El largo y tortuoso proceso de aprobación de los Presupuestos supone el momento estelar del año político. Es allí donde, mejor que en cualquier declaración pública o debate parlamentario, se explica la acción del Gobierno y se establecen las prioridades. Pero llevamos un tiempo en el que se han convertido en un espectáculo lamentable. Tanto las declaraciones oficiales que acompañan a su presentación para embellecerlos, como los argumentos empleados por la oposición para denigrarlos, son perfectamente previsibles, pues se repiten año tras año con constancia franciscana.
Para el Gobierno, los Presupuestos sometidos a debate son siempre prudentes, promotores de la actividad, favorecedores de la igualdad, adecuados en lo político, justos en lo económico y benéficos en lo social. Además de austeros y eficientes. Vamos, que, tras tantos años así, no hay manera de entender cómo no somos ya más ricos que los dubaitíes, más altos que los suecos, mas igualitarios que los norcoreanos, más listos que los israelíes, más sanos que los japoneses y más divertidos que los cubanos. Tiene que ser culpa nuestra, de los ciudadanos de a pie, que no estamos a la altura de tan elevados designios. Por su parte, la oposición los considera siempre excesivamente optimistas en la vía de los ingresos y demasiado generosos en la vía del gasto. Les acusan de tirar el dinero de todos por la ventana del Estado. De no acompasarse a la realidad, de despilfarrar y de malgastar. Ese es el guion.
En debates estériles, el Gobierno siempre los embellece y la oposición siempre los denigra
Luego viene la aprobación, que se convierte en un zoco moruno en el que el Estado se pone en almoneda para satisfacer todas las demandas de los partidos cuyo norte es, precisamente, derribarlo. ¿Ha negociado Pedro Sánchez con ERC y el PNV o Bildu las medidas de apoyo a la industria, el diseño de los PERTE o la política exterior con el Magreb, por decir algo? No, ha negociado el hachazo al Código Penal para beneficiar a los condenados independentistas o a los presos terroristas. Sin olvidar el asunto estrella de las federaciones deportivas que podrán escapar de las pesadas cadenas de las federaciones nacionales que les oprimían para volar solas en el espacio internacional. Resulta curioso. Vivimos un momento en el que toda la oposición, al completo, está empeñada en armonizar la fiscalidad para impedir que las distintas comunidades puedan disponer a su antojo de sus impuestos. Sin embargo, los surfistas de Mundaka no necesitan armonizarse con los surfistas de Gerra y es mejor que cojan las olas cada uno por su lado federativo. Enfrentar pelotaris está bien, enfrentar impuestos está mal. Pues vale, será así.
Y luego está lo del Cupo. Esto de que se apruebe siempre en medio de un trapicheo de votos en vez de en sesudas mesas técnicas expande una sombra de sospecha de privilegio que nos perjudica enormemente a quienes defendemos el modelo. Transmite la impresión de que las Cuentas se hacen al revés. Primero se fija la cantidad a pagar con criterios políticos y luego se arropa de argumentos técnicos que nadie entiende.
En cuanto al contenido concreto de los Presupuestos, los debates son de una esterilidad abrumadora. Todos los organismos consideran excesivamente optimistas las previsiones de ingresos, a la vista de la evolución de la actividad. La AIReF estima optimista también la previsión de los gastos. Los primeros serán menores y los segundos mayores, con toda probabilidad. Bueno, pues para desesperanza nuestra eso no le importa a nadie y las enmiendas a la totalidad se encaminan a la nada aplastadas por el rodillo del PSOE y el combo que le apoya, que, una vez obtenida su contrapartida egoísta, cumple con su apoyo interesado.