Miquel Escudero-Crónica Global
He leído estos días un ensayo sobre la soledad: El cielo vacío (Siruela), de Marjan Bouwmeester. Hay una soledad que consiste en ausentarse y, a la vez, concentrarse un tiempo más o menos largo; es conveniente y sano hacerlo de forma periódica. Permite enriquecerse de mil maneras ganando intimidad y potencia para luego relacionarse de mejor modo con los demás. También por esto son necesarias las vacaciones; conviene poner tierra –y tiempo— de por medio para obtener provecho.
Pero la escritora holandesa que cito habla más bien de la tristeza de sentirse desconectado, sin estar solo; el pesar que produce no ser reconocido ni atendido con suficiente amabilidad, o tratado con indiferencia, como si no existieses. Solo quienes llegan a saber lo que es la soledad pueden amar y ser hospitalarios, el arte de hacer sentir próximos a otros.
La misantropía es otra cosa, es tener aversión al trato con cualquiera, y no siempre a causa de insuperables inseguridades o timideces. Podríamos hablar de quienes se saben rechazados por los demás en un entorno, y a quienes se les hace el vacío o son sometidos a acoso, saboteados o perseguidos. En ocasiones, uno mismo puede sabotearse y cerrar el paso a quien se necesita ser. Es el derrotismo una actitud frecuente y dañina, doblegarla requiere ayuda externa para fortalecer la voluntad y el interés: afecto, confianza y conciencia. Tener conciencia es tener un mundo, es tener palabras para expresar un papel e imaginarlo, poder cambiar de perspectiva; y revelar u ocultar, según convenga.
Marjan Bouwmeester menciona a la abogada canadiense Emily White, quien escribió un relato sobre una treintañera solitaria, cada vez más distanciada de los demás seres humanos; llevaba el título de Lonely, traducido como La habitación vacía. Estas lecturas me llevan a un asunto que hoy me preocupa: el espacio político vacío.
En efecto, un espacio vacío es un espacio libre y desaprovechado. Yo, en mi caso particular, echo de menos a un partido de la ciudadanía. Lo hubo una vez en Cataluña, ahora es una sombra. Partió de la nada y se hizo referencia imprescindible frente al establishment separatista. Su ámbito era plural y diverso, y su denominador común era el apego a la realidad. Pretendían restablecerla y tenían por objetivo “devolver la política al espacio público y desligar su gestión de las ataduras sentimentales”. Por esto el sistema nacionalista repitió –y no para de hacerlo aún hoy— el mantra de que nacieron para ir contra Cataluña; una mentira repetida un millón de veces no deja de serlo. Sin otros medios que el capital humano, aquellos frikis se proponían derrotar sin complejos la exclusión y sinrazón nacionalista. Por todo cual tenían que ser una fuerza de aluvión y transversal que no se redujera a una ideología concreta. Su arma era el espíritu crítico aplicado al debate racional. No sin contradicciones y serias torpezas, se hicieron un hueco en el espacio político que fue creciendo de forma poco probable y apenas imaginable por nadie. Aunque siempre torpedeados, se fueron abriendo paso por ese espacio vacío. Era su medio natural. En unas circunstancias excepcionales ganaron las elecciones, tanto en escaños como en votos. Fue casi la intemerata.
El caciquismo que se había instalado en sus filas fue demoledor para su futuro. Se impuso el seguidismo y la mediocridad, y se castigó la discrepancia interna. No solo se desatendió el trabajo de penetración del proyecto, para hacerlo eficaz en amplias capas sociales, sino que se menospreció esa labor de forma olímpica. Su líder indiscutible saltó a Madrid y aupó al partido en toda España, en la idea de superar la política de bloques: derechas e izquierdas. Acabó por contradecirse con una obstinación absoluta, delirante. Su desconexión con la realidad, en contra del primer mandamiento de la plataforma que lo eligió, llevó a un peor, imposible. No solo fue cosa de inmadurez, fue la soberbia del amo –embriagado por su suerte y adulado por su círculo cortesano y servil— la que le llevó a jugar y perder todo un patrimonio que no era suyo, sino de sus trabajadores que despreció. A partir de ahí, un caos cantado.
Ni que decir tiene que el espacio está ahora vaciado. Lejos de alegrarme, como hacen los carroñeros, me entristece y me preocupa. Entre los que se alegran de la hecatombe se encuentran los rebotados y no pocos damnificados por la cúpula. Allá cada cual. Vamos a ver qué se hace en los próximos días para reflotar un proyecto sugestivo para la ciudadanía, e impedir que el vacío sea inexorable.