IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La oferta en negociación consiste en una ley de perdón completo e inmediato y una consulta por determinar a medio plazo

Preguntado ayer en la recepción de Palacio (Real) por si está dispuesto a verse con Puigdemont para cerrar su trato, Sánchez dio una de esas respuestas ambiguas tan propias de la actual política. Ni una afirmación ni una negativa. Quizá sea inconveniente para la negociación en marcha irritar al que tiene en su mano la decisión crítica. Vamos progresando: antes directamente mentía. Pero traducida del ‘sanchés’ al español, la palabra del presidente significa que hará lo que el prófugo decida, y que si se empeña habrá una llamada, como la de Junqueras, o una cita para ultimar el apaño sobre la amnistía. A la contraparte no se le pudo preguntar porque a la fiesta del 12 de octubre –la «Expanidad» según el colega Manolo Marín– no tienen costumbre de acudir los líderes separatistas. No lo necesitan. Para qué si pueden dirigir con el mando a distancia el Estado cuyas autoridades les rinden pleitesía.

De lo que cupo colegir en el hermetismo de los corrillos palaciegos, el acuerdo de investidura progresa adecuadamente a falta de algunos flecos. El primero, que ‘Puchi’ se conforme con la presentación y admisión a trámite de la ley de amnistía en el Congreso porque a la aprobación, aunque se efectúe por vía de urgencia para evitar que el PP la obstruya en el Senado, no va a dar tiempo. El segundo, que la exposición de motivos, la explicación conceptual, ideológica y política del proyecto, no humille demasiado al Gobierno. Los recursos y el planteamiento de una cuestión judicial de constitucionalidad por el Supremo se dan por supuestos pero Moncloa quiere un preámbulo con el que pueda vender sus argumentos de generosidad, pacificación y otros eufemismos que ablanden la evidencia del sometimiento a los insurrectos. Y el tercer detalle, pero no menor, que los independentistas aflojen su exigencia de un referéndum o la difieran hasta mejor momento.

Más traducción: la oferta consiste en una norma orgánica de perdón completo e inmediato, con un prefacio saturado de subterfugios semánticos, y una imprecisa votación «consultiva» a medio plazo. El voto de Esquerra, Bildu y el PNV –Sumar no es más que un apéndice sanchista– está ya asegurado y el resto depende del viento que sople en Waterloo, favorable por ahora a salvo de un cambio inesperado. Hay otra duda, menos relevante: el Ejecutivo desea una sola votación, mayoría sin suspense, y dos presupuestos incluidos en el pacto, pero en el peor de los casos se conformará con revalidar el mandato en precario. El proceso tiene pinta de no ser rápido: con la jura de la princesa Leonor por medio parece desaconsejable envenenar el ambiente parlamentario y empañar la solemnidad del acto con el previsible escándalo. Y mientras tanto, el arreglo se gestionará a cencerros tapados, no sea que acabe mal y no haya manera de justificar el fracaso. Las transparencias, como las bicicletas, son para el verano.