VICTORIA PREGO – EL MUNDO – 12/04/16
· El caso de Mario Conde, cuyo aparente final de trayecto conocimos ayer, es el retrato perfecto del camino recorrido por un tipo especial de ciudadanos españoles en los últimos 20 años. Es aquella «España nueva rica» que nunca llegó a desaparecer y que, al contrario, se ha multiplicado y extendido por todas las ramas de la actividad económica, de altos y también de bajos vuelos, personificada en poderosos empresarios, en importantes políticos pero también en meros representantes sindicales que decían ser la voz de los trabajadores. Al final todos ellos, desde la altiva princesa hasta el que pesca en ruin barca, se han embolsado cientos, miles de millones de euros que le han sido robados a los contribuyentes y que jamás han regresado a las arcas públicas.
Y este es el mayor escándalo que acompaña a la detención de Mario Conde: la constatación de que siempre tuvo a buen recaudo los millones que robó a Banesto y a Argentia Trust. El ex banquero pasó un puñado de años en la cárcel, desde luego muchos menos que los que sumaba la condena que le había sido impuesta por el Supremo, pero no devolvió un céntimo de lo sustraído, salvo el millón de euros que pagó para que el Banco de Santander –que había comprado Banesto– no se opusiera a que obtuviera un permiso carcelario para asistir a la boda de su hija, también detenida ayer.
Pero del dinero robado nunca más se supo. Han tenido que pasar los años y ha tenido Mario Conde que relajar sus precauciones y volver a pensar que los caminos de la estafa estaban libres y a su disposición en España para que las autoridades le hayan cogido con las manos metidas de lleno en la fortuna que tenía escondida en el extranjero. El banquero delincuente se benefició en su día de que le fuera aplicado el Código Penal de 1973, que permitía una redención de penas muy generosa para el reo. Pero ahora le podrá ser aplicada la última reforma legal, la de 2015, que prioriza la devolución del dinero sustraído para estar en condiciones de reducir la pena de prisión, de modo que el juez de vigilancia penitenciaria podrá denegar la reducción efectiva de la pena cuando el condenado no hubiera dado información exacta sobre el paradero de sus bienes y sobre la cuantía de su patrimonio o no hubiera eludido el pago de sus responsabilidades económicas.
Y lo probable es que ese Mario Conde que pretendió hacer creer al personal que había accedido a niveles superiores de espiritualidad y que en estos últimos años lanzaba interminables sermones moralizantes en las cadenas de televisión que le hospedaban, vuelva a pisar la cárcel. Agravantes de su conducta no le faltan: reincidente en el delito, con creación de múltiples empresas pantalla, con uso de testaferros y con 13 millones de euros birlados al Fisco, tiene todas las papeletas para volver a visitar la prisión.
Podemos albergar hoy el consuelo de que el banquero delincuente va a tener que devolver todo el dinero que ha tenido oculto durante todos estos años y va a pagar su altanería de caco con pretensiones volviendo a hacer nuevas amistades en la cárcel, aquellas de las que hablaba a su salida de Alcalá Meco con tanta emoción que parecía que venía de una misión de monjas en el corazón de África. Amistades que no le proporcionaron, es evidente, el sentido de culpa por el mal causado ni el propósito de la enmienda que habría necesitado para no continuar estafando a los españoles como siempre había hecho.
Mario Conde es el espejo en el que nos tenemos que mirar para reconocer la más desvergonzada historia de la España reciente. Que, afortunadamente, empieza a pagar por sus errores.
VICTORIA PREGO – EL MUNDO – 12/04/16