EL MALESTAR social y la sangría del paro fueron el fermento que hace hoy seis años cuajó en el 15-M, un movimiento surgido de una mezcla heterogénea de colectivos bajo el denominador común de la protesta contra los efectos devastadores de la crisis económica. La manifestación en la que cuajó el 15-M dio pie a una acampada ilegal en Sol –permitida por el entonces Gobierno socialista– que condujo a algaradas y a una creciente tensión que aumentó la temperatura de la movilización callejera. En todo caso, al margen de su evolución posterior, lo cierto es que el 15-M tuvo la virtud de poner encima de la mesa algunos asuntos que, al cabo de seis años, o bien han sido asumidos por la clase política o bien siguen copando el debate público. Por ejemplo, la transparencia, la lucha contra los desahucios, la democratización en la toma de decisiones en las distintas formaciones políticas y la precariedad laboral.
El denominado movimiento de los indignados, que en sus albores estuvo presidido por un espíritu reformista, supuso a la postre un grito de contestación contra el sistema político surgido de la Transición. Esta es la razón que explica la adhesión de movimientos antisistema y de otro tipo de colectivos sociales –especialmente ligados a las plataformas antidesahucios–, cuya orientación contraria a la democracia representativa desvirtuó los fines originales del 15-M. En este contexto, fue Podemos, de entre los nuevos partidos que en los últimos años han logrado horadar el bipartidismo, el que se apropió del espíritu del 15-M y el que no ha dudado en ornamentar su discurso con continuas referencias que evocan las reivindicaciones originales de este movimiento. De hecho, la manifestación de este sábado convocada por la formación morada para apoyar su moción de censura contra Rajoy tendrá lugar en Sol.
Media docena de años después, cabe concluir que Podemos no sólo ha frustrado el anhelo de cambio de quienes entonces clamaban con aquel «no nos representan», sino que ha incurrido en algunos de los peores vicios de lo que este partido llama «casta». Podemos se ha convertido en la tercera fuerza del país, fruto de su estrategia de confluencias en territorios con peso electoral, pero también de su oportunismo a la hora de capitalizar el hartazgo social larvado a raíz del 15-M. Sin embargo, pese a su corto periodo de existencia, Podemos es ya en un partido burocratizado, lastrado por las sombras de sospecha sobre su financiación, con un tipo de liderazgo personalista y en el que su cúpula dirigente no se anda con contemplaciones a la hora de laminar a las minorías de su partido. Atrás quedaron las promesas de renovación no sólo ideológica sino también en lo que atañe al modelo orgánico.
Lo peor, con todo, es que Podemos no ha cejado desde su eclosión parlamentaria en alimentar el descrédito de las instituciones, lo que en sí mismo representa una enorme contradicción teniendo en cuenta la fuerza electoral que ha adquirido. En lugar de aprovechar esta posición para condicionar el rumbo de la legislatura y ejercer su labor de oposición de forma crítica pero constructiva, el partido de Pablo Iglesias ha preferido deslizarse por el camino de la irresponsabilidad y la frivolidad con iniciativas estrambóticas como el tramabús o, más grave, con un permanente cuestionamiento de las bases de la democracia representantiva, que es uno de los principales cimientos en los que asienta nuestro sistema político.
De todo ello se puede inferir que Podemos ha dilapidado el espíritu del 15-M, lo que no quiere decir que los grandes partidos no sigan teniendo asignaturas pendientes que engarzan con las reclamaciones de este movimiento. La reforma electoral se ha convertido en una reivindicación transversal, España ya dispone de una Ley de Transparencia, ningún partido cuestiona la necesidad de poner coto a los desahucios y las primarias parecen abrirse paso no en todos los partidos, pero sí en la mayoría.
Sin embargo, tanto el PP como el PSOE deben asumir plenamente las exigencias de regeneración que emanan de la ciudadanía. La recuperación económica es un hecho y el empleo ha vuelto a una senda positiva. Pero la corrupción continúa alcanzando cotas inaceptables y no se han ejecutado reformas de calado en ámbitos esenciales como la Justicia, la educación o la vivienda.
Éste es, precisamente, el mayor reto de los viejos partidos, pero también de los nuevos en el sexto aniversario del 15-M: satisfacer las demandas de regeneración descartando cualquier tentación rupturista.