Gregorio Morán-Vozpópuli
- En principio debería ejercer de protector de los ciudadanos y, sin embargo, es una lombriz voraz que cobra impuestos y no cumple lo que promete
Hace cien años el sueño burgués por excelencia consistía en un Estado fuerte y ahora resulta lo contrario, mientras que quienes pensaban que había que destruirlo hacen todo lo posible por hacerse fuertes en él. Nadie recuerda que el mismo Lenin, que llegó a escribir un panfleto que quería ser clarividente –El Estado y la Revolución (1918)- donde se aspiraba a que cualquier cocinera pudiera ser estadista, acabó sentando las bases para que fuera un carnicero criminal quien se quedara con todo, inaugurando las dictaduras más largas e implacables de la historia.
El Estado ha sido, además del instrumento más sangriento que inventó el hombre, un devorador insaciable de ideologías. El anarquismo firmó su sentencia de muerte cuando tuvo que ejercer el poder y el comunismo dejó de ser el sueño de los desheredados para devenir una casta totalitaria que se hacía llamar Partido de los Trabajadores. ¿Para qué sirve el Estado ante una pandemia? En principio debería ejercer de protector de los ciudadanos y, sin embargo, es una lombriz voraz que cobra impuestos y no cumple lo que promete. La sanidad está en situación de emergencia y usted no sabe a quién reclamar, o quizá lo sepa… pero da lo mismo. Si el Estado no cumple no dejará por eso de exigirle que pague. Curiosa situación la nuestra: debemos tener piedad con el Estado que jamás verterá una lágrima, ni concederá un aplazamiento en lo que considera innegociable: los impuestos. Si el sueño socialdemócrata se vino abajo -otro más- fue porque la cadena de responsabilidades se rompió y volvimos a cien años atrás, pero más viejos y más pobres y más explotados.
¿Y si el Estado estuviera en manos de delincuentes? Probablemente el primer afectado sería el que lo afirmara, porque para eso hay leyes que protegen a los detentadores del Estado
Toda esta farfolla teórica viene a cuento ahora que las instituciones del Estado están por los suelos y existe una sensación de fin de época; sabemos lo que perdemos, pero no tenemos ni la menor idea de lo que nos espera, salvo que será malo o muy malo. Y eso se nota en las evidencias del ninguneo a que nos someten los principales actores del Estado. Una sociedad sana y no medularmente corrupta rechazaría que instituciones como el CIS las llevará un delincuente de la manipulación como José Félix Tezanos, veterano en el oficio; yo sé de él desde que daba lengüetadas de satisfacción ante Alfonso Guerra. ¿Qué importa que el Tribunal Supremo considere ilegales las tropelías de la Generalitat y sus secuaces? Ni se acatan y menos aún se cumplen.
¿Y si el Estado estuviera en manos de delincuentes? Probablemente el primer afectado sería el que lo afirmara, porque para eso hay leyes que protegen a los detentadores del Estado. Dejémoslo pues en interrogante. Aplicado a la pandemia sería como decir: si no hay vacunas no pagamos impuestos, y no me venga usted con disculpas. Si osara pedir disculpas por no poder pagar mi tributación, lo primero que harán será sancionarme y “con recargo”. Como defensor de lo público no me quejo de pagar, pero exijo una corresponsabilidad. Esa es la diferencia entre proteger y expoliar.
El presidente del Gobierno, en esa medio lengua que alguien debería revisar para que pudiera ser digerible y no alfalfa –decir “compatriotas de nuestro país” está fuera de la lógica y de la gramática- nos promete, como si fuera la primera promesa que incumple un fabricante de señuelos, que el 70% de la población estará vacunada a finales de agosto. ¿Y si no lo está, qué hacemos? Echar la culpa a las vacunas, a los fabricantes, o al sursuncorda, pero nada que tenga que ver con su responsabilidad. ¿No había prometido que eso sucedería en abril? La historia va de millares de muertos y cada cadáver tiene un culpable.
La brujería filológica es una variante de la ceguera mental y tiene mucho de atavismo religioso que da a la palabra un valor sobrenatural
El Estado es como “la nube” en los ordenadores; cabe todo. Hay ciudadanos que jamás dicen España sino Estado. Un ejercicio de brujería filológica, como los antiguos no pronunciaban Satanás, ni el Maligno. Hay que ser un escolástico sin saberlo para creer que si no dices el nombre “de la cosa”, como por ensalmo, “la cosa” deja de existir. Nunca olvidaré aquellos artículos de los abertzales donde en la página deportiva se refería a “las nadadoras del estado español”, convirtiéndolas a todas en funcionarias.
La brujería filológica es una variante de la ceguera mental y tiene mucho de atavismo religioso que da a la palabra un valor sobrenatural. Un curioso contraste con la realidad política donde las palabras carecen de entidad y tienen un período de caducidad bajísimo. Bastaría la colección de patochadas sobre la pandemia, esa especie de “vamos a contar mentiras” que sin embargo deja un resultado de muerte y desolación. ¿Hay alguien que pueda pronosticar cuál será la próxima aventura pandémica? Si no saben, que lo digan. Si están jugando el manido juego de prueba-error la verdad es que deberían anunciarlo. A veces da la impresión de que estamos en el antiguo servicio militar, donde predominaba “el arte del escaqueo”, o cómo quitarse de responsabilidades echándoselas al inferior en rango. Si la indignación sube de tono se apela a no exagerar ni ser alarmistas. Estamos vendidos en un mercado de codiciosos incompetentes.
Lo tendrían muy crudo los jefes del cotarro si no calcularan con precisión cronométrica un tema que descargue la adrenalina que va incubando el personal. Si no existiera la batalla electoral de Madrid habría que inventar algo. Estén atentos al presidente Sánchez. Su equipo tiene que mantener la atención sobre lo que sea, menos lo que le corresponde a él, y si se agota Tezanos, hay que echar mano de Ciudadanos y si no de Vox. Los reaccionarios de Vox dan mucho juego y consienten convertirse en protagonistas a cambio de llenar portadas y meter miedo a quien no tiene ninguno. Si de verdad ese fuera el fascismo que nos amenaza estaríamos ante un peligro que el actual Estado sería el primero en abordar, pero son como la bruja de la escoba en el ferrocarril de la feria: no asustan a nadie que no esté predispuesto a exclamar “ya están aquí”. Si la democracia tuviera que defenderse no quiero imaginar qué harían los descerebrados del “antifascismo quemacontenedores”.
Vivimos amparados por leyes en manos de una sociedad que otorga a Vox los votos necesarios para ser el tercer partido de España, y eso sólo se puede entender a partir de sufrir un Estado desparramado entre la ambición de poder y la miseria de unas instituciones corruptas. No hay nada peor que un Estado que te sangra y no cumple. De ahí nace la rebelión o la mafia.