ABC-IGNACIO CAMACHO

Ahora es cuando Sánchez debería inspirarse en Portugal como modelo de socialismo pragmático y de Gobierno serio

PEDRO Sánchez debería volver a Lisboa. Como cuando en enero de 2016, teniendo ya en la cabeza el Gabinete Frankestein con el que pretendía convertir en victoria la primera de sus dos humillantes derrotas, fue a señalar como ejemplo de su estrategia la alianza que había logrado formar Antonio Costa. El primer ministro portugués tampoco había ganado las elecciones y se aupó al poder con ayuda del Partido Comunista y de un Bloco de Esquerda parecido a Podemos pero sin sus aspiraciones refundadoras. Era un Gobierno que no gustaba demasiado en Europa, cuya vigilancia financiera se mantenía alta tras levantar la supervisión directa de la Troika. Eso sí, el país aledaño carecía de amenazas separatistas contra su estabilidad como nación histórica. La sorpresa posterior consistió en que Costa, aunque levantó como había prometido muchas medidas de austeridad económica, no se dejó escorar por sus socios extremistas y ha gobernado como un clásico socialdemócrata.

Hoy puede presumir de resultados. Ha devuelto el crédito del FMI, ha reducido el déficit al 0,5, ha otorgado ventajas tributarias a los inversores y ha reducido drásticamente el gasto. La semana pasada amenazó incluso con dimitir si el Parlamento le impone la devolución de los recortes –800 millones de euros– que los profesores sufrieron en sus salarios. Ha utilizado un patrón mixto de medidas sociales combinadas con incentivos al capital privado. Ha aplicado severas reformas estructurales y rebajado a la mitad el paro. Y aunque persisten importantes problemas de desigualdad en el reparto, la opinión internacional ha evaluado la recuperación portuguesa con la etiqueta casi unánime de «milagro». Una lección, en suma, de socialismo moderado y pragmático.

Por eso a nuestro presidente reelecto le iría bien volver allí a inspirarse. A aprender cómo se abarata el coste de la Administración y se cuadran las cuentas sin estruendosos apretones fiscales. A estudiar la fórmula para atraer inversión extranjera y tranquilizar al empresariado propio con políticas amables. A tomar nota de una gestión pública propicia para los negocios y a observar cómo un líder solvente pastorea sin arrugarse las tendencias demagógicas de sus aliados más radicales. A olvidarse de las sugerencias de Pablo Iglesias y a recordar el método de gobernanza de Felipe González. Porque su amigo Costa también ha demostrado que «sí se puede»: se puede ser socialista y dirigir un Estado de forma responsable.

Portugal tiene, estereotipos aparte, fama bien ganada de país serio. Tanto que hace veinte años rechazó en referéndum un sistema autonómico parecido al nuestro, y que su ministro de Finanzas, Mario Centeno, preside hoy el poderoso club de sus colegas europeos. Sin duda el vecino ibérico constituye a ciertos efectos un buen espejo. Y en el peor de los casos, está lo bastante cerca para largarse si no hay más remedio.