La negociación y el apaciguamiento no funcionan con enemigos implacables y fanáticos, sólo la firmeza y la determinación producen resultados y les frenan
La victoria de Masoud Pezeshkian sobre Saeed Jalilí en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Irán ha vuelto a avivar la esperanza en las cancillerías europeas y en Washington de que se pueda abrir una nueva etapa positiva de relaciones entre la República Islámica y Occidente. Unos cuantos analistas entre ingenuos, bienintencionados y desconocedores de la verdadera naturaleza del régimen iraní -entre ellos la ex ministra de Asuntos Exteriores Ana de Palacio, habitualmente lúcida en sus análisis- se han lanzado a celebrar el éxito en las urnas de Pezeshkian resaltando su perfil académico y crítico frente al clerical e intransigente de su rival. Estas voces optimistas incluso han llegado a afirmar que con el flamante presidente iraní existe una alta probabilidad de que la situación en Oriente Medio se revierta significativamente y quede abierta la puerta a la solución de dos Estados para la pacificación definitiva del conflicto palestino-israelí. Santa inocencia y que Dios les conserve la vista.
En Irán manda con puño de hierro una oligarquía extractiva, corrupta, totalitaria y criminal formada por la Guardia Revolucionaria, las milicias Basij y los clérigos chiitas a cuya cabeza figura con poder omnímodo el Líder Supremo religioso Alí Jamenei
Un simple detalle revela hasta qué punto en las democracias occidentales se tiene una idea equivocada de los acontecimientos en Irán. Los medios y los “expertos” en cuestiones internacionales dan por buenas las cifras oficiales de participación en los comicios tanto parlamentarios como presidenciales cuando son absolutamente falsas y reflejan un rechazo mayoritario de los iraníes al régimen inicuo que les oprime de una intensidad muy superior a la que se percibe en nuestras latitudes. En las últimas elecciones al Parlamento, celebradas en marzo, la resistencia interna controló casi dos mil colegios electorales a lo largo y ancho del país en grandes ciudades, ciudades de tamaño medio y zonas rurales en todas las provincias obteniendo así una estimación muy precisa del número de votantes que resultó ser del 8% del censo, nada que ver con el 40% suministrado por las autoridades. En la primera vuelta de las recientes presidenciales, la cantidad de colegios observados por la oposición clandestina fue incluso mayor y su medida de la participación ha sido del 12%, lo que hace del dato oficial del 39% una pura fantasía. Por supuesto, el 50% de la segunda vuelta publicitado por los ayatolás es otro invento que aquí nos tragaremos mansamente.
En Irán manda con puño de hierro una oligarquía extractiva, corrupta, totalitaria y criminal formada por la Guardia Revolucionaria, las milicias Basij y los clérigos chiitas a cuya cabeza figura con poder omnímodo el Líder Supremo religioso Alí Jamenei, que dirige la política exterior y de seguridad, decide como se distribuyen las rentas del petróleo y sin su venia no se mueve una hoja. El papel del presidente de la República es secundario y si se atreviera a desafiar al Líder Supremo acabaría en la cárcel o en el patíbulo. Por tanto, al pobre Pezeshkian le aguardan días amargos si osa introducir cambios de cierto alcance.
Una banda de torturadores y ladrones
El hecho de que el Consejo de Guardianes, voz de su amo, haya permitido un candidato a la presidencia de perfil suave no refleja ninguna voluntad reformista por parte del estrato dominante, sino una forma de engañar a Occidente, de aliviar algo la presión interna y de fingir que el sistema es democrático cuando constituye una dictadura teocrática de una crueldad y una intransigencia sin parangón. El programa del régimen sigue invariable: dotarse de armamento nuclear, destruir Israel, debilitar a Occidente, erigirse en la potencia hegemónica en Oriente Medio y Próximo, liquidar a la resistencia interna y en el exilio y someter al pueblo iraní mediante el terror. Mientras en la Casa Blanca y en las capitales europeas no entiendan esta dura, pero inevitable realidad, los ciudadanos iraníes seguirán sufriendo pobreza bajo el yugo inquisitorial de una banda de torturadores, ladrones y asesinos, Israel continuará asediado y Hamas, Hezbolá y demás franquicias de Teherán camparán a sus anchas extendiendo la inestabilidad y la violencia. La negociación y el apaciguamiento no funcionan con enemigos implacables y fanáticos, sólo la firmeza y la determinación producen resultados y les frenan. En fin, a soñar con que la llegada de Pezeshkian va a mejorar las cosas hasta que la próxima bofetada en pleno rostro nos deje de nuevo con cara de tontos.