Miquel Escudero-Publicado en Crónica Global el
- El periodista e historiador Pablo Ignacio de Dalmases ha dado cuenta de la relación histórica y los lazos afectivos y literarios con un territorio español ignorado
Los territorios africanos de Saguía el Hamra y Río de Oro sólo comenzaron a ser administrados por España a finales del siglo XIX, en 1884. Y constituyeron lo que, a partir de 1958, se denominó Sáhara español cuando fue declarada provincia española; dos años después de constituirse el reino de Marruecos al dejar de ser un protectorado de Francia y de España. En aquel entonces, Carrero Blanco dijo que el Sáhara era una provincia “tan española como Cuenca”; 280.000 kilómetros cuadrados poblados por unos 75.000 nómadas. Tras lo cual, España, caracterizada por el paternalismo y el desinterés hacia aquellas tierras inhóspitas, tomó cartas en los asuntos de salud y educación.
El periodista e historiador Pablo-Ignacio de Dalmases es, con suma probabilidad, el máximo conocedor de su geografía e historia. Ha señalado que la asistencia sanitaria española ayudó a erradicar enfermedades endémicas, elevó la expectativa de vida de los saharauis y disminuyó drásticamente la mortalidad infantil. El sistema escolar dio, por su parte, resultados evidentes y duraderos: no era obligatoria la enseñanza de la religión católica y se podía optar por recibir clase de árabe y del Corán. La verdad es que, a la vez, se hacía la vista gorda con la existencia de unos 3.000 esclavos, calificados como parientes pobres de los señores de la tierra. “Los viejos combatientes musulmanes de la guerra civil –ha escrito Dalmases– fueron, casi siempre, uno de los más firmes bastiones de la adhesión a España y los que mayor fidelidad han guardado a la memoria de Franco”.
España estaba allí por inercia colonial, sin provecho económico alguno. No sería hasta entrados ya en los años sesenta que se descubrió fosfato en su subsuelo. En 1968 se constituyó la empresa Fos Bucraa y la explotación de las minas estuvo en pleno rendimiento cinco años después.
Acta notarial de la relación con el Sáhara Occidental
En octubre de 1975, diez meses después de recibir el encargo de un dictamen consultivo para la ONU, el Tribunal de La Haya se pronunció sobre si el Sáhara Occidental era un territorio sin dueño en el momento de la colonización española. Se contestó que había lazos espirituales con los marroquíes, pero no vasallaje. Fue igual. Un problema mal resuelto. Con la Marcha Verde, España se desinhibió de su responsabilidad y cedió ilegalmente su administración a Marruecos y a Mauritania. Una traición a aquellas personas que quedaron abandonadas a su suerte. Fue el 28 de febrero de 1976. Se fueron desdibujando a conciencia las peculiaridades de la cultura bidaní (mestizaje de bereberes y árabes, con el dialecto hassania en común) y disolviendo el poso que hubiera de la cultura española; desplazándola por la francesa, para estar al compás de Rabat. No tardó en construirse un muro de 3.000 kilómetros, un muro para cerrar una realidad que el propio Dalmases ha enunciado de este modo: “el Sáhara, que a ojos del intruso parece un territorio infinito y yermo sin nada de interés, es, en realidad, un verdadero universo que guarda numerosos secretos del pasado de nuestro planeta e incluso de la misma existencia humana”.
Dalmases, que fue director de RNE y de TVE en el Sáhara (también lo sería del diario La Realidad, de El Aaiun, con textos bilingües), ha publicado hace unos meses un nuevo libro Sáhara Occidental e Ifni en la ficción literaria (Sial/Casa de África). Es una singular acta notarial de la literatura que hasta hoy han generado esos territorios con huella española. Pablo Dalmases lo ha leído todo y todo lo comenta. Desde el siglo XIX hasta la fecha, ya sea poesía lírica o épica, literatura de quiosco de bajo coste o rescatada por la memoria oral. Hasta 1958, con la incorporación del Sáhara y de Ifni como provincias españolas, predominó la narrativa de temática militar; los militares fueron prácticamente los únicos españoles allá instalados, pero también hubo quien escribiera sobre lugares casi inexplorados, hablando de lo que no sabían, sin informarse y cometiendo burdos errores y deslices históricos.
Cabe destacar al coronel cubano Francisco Bens, que fue gobernador de Río de Oro, autor de unas memorias muy interesantes. Para él, que confraternizó de un modo particular con los nativos, «España sin África es un país mutilado»; una dimensión irrenunciable.
Orgullo por la «españolización»
Menciona Pablo Dalmases a los tres históricos viajeros españoles por África: Domingo Badía (Ali Bey), Joaquín Gatell y José María de Murga (El moro vizcaíno). Y agrega a Cristóbal Benítez, autor de diversos relatos sobre sus peripecias en el interior de África y uno de los primeros europeos que alcanzó Tombuctú; en 1880. La presencia española en el continente africano fue de apenas un siglo, predominó la indiferencia y el desinterés hacia aquellas realidades. Entre españoles no hubo lugar a idealizar ese colonialismo, como sí hicieron británicos y franceses con los suyos. Hay, sin embargo, un hecho diferencial en la presencia africana española. Se ha generado una nueva literatura hispánica en el Sáhara. Dentro del propio pueblo saharaui ha surgido una corriente que reivindica el español como segunda lengua propia y cuyos autores se sienten copartícipes del universo literario hispano. Dalmases recuerda la naturalidad con que un niño saharaui afirmaba en clase, hace medio siglo: “América la descubrimos los españoles”. El español dejó de ser considerado como una lengua impuesta en el Sáhara Occidental por una potencia colonial.
En este milagro pudo ser esencial Fidel Castro, quien, sin proponérselo directamente, produjo el mestizaje cultural de los cubarauis. Apoyó en todos los órdenes a los refugiados del Sáhara. El Polisario (acrónimo de Frente Popular para la Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro) evolucionó desde su línea francófona y asumió el idioma español como herramienta de pensamiento y de cultura, un factor distintivo con el que superar el espíritu tribal y las estructuras arcaicas que son una rémora para su desarrollo como comunidad.
Para ellos el término españolización no es en absoluto peyorativo. La RASD (República Árabe Saharaui Democrática) ha incorporado plenamente el español a su sistema educativo y, desde un bilingüismo perfecto, lo usa como idioma vehicular en sus instituciones. A todo esto, la presencia oficial española brilla por su ausencia.
Pablo Dalmases, apasionado africanista, explica cómo poco a poco se fue imponiendo “la convicción de que el mantenimiento de la identidad hispánica constituía uno de los mejores elementos con que contaba el pueblo saharaui para reafirmar su singularidad y diferenciarse de sus vecinos francófonos”. Juntos en el corazón. Pero en España se ha ignorado.