechazado por Podemos.
Sobre las consecuencias del acercamiento del PSOE a Podemos escribe Jorge Del Palacio Martín, en el mismo diario, (“Bolonia o Lisboa”, El País, 28,1,016): “…la socialdemocracia no puede competir con los partidos que están a su izquierda en populismo, salvo al precio de abandonar su historia y identidad política”, cosa que está realizando el PSOE desde tiempo atrás y este pacto lo confirmaría definitivamente. Posiblemente la fobia contra la derecha, a la que convierte en origen de todos los males, sea la escusa para acabar con el sistema inaugurado en la Transición, que no sólo Podemos rechaza.
Ante este traumático desencuentro de las formaciones que crearon y sustentaron el sistema es consecuente que cada autonomía quiera marchar por libre, que algunas opten ya por la independencia, y es que cuando se juega con lo sagrado, convirtiendo en concepto discutido y discutible el espacio común, la nación, abandonando la política por la confrontación, acaba pasando esto: la ingobernabilidad.
Sectarismo y corrupción.
Si cada formación política se despreocupa de los intereses generales y busca su exclusiva supervivencia, obsesionada por el poder al precio que sea, no es de extrañar que la corrupción, la consecución de recursos y prebendas por procedimientos ilegales, sea un medio aceptado en el seno de los viejos colectivos políticos. Históricamente el ejercicio del poder ha ido unido a la corrupción y si algún sistema político es sensible a ella es la democracia, que se ha visto muchas veces desde su origen abolida tras épocas de corrupción. La crítica platónica a la democracia tiene en la corrupción uno de sus principales argumentos.
Esta breve contextualización no tiene la intención de limitar la gravedad de la corrupción protagonizada por los partidos, hace tiempo descubrí que en este sistema, donde la influencia de los partidos es muy grande frente a los poderes del Estado, no es esporádica su existencia, sino que se puede calificar a los partidos, sin miedo a confundirme, de entes corruptores. El sectarismo partidista no sólo relaja la moral sino que crea una moral interna y una dinámica que asume la financiación, y el enriquecimiento personal, por procedimientos criminales, pues la supervivencia política y la toma del poder los justifica. O se pone límite, especialmente desde el poder judicial, o no esperemos que por propia voluntad unos partidos con vocación de convertirse en un fin en sí mismos pongan travas a la corrupción. No sólo seguirán existiendo personas corruptas en su seno, sino que los partidos seguirán corrompiendo a su propia militancia y a la sociedad como procedimiento de poder.
Cuando se exacerba el sectarismo convirtiendo al adversario en la causa de todo problema, éste provoca el empobrecimiento ideológico del propio colectivo, pues el sectarismo lo hace innecesario. Ambos procesos relacionados, el sectarismo y el empobrecimiento ideológico, promueven la corrupción. Sin valores republicanos, sin valores de servicio a la sociedad, sin conciencia sobre el partido como un mero instrumento para la acción política, y disponiendo un inmenso poder desde las instituciones, la corrupción se abre paso llamada por esa pérdida de sentido político de los propios partidos.
El daño causado es enorme y acaba erosionando el sistema hasta su posible derrumbamiento. El sectarismo experimentado por los partidos, el rechazo al encuentro de la política, la excesiva condena del adversario hasta el punto de romper cualquier interlocución con él, arrastra a la justificación de nuestras propias actividades criminales y la exageración de las del adversario, hasta tal punto de observar sólo las corruptelas del adversario y no las nuestras.
Sin embargo, habrá que concluir, que son más peligrosas y destructivas para la sociedad las consecuencias políticas de la corrupción que la propia corrupción. Es más peligroso el populismo, como aparente solución a esos desmanes, que la propia corrupción, porque el populismo acabará presentando antes las indignadas masas soluciones que abocan a la tiranía, a la dictadura, a la desaparición de la democracia. Y entonces no habrá ni crímenes en el poder, ni entre sus detentadores. Sencillamente, nadie tendrá posibilidades de denunciarlo porque los poderes del Estado se destinarán a evitar y a defenderse ante cualquier denuncia. En la dictadura consiguiente no existirá libertad.
Proceso tan antiguo como los primeros balbuceos de la política, la plebe indignada ante la corrupción es seducida y movilizada por discursos de demagogos oradores, destinados a volcar la democracia y erigir un tirano. Entonces no habrá corrupción pública, porque todo está corrupto, a la vez que la ciudadanía desaparece junto a sus derechos fundamentales. Por esto se preocupa Felipe González. O, quizás, sólo porque la primera víctima del populismo vaya a ser su partido.
La corrupción existente en el adversario no puede constituir causa suficiente para evitar el diálogo político, máxime cuando ambos interlocutores la padecen, máxime cuando la solución enarbolada es pactar con alguien que, frente a la democracia esgrime la mayor de las corrupciones: derribarla. A la corrupción se la limita reforzando el poder judicial, creando mecanismo de control como unos Tribunales de Cuentas no dependientes de los partidos, potenciando la presencia de entidades civiles en órganos de control, y fomentando lo valores cívicos y solidarios desde la sociedad y los propios partidos.
Un pacto contra la historia: el 10 pluvioso de Pedro Sánchez.
La airada respuesta del presidente Rajoy a las propuestas exteriores a su partido de que nadie tiene que decirle a éste que es lo que tiene que hacer, o la de Sánchez ninguneando las consideraciones de los viejos socialistas y opiniones en casi todos los diarios, evidencian el carácter cerrado y hosco de nuestros lideres. Por supuesto que cualquier ciudadano tiene derecho, máxime si ha votado, a decirles qué es lo que deben de hacer, esto es democracia, aunque bien es cierto que tras cuarenta años de ejercicio por los viejos partidos se creen ajenos a ella, creen que se puede gravitar sobre ella sin depender de la ciudadanía. Lo que no quita, pues no es contradictorio, que Sánchez, que desprecia todos los sectores contestatarios en su partido y la opinión de la prensa históricamente cercana al socialismo, aplique un procedimiento populista de consulta a las bases militantes que posee tufo napoleónico, además de populista.
Si de lo que se trata es de escuchar al pueblo, cada líder de los viejos partidos goza de diferente sentido. Rajoy especialmente pone énfasis en que él ha ganado las elecciones y su propuesta es la coalición constitucionalista. Pedro Sánchez con su llamada a derecha e izquierda lo que de verdad realiza es un acercamiento a Podemos, pues una fuerza como Ciudadanos, surgida para enfrentarse a la ruptura constitucional del nacionalismo catalán, no asumirá ningún pacto con Podemos, otra fuerza rupturista, incluso en el plano territorial. Sánchez no escucha al pueblo, pues las dos encuestas existentes abogan por un gran acuerdo de estabilidad de centro, lo que enmascara declarando que lo que ha votado el pueblo es cambio: el cambio con Podemos. Afán de aventura.
La derecha es más reticente a las aventuras, por eso es conservadora, hace prudentemente lo que Bruselas manda, con cierto rigor, y, al final hasta crecemos en el PIB. No es que el PSOE hiciera en el pasado otra cosa, después de alguna decisión desafortunada, terminó Zapatero poniéndose al teléfono y acabó realizando lo que mandaba Bruselas, pero con retraso. Lo nuevo en este momento es que a Sánchez no le gustó lo que acabó haciendo Zapatero, renuncia al límite presupuestario impuesto en la Constitución, se desgañita en lo de los recortes, aunque el que los iniciara fuera ZP, pero prosigue con el discurso izquierdista y populista que su antecesor iniciara. Definitivamente se encuentra con Podemos. Y se encuentra con Podemos porque de tiempo atrás el PSOE modificó la médula de filosófica de su ideario ( José Varela Ortega). No se trata de un encuentro repentino con Podemos, posee unos fundamentos y antecedentes que no quisieron ser vistos, ni reaccionaron ante ellos, por la vieja guardia. Ahora probablemente sea tarde para salvar al PSOE y, lo que es peor, evitarle un serio problema a España.
Así, pues, la inestabilidad política actual tiene su fundamento principal en el comportamiento del PSOE, no es de extrañar que los viejos del mismo, constitucionalistas ellos, alcen la voz en el ultimo minuto preocupados por este ejercicio de irresponsabilidad, y que dediquemos casi todo el espacio a este problema y al causante del mismo. El PSOE ha llegado a este momento cabalgando en un izquierdismo que le supedita al populismo tan brillantemente ejercido por Podemos. Y sin embargo es un partido de la Transición, padre de la Constitución y gestor de esta democracia, roto entre la brillante generación anterior y la actual, porque no ha sabido ejercer una oposición socialista a la derecha. Pues bien, sigamos a Marx, un partido que no sabe qué hacer en una situación como ésta más vale que yazca en el muladar de la historia.
Seducido por el populismo no sabe qué hacer. No sólo no escucha la voluntad popular de que se debe llegar a un acuerdo de gobernabilidad, sino que su comité central se pliega ante el caudillismo, aceptando la consulta del secretario general sobre la negociación que él va a llevar. Así, en nombre de las bases se destroza el partido, sobra el Comité Federal: Caudillo y bases. El diez nivoso de Pedro Sánchez, lo que lleva a declarar en su editorial del 31 de diciembre a El País: “Dinamitar las estructuras por discrepar de una decisión muestra poca responsabilidad de parte de Sánchez”. Y es que en el fondo lo que subyace, perdidos los fundamentos socialdemócratas, es la admiración a Pablo Iglesias, a Podemos. Finalmente, el procedimiento del centenario partido va a ser el mismo que el de la CUP (esperemos que no haya empate). Definitivamente: elegido este procedimiento, y arrastrando desde tiempo atrás el izquierdismo, se acabará avalando la ruptura populista de marchar junto a Podemos.
Y aún así no habrá acuerdo con Podemos, porque las condiciones de éste serán cada día de más alto listón, ya que nunca ha estado interesado en que haya un presidente socialista, y sí en “robarle sus votos” en las siguientes elecciones. Así, de esta manera, el PSOE aparecerá como el responsable del fracaso de unas nuevas elecciones, acusado de ello no sólo por la denostada derecha sino por el admirado Podemos. Contribuirá así al engrandecimiento de una nueva izquierda revolucionaria y populista, pues ante las bases indignadas acabará siendo el responsable de la falta de acuerdo de progreso para arrojar del poder al causante de todos los males: al PP.
De esta manera, destruyendo el espacio común, el PSOE está poniendo punto final a su historia.
FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD – 01/02/16 – EDUARDO ‘TEO’ URIARTE