- Es que la peña ‘woke’ no sabe historia y estas cosas la descolocan. Por eso han decidido cambiarla, pero no hacia delante, que es lo que pretendía la izquierda de antaño, sino hacia atrás. Cambiar la historia hacia atrás es más fácil, menos peligroso
El Estado se tambalea coincidiendo con señales reconocibles: amenazas de cambio de régimen, Justicia partisana, nepotismo obsceno. Son como barritos del elefante de avanzadilla llamando a sus congéneres para que acudan en manada a un caos de polvo y temblor de tierra. La elefantiásica bestia española no debería compararse con un animal individual por aquello del Estado compuesto, pero pensar lo público como un ser suelto y enorme viene en la tradición. Por simpático que sea el paquidermo, al menos de lejos, pocos símiles mejores que él. Leviatán, bestia marina, vale, pero no nos la acabamos de imaginar. Ahora bien, esa cosa descomunal que se atora ante la mínima dificultad —un tronco caído en el camino, un reglamento— sí nos sugiere un poder ciego de apariencia y conducta apacibles durante mucho tiempo que, de repente, te pisa y mata sin darse cuenta.
Los republicanos estadounidenses lo tienen como símbolo desde Abraham Lincoln. O sea, desde siempre, porque Lincoln fue fundador del partido de Trump. ¡Oh, ah! Sí, y Obama alfa, Obama beta, Biden y la fallida Kamala (que está haciendo llufa, como decíamos de niños en Barcelona cuando un petardo sonaba pfffffff… pfffffff…, decepcionándonos, en vez de espantar al transeúnte como debía), todos esos, decía, son del partido racista que segregó a los negros en diversos estados del sur: el demócrata. ¡Ah, oh! Es que la peña woke no sabe historia y estas cosas la descolocan. Por eso han decidido cambiarla, pero no hacia delante, que es lo que pretendía la izquierda de antaño, sino hacia atrás. Cambiar la historia hacia atrás es más fácil, menos peligroso, no te tienes que ir de casa, esconderte en las montañas, jugarte la vida. Basta con tener acceso a… qué sé yo… ¡A Anaya, por ejemplo! Editorial de libros de texto que miente a los niños baleares con el alegre respaldo de una Administración del Partido Popular.
Era un ejemplo, los hay a miles. Insisto: cambiar la historia hacia atrás está chupado. Cambiar la historia, sin mayor concreción, se entendía como cambiarla hacia delante. Todo esto en realidad es superfluo, o lo era para el izquierdista de antes, que algo sabía de Marx, aunque fuera por unos cuadernillos. Pero se había preocupado al menos, no se proclamaba de izquierdas por unos tuits, o por un programa chusco de la tele. Miraba de instruirse. Eso ya abre un abismo insondable entre la vieja y la nueva izquierda. El Estado en Marx es solo superestructura, un elefante de papel maché que barrita vía altavoz JBL. Su doctrina presenta desafíos lógicos. Tómese en consideración la curiosa paradoja vital que atormenta al marxista: para él, el fin del capitalismo llegará de modo fatal. Pero el determinismo histórico (historicismo marxista) no puede depender del azar: imagínate que el día que te toca aprovechar las condiciones objetivas, después de mucho mover la historia la lucha de clases, tú decides quedarte durmiendo en vez de ir a hacer la revolución porque anoche te pasaste con la absenta.