Javier Zarzalejos-El Correo
- El reconocimiento del Parlamento Europeo a Edmundo González como presidente electo de Venezuela es un logro que Maduro quiere embarrar
Usted abre la puerta a dos mafiosos acompañados por un tercero desconocido. Les cede el salón de su casa, se acomodan y les acompaña mientras llama para que se una a la reunión a un tipo honrado que tiene alojado en su casa, al que los mafiosos vienen a hacer una oferta que no podrá rechazar: o firma desde la humillación un documento que dice que no va a molestar a la mafia que gobierna su país y reconoce que la mafia siempre gana o, en el mejor de los casos, lo que le aguarda es pudrirse en una embajada.
Usted deja que ese desconocido acompañante grabe vídeos y saque fotos de la humillación, imágenes que serán debidamente utilizadas para desacreditar al humillado. Pero si le preguntan dice sin un mínimo rastro de vergüenza que usted no ha tenido nada que ver; que abrir la casa, ceder el salón, ser testigo de la coacción, permitir la grabación de una situación tan infame, no significa nada. Insiste en que nada de eso le convierte en cómplice de esa extorsión por muy silencioso que hubiera permanecido. Usted podrá decir que no coaccionó -hasta ahí podíamos llegar- porque no hacía falta: ya estaban los profesionales para hacerlo. Incluso se ha podido convencer de su propia coartada para sostener que la coacción, la amenaza y el exilio son un acto humanitario y liberador.
Pero lo ocurrido en la residencia del embajador de España en Caracas solo puede ser calificado como una enorme vergüenza para nuestro país y un acto objetivo de colaboración con la dictadura chavista en su estrategia de represión y de destrucción del crédito de Edmundo González, presidente electo de Venezuela y reconocido como tal por el Parlamento Europeo, entre otras instancias internacionales. Ahora el ministro de Asuntos Exteriores -un personaje que pretende compensar su levedad con una permanente hinchazón pedante- hace recaer sobre Edmundo González la decisión de desvelar otros detalles ¡de lo que ocurrió en suelo español en Caracas en presencia del embajador español!
El sinsentido y el disparate político de esta situación sería risible si no fuera porque la víctima es el presidente electo y legítimo de Venezuela, porque este país es la dictadura atroz que acaba de documentar la misión de la ONU y sus dirigentes se encuentran en el foco del Tribunal Penal Internacional. Y porque detrás de lo ocurrido en la residencia del embajador español en Caracas existe una trama de apoyo al régimen dictatorial de Maduro, muy probablemente engrasada con sustanciosas oportunidades de negocio en la corrupción en la que se encuentra instalado el régimen y donde siempre aparece el nombre del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero.
Zapatero es quien abre y cierra las válvulas de presión para asegurar la pervivencia de Maduro siempre que la situación amenaza con reventar. Cuando las cosas se ponen más feas, aparece Zapatero y ‘convence’ a Maduro de que libere a algún preso político. Ahora, darle a Maduro lo que este quería, es decir, el exilio de González, lo vende como una operación de alto valor humanitario. Este continuo lavado de cara del régimen incluye incontables apelaciones al diálogo que un autócrata obsceno nunca va a honrar; llamamientos a la prudencia, confundida con inacción; observaciones muy campanudas sobre la importancia de actuar «con inteligencia».
Por eso, la resolución aprobada holgadamente por el Parlamento Europeo el pasado jueves en la que la representación democrática de la Unión Europea reconoce como presidente a Edmundo González se ha convertido en el logro que Maduro quiere embarrar; primero, con la publicación de las imágenes y la noticia de lo ocurrido en la Embajada de España en el mismo día de la votación y, después, atacando al Partido Popular directamente y a través del Gobierno por denunciar el escándalo. El viejo recurso: cuando el dedo apunta a la Luna, el necio -y el malo- se fija en el dedo.
Por el momento siguen intentado desestabilizar la posición de Edmundo González, quien, condicionado por el Gobierno anfitrión, tiene que hacer malabarismos dialécticos cuando él mismo ha afirmado sin género de dudas que fue coaccionado. Si eso fue así, y así fue, la coacción tuvo lugar en la Embajada de España con el consentimiento y la presencia testifical del representante diplomático de nuestro país. Los hechos se podrán intentar deconstruir, pero no hay hechos alternativos y de ellos tendrá que responder el Gobierno de España. Aquí o en Bruselas.