JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA – ABC – 16/07/17
· La reflexión sobre ETA en el seno de la Conferencia Episcopal dejó de ser una cuestión de la que solo podían hablar los obispos vascos.
Caín se llama hoy ETA. Y cainitas se llaman y son sus cómplices y encubridores». Quien pronunció esta frase fue el entonces obispo de Logroño, Ramón Búa, en la homilía del funeral por el eterno descanso de Miguel Ángel Blanco, en la concatedral de Santa María de La Redonda. Una afirmación que sintetiza el efecto del «Espíritu de Ermua» en la Iglesia en España. Durante aquellas fechas, en casi todas las catedrales de España, los obispos celebraron funerales por el eterno descanso del concejal del PP asesinado. ¿Se podría decir que se formó un «Espíritu eclesial de Ermua»?
Por aquel entonces, Ricardo Blázquez era obispo de Bilbao. Su nombramiento supuso un antes y un después en la forma de abordar eclesialmente el problema de ETA y su entorno social. Una muestra, su homilía en Ermua. Se refirió, después de condenar lo que Juan Pablo II definió como «bárbaro asesinato», a quienes la vil acción de los terroristas había sacudido sus conciencias y «han empezado a reaccionar en el sentido del respeto a las personas y del legítimo amor a su pueblo». Habló del «clamor de todos, ante el que algunos han empezado a despertar de su confusión y engaño». Un año después, monseñor Blázquez, con su auxiliar Carmelo Echenagusía, hacían público un comunicado en el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco.
Tendrían que pasar varios años hasta que se publicara, en la BAC, el libro «La Iglesia frente al terrorismo de ETA» (2001) y la Conferencia Episcopal, con la presidencia del cardenal Rouco Varela, presentara el documento «Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias» (2002). Pero, a partir del «Espíritu eclesial de Ermua», la reflexión sobre ETA en el seno de la Conferencia Episcopal dejó de ser una cuestión de la que solo podían hablar los obispo vascos. Se rompió, por tanto, en los órganos de coordinación de la Iglesia en España la imposición de la narrativa dominante de una Iglesia, la nacionalista, que había condenado siempre los atentados pero no había hecho autocrítica respecto a sus actuaciones.