El Estado de Bienestar

EL CORREO 11/04/14
MANUEL J. TELLO CATEDRÁTICO DE LA UPV/EHU

· La sociedad ha alcanzado una complejidad que ya no es abarcable con los recursos intelectuales de los políticos, que, además, están apurando los recursos operativos

El hombre siempre anheló alcanzar lo que, sin matizar, llamaríamos libertad humana. Así, en los tres últimos siglos, los países desarrollados recorrieron el siguiente itinerario. En el siglo XVIII se alcanza el Estado nacional, luego se suceden el de derecho y el democrático hasta llegar a la situación actual: el Estado de Bienestar. En el caso de España se consolidó tardíamente. En los años 80 del siglo XX.

Cuando nosotros llegamos, los países avanzados de Europa ya analizaban su crisis. Los motivos de la crisis no los quisieron tener en cuenta, en la década de los 80, los partidos políticos que tenían responsabilidad de gobierno: partido socialista y nacionalistas. Todos evitan recordar que en 1984 el filósofo Jürgen Habermas, invitado por el presidente del Parlamento español, dio una conferencia a los parlamentarios que tituló: ‘La crisis del Estado de Bienestar y el agotamiento de las energías utópicas’. Los partidos citados obviaron, en sus decisiones de gobierno, las conclusiones del análisis del profesor Habermas o, quizás, no entendieron nada de lo que dijo en la conferencia. Hoy, al añadirse la crisis económica, vivimos las consecuencias de la inconsciencia, la tozudez y, lo que es más grave y salvo excepciones, el bajo nivel intelectual de la clase política. Esto, junto con la actual incapacidad para el acuerdo, parece condenarnos a vivir en crisis durante mucho tiempo.

El Estado de Bienestar consiguió, sin violencia, los objetivos sociales que buscaban las ideologías utópicas y los movimientos revolucionarios. Se consiguió, recordemos, con acuerdos políticos y técnicas económicas. Es la combinación de una economía de mercado con una fuerte presencia del Estado a través de políticas de protección social. Esto difuminó en el socialismo y el liberalismo europeo sus respectivos límites. Hizo converger el intervencionismo socializante con la defensa del mercado libre. Sin embargo, con el tiempo, en España más que en otros países, se vio que lo que podía haber sido una nueva visión integradora de signo humanista no era más que un equilibrio pragmático. Lo demuestra la imposibilidad de diálogo y acuerdos políticos en el momento presente.

Con independencia de las crisis económicas llega un momento en que los recursos generados en el Estado de Bienestar, si no se realiza el oportuno control, no son suficientes para neutralizar las consecuencias negativas de un excesivo intervencionismo. Esto no es más que el principio del crecimiento entrópico de los sistemas. La principal consecuencia negativa es el deterioro de los símbolos del Estado de Bienestar –de la seguridad social, de la calidad de la enseñanza– y el incremento del paro. Este deterioro provoca la aparición de lo que Inglehart, en 1977, llamó «revolución silenciosa». Al principio se manifiesta con actos esporádicos y no permanentes pero, crecen con el tiempo, sobre todo si la marginación deja de ser marginal. No olvidemos que esta revolución suele ser más virulenta en los países que, como el nuestro, son de capitalismo tardío. Los conatos que están apareciendo de vez en cuando son un aviso que se debería tener en cuenta.

En España, el freno a este deterioro tropieza con la miopía que aqueja a nuestra clase política que le impide percibir y, sobre todo, entender lo que realmente hay que dilucidar. Además, en la política española no existen auténticos liberales, conservadores, demócrata-cristianos, nacionalistas o socialistas. Solo hay actitudes difuminadas que, por ejemplo, entre los nacionalistas manifiestan un vago perfil totalitario. En definitiva, una buena parte de la crisis del Estado de Bienestar se debe a que la sociedad ha alcanzado una complejidad que ya no es abarcable con los recursos intelectuales de nuestros políticos y, además, éstos están apurando al límite los recursos operativos. Para remate hay que añadir que para nuestra clase política actual, incluida la que se autodenomina de izquierdas, los medios simbólicos de intercambio son el dinero y el poder. Han hecho del binomio mercado-Estado el ámbito donde realizan estas transacciones: intercambian influencia por dinero, dinero por poder y poder por influencia. Son políticos que no están al servicio de los ciudadanos sino al servicio de sí mismos. Así, aseguran su supervivencia y desarrollo económico. Solo hay que ver la posición del presidente del Gobierno catalán en relación con la pérdida de la sociedad del bienestar en Cataluña.

Como se indicaba antes, la marginación dejó de ser marginal. Inicialmente seleccionaba sus víctimas entre los sectores más débiles, pero estos son cada vez más amplios y numerosos. Estas y otras causas hacen que las sociedades del bienestar estén llegando a la ingobernabilidad. En el caso español, si no se pone remedio, puede alcanzar situaciones dramáticas. Un ejemplo es la actitud de los políticos españoles ante la crisis económica actual. Aplican el dilema del prisionero: todos pierden porque nadie quiere ser el primero en perder. Así, hundirán definitivamente la sociedad del bienestar y, con ello, al país. España, y por tanto el País Vasco, posee un buen potencial intelectual. Nunca tuvo tanto. Hoy sería un golpe de aire fresco saber que los partidos políticos empiezan a incorporar, sin premisas ideológicas, a parte de este potencial. Así, se salvan en el mundo las grandes empresas cuando están en crisis. Seleccionando a los mejores.