Ignacio Sánchez Cámara-El Debate
  • El pueblo es soberano, pero no necesariamente clarividente ni amante de su libertad. El Gobierno, a pesar de sus desmanes y mentiras, no tiene el más mínimo temor a los ciudadanos. Esto se parece cada vez más a un despotismo iletrado

Descreo de la existencia de los caracteres nacionales. Pienso que, en general, son mitos y estereotipos, aunque en ocasiones puedan encerrar alguna dosis de verdad, pero nunca como una ley inexorable. Cuentan, ignoro si la anécdota es apócrifa, que, al regresar George Bernard Shaw de un largo viaje por el Continente, le fue preguntada su opinión sobre los franceses. Y respondió: «No lo sé. No he visto a todos».

Durante nuestro Siglo de Oro (a la espera de que decrete la memoria histórica que nunca hubo tal cosa) la imagen del español en el extranjero era la de un ser serio, ascético, antipático, que vestía de negro. Nada que ver con el holgazán que se dedica solo al vino, la danza, la guitarra y los toros. La mitología vino después y fue obra de algunos viajeros inteligentes pero distraídos. Quizá nadie se aproxime tanto al estereotipo español como el vasco. La «furia española» es vasca. También lo es una de las dos principales maneras de torear (la otra es la andaluza). Por no hablar de su contribución inmensa a la forja de España. Incluso cabría incluir su escaso aprecio de España, algo tan español, desde el siglo XIX.

Entre las notas del español siempre se ha incluido la rebeldía y su inclinación anarquista. Creo que en esto hay un gran error. El español ha sido gobernable y sumiso, no ha hecho ninguna revolución, solo ha emprendido motines, muchas veces por causas extravagantes, como el tamaño del ala del sombrero de los varones. El estallido popular de 1812 no fue una revolución, sino una lucha por la independencia de la nación y para que volvieran sus reyes.

Me repugnan, casi por instinto, todas las formas de violencia, incluidas las protagonizadas por las masas, y detesto las revoluciones, aunque no siempre sus principios e ideales. Soporto con dificultad las manifestaciones (aunque la asistencia a algunas, pocas, me parece un deber cívico, por ejemplo, la que se convocó después del terrible asesinato de Miguel Ángel Blanco por la ETA). Sobre los mítines opto directamente por no asistir. Pero creo absolutamente en el derecho de los ciudadanos a protestar ante los desmanes padecidos, sin necesidad de esperar a la convocatoria electoral.

En este sentido, me parece que la actitud popular en estos últimos años, y especialmente en la actual legislatura, revela que la rebeldía del español constituye la más falsa mitología. Por el contrario, su mansedumbre me parece proverbial. Tiene más de la laboriosidad del buey que de la fiereza del león. A veces estalla, pero casi nunca contra el Gobierno. La guerra civil no fue un acto de rebeldía, sino de odio entre españoles (seguramente inducido por minorías). El amor no concibe la inexistencia de lo amado. El odio no tolera la existencia de lo odiado.

Uno repasa la lista de agravios sufridos en esta legislatura y ve una reacción general entre indiferente y resignada. Las inundaciones de Valencia fueron quizá una excepción. Pero mientras diez meses después continúan vigentes las consecuencias de la tragedia y muchas tuberías siguen atascadas, nadie se rebela contra la decisión del Gobierno de perdonar la deuda millonaria a Cataluña a cambio de su permanencia en la Moncloa. Y podríamos añadir los recursos contra los incendios, la gestión de la pandemia, la reclusión ciudadana inconstitucional, la subida de los precios, la falta de viviendas, la pérdida de calidad de la sanidad y más. Parecería que muchos ciudadanos carecen de respeto a su nación e incluso a sus intereses y se acogen a lo que Étienne de la Boétie llamó la «servidumbre voluntaria». Si alguien es esclavo por decisión propia, no por ello es un hombre libre. El «vivan las cadenas», por cierto, de origen español, fue un grito popular. El pueblo es soberano, pero no necesariamente clarividente ni amante de su libertad. El Gobierno, a pesar de sus desmanes y mentiras, no tiene el más mínimo temor a los ciudadanos. Esto se parece cada vez más a un despotismo iletrado.