Jesús Cacho-Vozpópuli
«La imagen que nos devuelve de España es la de un país definitivamente perdido en la sima de una corrupción espantosa»
, Luis Montenegro, pero han decidido también premiar al partido que pretende cambiar el país convirtiéndolo en líder de la oposición, lo que nos obliga a tener un Gobierno listo para gobernar en cualquier momento”. Son palabras de André Ventura, líder de Chega, el partido de la derecha radical portuguesa, a la salida de su entrevista con Marcelo Robelo de Sousa en el palacio de Belém, con motivo de los encuentros programados por el presidente de la República con los líderes políticos para sondear la formación de Gobierno tras las elecciones legislativas del domingo pasado. “Esto no quiere decir que Chega no entienda la situación actual y la fragmentación de poder que existe en Portugal y que no sea un partido responsable en los momentos en los que es necesario dar estabilidad al país. Portugal no necesita más elecciones, no quiere más elecciones, el país necesita un rumbo y un orden. Intentaremos ser un faro de estabilidad, pero no a cualquier precio”. Tres líneas rojas trazó Ventura para apoyar un eventual Gobierno de la Alianza Democrática (AD) de Montenegro: “La lucha contra la corrupción, un pilar fundamental de nuestra acción política; la lucha contra la inmigración descontrolada, otro de esos pilares, y la lucha contra la dependencia de los subsidios que ha destruido gran parte del tejido social portugués, otorgando ayudas a quienes no las necesitan y permitiendo que algunas minorías vivan a costa de quienes trabajan”.
André Ventura, lo más parecido que existe en Europa a Georgia Meloni
A falta de adjudicar los escaños correspondientes al voto de la emigración, se da por seguro que dos de los cuatro en disputa irán a parar a Chega, con lo que el partido de Ventura pasará de 58 a 60 escaños, dos más que el Partido Socialista de Pedro Nuno, al gran derrotado de unos comicios en los que el socialismo ha perdido 20 asientos en una Asamblea de la República de 230. Retrocede el socialismo hacia las catacumbas en las que se encuentra en casi toda Europa, mientras se dispara la derecha en sus dos versiones. Imposible imaginar un éxito semejante en el seminarista André Ventura, 42, un antiguo locutor deportivo de gran éxito (una especie de José María García en portugués), exdiputado con Pinto Balsemao (fundador del PSD, primer partido de la colación AD), cuando apenas hace 5 años decidió fundar Chega de la nada, simplemente avalado por su arrojo, su patriotismo y su incuestionada honestidad. Chega fue el domingo pasado el partido más votado al sur del Tajo, tradicional bastión de la izquierda portuguesa, en especial del PC, y en Lisboa. Ventura, lo más parecido que existe en Europa a Georgia Meloni, provoca estos días el entusiasmo allí por donde asoma. Convencido de que una repetición electoral —no descartable si Montenegro (“nunca hemos gobernado ni gobernaremos con la extrema derecha”) no consigue formar Gobierno—, solo vendría a reforzar su poder, ha decidido sin embargo apostar por la estabilidad del país en un llamativo ejemplo de coherencia y patriotismo. “Portugal no necesita más elecciones, no quiere más elecciones, el país necesita un rumbo y un orden. Intentaremos ser un faro de estabilidad, pero no a cualquier precio”. La diferencia con nuestro Vox, gobernado por una camarilla crecientemente opaca parapetada en la calle Bambú cuyas verdaderas intenciones pocos conocen, no puede ser más deslumbrante.
Como deslumbrante son las diferencias entre España y Portugal, un país infinitamente más amable, más civilizado, menos cainita, menos crispado que este viejo solar siempre parapetado tras la trinchera de esas dos Españas prestas a maltratarse con saña quijada en mano. Tras el “milagro” de 1978, los españoles presumimos de no haber necesitado de una revolución, ni siquiera floral, para convivir entre contrarios, porque habíamos sido capaces de dar al mundo un maravilloso ejemplo de convivencia entre adversarios decididos a perdonarse tras una cruenta guerra civil y posterior dictadura. Visto desde la distancia, sin embargo, los portugueses quizá acertaron, cosa que no podemos decir de los españoles a la vista de lo ocurrido. El gran Francisco Sá Carneiro se encargó cinco años después de la revolución de los claveles de laminar en gran medida el “paraíso” que en el vecino país habían construido socialistas y comunistas con el respaldo de Ramalho Eanes. Sá Carneiro protagonizó en Portugal algo parecido a una ruptura con la dictadura salazarista. Los españoles optamos, por el contrario, por nuestra maravillosa Transición que pronto desembocaría en el albañal de ese consenso donde todas las corrupciones han terminado por aflorar y por su orden. La felipista fue la mejor demostración de ese radical desorden moral que supone la corrupción de Estado. España tendría después dos oportunidades de redención desaprovechadas por un señor con bigote que sigue sin bajarse del púlpito desde el que pretende continuar impartiendo doctrina y por un miserable registrador de la propiedad que terminaría por regalar el poder a un bandolero sin escrúpulos. Y a partir de 2004, la catástrofe.
La diferencia con nuestro Vox no puede ser más deslumbrante
La corrupción, por ejemplo. Las diferencias entre ambos países son abismales. Tanto la caída del Gobierno del socialista Antonio Costa en marzo de 2024, como la del propio Montenegro en marzo de este año, se han debido a supuestos casos de corrupción cuya liviandad llama poderosamente la atención comparada con la zafia, escandalosa hasta lo obsceno, corrupción que inunda la escena española, con Sánchez y su entorno familiar rodeados de basura, un Sánchez que resiste soportado por los arbotantes de la extrema izquierda y los separatismos, bloque de socorros mutuos que busca alargar su estancia en el poder en beneficio recìproco. La inmigración, también. Los portugueses llevan años soportando, casi desde la pérdida de las colonias, una oleada tan descontrolada como consentida por los Gobiernos de PS y PSD. Más que cansado, Portugal está harto. España, por su parte, se ha convertido en puerta de entrada a la UE de una riada subsahariana que vía Canarias no da respiro ante la tolerancia del Gobierno Sánchez. Un tema tabú, otro más. El Gobierno planea la regularización de cientos de miles de sin papeles que llevan años en España, una medida que alteraría sustancialmente el censo electoral. El PP duda, y Bruselas se lo piensa, asustada por el auge electoral de los partidos de derecha radical que, haciéndose eco de las demandas populares, piden poner freno al fenómeno. Porque es la derecha radical, cansada del laissez faire del consenso socialdemócrata que ha gobernado Europa desde 1945, la que está enviando la izquierda a las catacumbas en Francia, en Alemania, en Italia, en Polonia, en Portugal, en Rumania, en Grecia…. Poner freno a la inmigración descontrolada se ha convertido en cuestión prioritaria, casi de supervivencia nacional, ahora mismo en Francia. “Entre la negación y la ingenuidad, la indecisión y la actitud de esperar y ver, el país se ha dejado socavar desde dentro por los Hermanos Musulmanes desde los años 1950”, escribía el jueves el editorialista de Le Figaro Yves Thréard. “Como una araña, esta organización ha tejido su red en cada rincón de la sociedad. Escuelas, universidades, clubes deportivos, empresas, redes sociales, se ha infiltrado en todas partes. Portadora de una ideología política, lucha contra nuestro modo de vida secular y occidental para imponer y trivializar la ley coránica. Y pobre de aquel que se atreva a criticarlo”.
La corrupción, la inmigración y los subsidios. Las paguitas de esa izquierda que aspira a convertir al Estado en el Gran Hermano capaz de tutelar la vida del ciudadano desde la cuna a la tumba. La derecha radical de Chega denuncia que en Portugal hay “minorías que viven a costa de quienes trabajan” gracias a las subvenciones. Aquí, el PP de Núñez Feijóo, a las puertas de un congreso que debería definir su línea ideológica, si es que encuentra alguna, acaba de anunciar un plan para subvencionar con 600 euros los gastos extra de los celíacos españoles. La medida consistiría en una «deducción del IRPF de hasta 600 euros por cada miembro de la unidad familiar que esté diagnosticado con la enfermedad celíaca». Y su coste anual máximo “sería de 300 millones si estuvieran diagnosticadas todas las personas que sufren esta dolencia», un resultado que saldría de multiplicar esos 600 euros por el medio millón de ciudadanos afectados en España. ¿Está el PP dispuesto a subvencionar desde el poder a todo grupo humano víctima de cualquier tipo de minusvalía, física o mental? ¿Solo a los celíacos pobres o también a los ricos? Un auténtico disparate desde el punto de vista de una derecha sedicentemente liberal.
Chega denuncia que hay “minorías que viven a costa de quienes trabajan”
Este es el drama de España. El drama de un Gobierno que chapotea en la corrupción más escandalosa y de una oposición tentada por soluciones populistas de un tufo socializante que apesta. Es el horizonte de un país en ruinas, con una oposición que titubea y una sociedad civil inane. Este martes, Antonio Garamendi, el presidente de CEOE amigo de Sánchez y colega de Yolanda Díaz, logró colocar en la presidencia de Cepyme a su pupila, una muchachita de Valladolid, frente a la candidatura del hasta ahora presidente Gerardo Cuerva. Una victoria con el aroma a triunfo sanchista, puesto que ha sido construida con los mimbres morales del sanchismo: la compra de voluntades. Esta semana también, la dirección de Indra ha decidido prescindir de los servicios de Luis Abril, consejero delegado de Minsait, la división que genera la mitad del beneficio operativo de la empresa. La compañía controlada por el Estado, es decir por el Gobierno, es decir por Sánchez, capo di tutti capi, lo ha puesto en la calle después de que Abril mostrase su oposición a la compra por la multinacional de Escribano Mechanical and Engineering (EM&E), la empresa de la familia de Ángel Escribano, casualmente presidente de Indra, una de esas operaciones cuya obscenidad haría enrojecer al mismísimo Lucky Luciano. La culpa no es de los hermanos Escribano, sino del amoral que desde la Moncloa lo consiente y lo alienta. Han venido a enriquecerse a calzón quitado. Ni en sus peores pesadillas el portugués Montenegro hubiera podido imaginar en su país operaciones como esta, que en España se trasiegan con la mayor normalidad del mundo.
La imagen de España que nos devuelve el espejo portugués es la de un país definitivamente perdido en la sima de una corrupción espantosa. Aquí no roba el que no puede. Un país de Aldamas, de Koldos, de Cerdanes, de Ábalos, de Begoñas, de Sánchez… Cuesta trabajo imaginar un futuro distinto, limpio, para esta España ultrajada por toda clase de vampiros tras la desaparición, antes o después, de esa desgracia que hoy nos gobierna. «Si queremos ganar en las urnas, debemos ganar primero los corazones y las mentes», ha dicho en París Bruno Retailleau, actual ministro del Interior francés, elegido el domingo pasado nuevo presidente de Los Republicanos (LR). Ocho años después del fracaso de François Fillon, la derecha francesa, obligada a convertirse en una “fuerza moral” si en 2027 quiere conquistar la presidencia de la República, se dotará de una propuesta política de inspiración liberal-conservadora anclada en una tradición de derecha nacida después de la Revolución Francesa y cuya ambición ha sido siempre, en circunstancias históricas cambiantes, encontrar el mejor equilibrio entre orden, progreso y libertad. ¡Alberto, atiende!