Miquel Escudero-El Correo

Estamos asistiendo por todo el mundo a una descomunal regresión al fanatismo y a la desesperanza. Da miedo pensar en la insensibilización que nos está produciendo la brutalidad desbocada. Se diría que no hay más remedio que ver a los demás seres humanos como seres de plástico, sin alma. Hay quienes los ven como si solo fueran piezas de una partida de ajedrez. Pero los muertos, heridos, mutilados, desplazados de sus hogares, enfermos, huérfanos, viudas, están ahí amontonándose. Un sinfín de vidas rotas y echadas a perder. Ya podemos hablar de resiliencia.

Va para tres años la guerra en Ucrania tras la invasión ordenada por Putin. Y acaba de cumplirse un año del secuestro y tortura de más de doscientas personas por parte de la organización totalitaria Hamás, que se constituyó para destruir Israel (la única democracia de Oriente Próximo). La reacción del Gobierno sionista del extremista Netanyahu ha sido despiadada e indiscriminada; no basta con excusarse apelando a que los islamistas tienen secuestrada a la población palestina y la usan como escudos humanos. Las víctimas siempre están en medio. El maravilloso poeta Federico García Lorca, asesinado ignominiosamente en Granada, escribió: «Apiádate de todo lo que muere sin saber por qué muere». A veces no hay nada más que hacer.

En busca de luz, me alejo hasta el siglo XIII y busco entre los versos de Dante. A propósito de la muerte de su amada Beatriz, se refirió a la experiencia que tenía de sus ojos compasivos: «Entonces me di cuenta de que vos pensabais en el estado de mi oscura vida, y en el corazón temí mostrar mi vileza con los ojos». ¿Quiénes temen hoy que se vea su vileza?