La incógnita del momento es Zapatero. Desde la incomprensible felicitación a Ibarretxe por haber ganado unas elecciones que no ganó, hasta la entrevista silenciosa de anteayer, la apuesta es por una reconducción del plan secesionista a cambio del apoyo para formar gobierno. Por supuesto, Ibarretxe espera a ser votado para sacar su verdadero juego: seguir adelante en lo esencial.
La evolución de la política vasca en los últimos años, desde que fracasó la ofensiva de ETA, ha ido cobrando unas características que la convierten en un fenómeno único en la historia política europea. De entrada, el presidente de una comunidad autónoma, amparándose en el legítimo derecho de un pueblo que procede del mesolítico y disfruta de los «derechos históricos» de ocho siglos de integración en España -que para él son estricta independencia- pone en marcha un proceso de secesión escalonado. A ese fin ignora la vigencia del orden constitucional, del que es representante en tierra vasca. Sigue la olvidada intervención de un Tribunal Constitucional que acierta al juzgar imposible una declaración de inconstitucionalidad, pero de paso aprovecha la ocasión para frenar toda veleidad de nuevo recurso antes de que la fractura resulte irremediable. Paralelamente, el Gobierno nacionalista se opone con todas sus fuerzas a las medidas que permiten el desmantelamiento de los satélites de ETA. El protector de los violentos pone cara de gran defensor de la paz, y convence. Incluso sigue convenciendo cuando su proyecto es aprobado por el Parlamento vasco, con el refrendo de los votos y de la bendición explícita, vía José Ternera, de ETA. Único obstáculo: el anunciado clamor de la sociedad vasca por la Constitución Vasca de Ibarretxe, que éste nunca tuvo a bien explicar, no sólo está ausente en las elecciones del 17 de abril, sino que la coalición de los sabinianos moderados retrocede. No importa. Con el rostro algo crispado, el tenaz lehendakari anuncia en la noche electoral su victoria y conmina al presidente del Gobierno español a que dialogue inmediatamente con él sobre el futuro vasco. Euskadi es propiedad natural de los nacionalistas, cualquiera que sea el resultado electoral. Ibarretxe seguirá ejerciendo de lehendakari pleno, como si lo de «en funciones» careciese de valor. De cara al nuevo Gobierno, recibirá a los representantes de los demás partidos en plan mayestático, y no olvida citar al líder de la ilegalizada ETA. Incluso tiene a su lado la figura insólita de un presidente del Parlamento vasco en funciones. Realmente, la ley escrita y los usos parlamentarios tradicionales sirven de poco en Euskadi.
En ese escenario, no falta el comodín político: un partido supuestamente de izquierda y supuestamente no nacionalista que emplea todos sus afanes en ser el primer servidor del nacionalismo. La IU de Madrazo es sin duda el emblema de un paisaje esperpéntico. Y hasta tal grado están los espectadores acostumbrados al absurdo, que nadie piensa que político tan izquierdista dé sus votos al PSE. En fin, como culminación de los despropósitos, la suerte de Euskadi pasa a depender de un partido que lo mismo podía llamarse como se llama que Partido de las Castañeras Euskaldunes, máscara al servicio de Batasuna (detalle que el Gobierno finge ignorar). El resplandor de Octubre de 1917 renace de las apagadas cenizas al servicio del brazo político del terror.
Claro que si los grupos políticos han enloquecido, los electores resultaron bastante cuerdos. Con un PP histérico en su pressing por todo el campo contra el Gobierno, toca al PSE intentar un reequilibrio de la balanza política en Euskadi, haciendo valer los votos que representan a esa mitad de los vascos que no comulga con la variante abertzale del nacionalismo. La incógnita del momento es Zapatero, y a la vista de lo sucedido en Cataluña, cuando cualquier lector de Avui podía conocer el alcance de la reforma financiera del PSC, no hay que ser demasiado optimista. Desde la incomprensible felicitación a Ibarretxe el mismo 17 de abril por haber ganado unas elecciones que no ganó, hasta la entrevista silenciosa de anteayer, parece clara la apuesta por una reconducción del plan secesionista a cambio del apoyo para formar gobierno. Por supuesto, ahora como en mayo-junio de 2001, Ibarretxe espera a ser votado para sacar su verdadero juego, que no puede ser otro que seguir adelante en lo esencial, aun cuando tal vez deje la etiqueta en el camino. No parece que Zapatero tenga las ideas claras sobre unas reformas de las que depende el futuro de nuestra democracia. Es hábil para la maniobra, pero eso no basta, aun cuando a un precio por determinar aparezca por un momento triunfante como pacificador de Euskadi. Claro que si el plan Ibarretxe se desvanece, bien perdido sea.
Antonio Elorza, EL PAÍS, 7/5/2005