IGNACIO CAMACHO-ABC
- En las intrigas de Iglesias contra Díaz hay algo de celotipia y mucho de temor a verla integrada en la órbita sanchista
El concepto de la política de Pablo Iglesias está impregnado de pasión (y pulsión) destructiva. No es capaz de imaginar un proyecto sin fabricar previamente un antagonista contra el que aglutinar su energía. Como todos los que han crecido en una organización comunista está poseído de ‘vis’ conspirativa, una vehemente inercia hacia la intriga que a menudo encuentra víctimas entre sus propias filas. Por eso sus últimos movimientos se orientan a minar eso que Sánchez llamó «el espacio de Yolanda Díaz», la candidata que el líder de Podemos designó para encabezar sus siglas y a la que ahora contempla como una especie de enemiga íntima porque ya no sigue sus consignas. En la presión sobre su sucesora hay un manifiesto componente de celotipia y otro de temor a que la plataforma en ciernes diluya las siglas para convertirse en un apéndice sanchista. Acostumbrado a dirigir y ser obedecido recela de Díaz y amenaza con sabotearla si se empeña en promocionarse a sí misma. Algo así como ‘la maté porque era mía’.
El supuesto ‘espacio’ de la ministra de Trabajo es de momento un ente indeterminado de contornos confusos y contenido abstracto. Como artefacto electoral está inmaduro y en Andalucía cosechó un notable fracaso porque era un batiburrillo a medio hacer de pequeños partidos enemistados. En realidad es apenas un vago boceto en torno a un liderazgo sobrevalorado que el Gobierno promueve arrimándole un fuerte aliento mediático. Carece de programa, de masa crítica, de cuadros, de militantes y de aparato. Iglesias sabe que es el único que puede proporcionárselos pero exige a cambio que Podemos sea el «núcleo irradiador», el soporte básico, que su gente cope los puestos altos de las listas y, por descontado, que no haya dudas de quién maneja de verdad los mandos. Y empieza a sospechar que Moncloa anda urdiendo una operación para satelizar el invento y dejarlo a él tirado. Antes de permitirlo echará el tinglado abajo.
Al fondo del asunto está la ley de Hont, el sistema de reparto de escaños. Sánchez necesita un suplemento de vitamina para disputarle al PP el primer puesto en las circunscripciones pequeñas e intuye que Díaz, con su imagen de laboratorio y su aceptable valoración en las encuestas, le puede allegar el voto de una cierta izquierda. La idea de utilizarla para descolgar a su socio de coalición le ronda en la cabeza. Iglesias ha ejercido de pegamento del modelo Frankenstein, el enlace clave con Bildu y Esquerra, pero el jefe del Ejecutivo confía en poder encargarse, llegado el caso, de esa tarea. Su prioridad estratégica consiste en sumar fuerzas, y Sumar es el nombre escogido por la vicepresidenta. El caudillo (en falsa excedencia) de Podemos se ha dado cuenta de la maniobra y no está dispuesto a quedarse fuera. La brusca descarga dialéctica de este fin de semana constituye una advertencia de su capacidad para crear problemas.